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“Si ignoran a las mujeres africanas, olvídense del desarrollo sostenible”

Cécile Bibiane Ndjebet es activista medioambiental y defensora de los derechos de las mujeres a la posesión de la tierra. Su labor al frente de dos ONG que combinan ambas luchas en Camerún ha puesto en riesgo su vida y a la vez le han reportado reconocimientos internacionales, el último, el Premio Gulbenkian para la Humanidad

Cécile Bibiane Ndjebet
Cecile Bibiane Ndjebet, activista medioambiental, galardonada por la Fundación Calouste Gulbenkian, en Lisboa.Joao Henriques
Alejandra Agudo

A vista de satélite, la aldea camerunesa de Etouha, donde nació y creció Cécile Bibiane Ndjebet hace 61 años, es un bosque. Los árboles no dejan ver las viviendas, ni los caminos, ni los campos de cultivo en los que la activista aprendió a amar la naturaleza y fue testigo del esfuerzo que hacen las mujeres africanas por sacar adelante a sus familias y comunidades, labrando una tierra que no es suya. Por eso estudió Agronomía y Gestión Forestal Comunitaria. Tras cumplir sus años como funcionaria, obligatorios por haber recibido apoyo para estudiar en la universidad pública en su país, cofundó dos organizaciones: la Cameroon Ecology (2001), con el objetivo de formar a mujeres para recuperar más de 1.000 hectáreas de bosque para 2030; y la Red de Mujeres Africanas para la Gestión Comunitaria de los Bosques (REFACOF), en 2009. Ese año fue el que conoció a la ambientalista keniana Wangari Maathai, la primera africana en recibir, en 2004, el Premio Nobel de la Paz. Un encuentro que la dejó marcada y reforzó su determinación para restaurar áreas degradadas a la par que luchaba por los derechos de las mujeres. Sus esfuerzos fueron reconocidos en 2022 precisamente con el Premio Wangari Maathai Paladines del Bosque, y también con el Campeones de la Tierra de la ONU.

Este 2023 ha recibido otro galardón más, el Premio para la Humanidad de fundación portuguesa Calouste Gulbenkian, con una dotación de un millón de euros que repartirá con los otros dos laureados (el líder indígena indonesio Bandi Apai Janggut y la ecologista brasileña Lélia Wanick). “Este premio tiene financiación para mis mujeres. Servirá para apoyarlas en las labores de restauración del bosque, para el desarrollo de actividades generadoras de ingresos y en mejorar su capacidad para acceder a las estructuras de toma de decisiones”, enumera.

Pregunta. ¿Cómo surge unir la lucha por los derechos de las mujeres y la preservación del medio ambiente?

Respuesta. Crecí en un pueblo pequeño con mujeres rurales. Y con solo cuatro o cinco años, ya podía ver que mi madre llevaba toda la carga. Era la última en irse a la cama y la primera en levantarse todos los días. Yo pensaba: “Esto es demasiado”. Me resultaba muy difícil entender por qué tenía que trabajar tanto. A esa edad, le decía: “Cuando sea mayor, te defenderé a ti y a las mujeres rurales. Estáis sufriendo demasiado”. Mi madre se reía. Y cuando pasaba el día con ella en el campo, me decía: “El bosque es muy importante para nuestra vida. Tenéis que cuidarlo, amarlo, protegerlo”.

P. ¿Cómo lo hizo?

R. Me dediqué a la selvicultura social. Y entonces conocí a Wangari Maathai en 2009. Ella había creado el Congo Basin Forest Fund y yo había fundado la ONG Cameroon Ecology. Presenté una solicitud de financiación y nos eligieron. Cuando vino a Camerún nos visitó y me pidió visitar los proyectos, así que fuimos al bosque, a las comunidades con las que trabajábamos. Mientras estaba con ella, me dijo: “Tengo el sentimiento de que eres el tipo de mujer que estoy buscando. Haz que las mujeres africanas cuiden del bosque como cuidan de sus bebés. Solo ellas pueden ayudar a África a revertir la gestión destructiva de los recursos naturales”.

Mi ambición es inspirar a millones de niñas y mujeres, no solo en Camerún, sino en toda África

P. Le dejó huella.

R. Sí. Nunca olvidaré que, cuando se despidió, me dijo: “Tengo una misión para ti. Haz que las mujeres de África planten árboles frutales. ¿Sabes por qué? Porque sus frutos les darán de comer, mejorarán sus ingresos, su salud, la de sus hijos y de la comunidad, y el árbol estará ahí para la humanidad”. Wangari Maathai fue una inspiración para seguir luchando por la conservación del medio ambiente, la biodiversidad y la restauración de los bosques.

P. ¿Cuántos árboles ha conseguido que se planten desde entonces?

R. Millones. No sé muy bien las cifras. Pero si en el área de los manglares hay 600 hectáreas y en una hectárea hay 10.000 árboles, te haces una idea… ¡Y los peces han vuelto! Tenemos que continuar plantando.

P. ¿A quién le gustaría inspirar?

R. Si Wangari Maathai viviera hoy, estoy segura de que estaría muy orgullosa de mí porque, igual que ella me inspiró a mí, yo estoy inspirando a cientos, miles de niñas y mujeres. Y mi ambición es inspirar a millones, no solo en Camerún, sino en toda África. Lo que Wangari Maathai nos encomendó, tenemos que cumplirlo y hacer tanto como podamos. Tengo mucha pasión, y la necesito.

P. ¿Cuándo se sentirá satisfecha?

R. No puede ser que las mujeres son quienes producen el 80% de los alimentos y que no tengan derecho a la propiedad sobre la tierra. No tiene sentido. Y esa es la situación de la mayoría de las mujeres en África. Así que, hasta que no lo consiga cambiar, no seré lo bastante feliz.

Con solo cuatro o cinco años, ya podía ver que mi madre llevaba toda la carga. Era la última en irse a la cama y la primera en levantarse todos los días

P. Se dice a menudo que las mujeres africanas cambiarán el continente, incluso el mundo, ¿usted lo cree?

R. Es la realidad. Somos el 50% de la población y dominamos la gestión de las familias, lideramos la producción de alimentos y nos encargamos de la educación de los niños. Si se quiere conseguir un desarrollo sostenible en África, hay que poner a las mujeres africanas en el centro. Si ignoran a las mujeres africanas, olvídense del desarrollo sostenible.

P. ¿Alguna vez ha enfrentado problemas por su activismo?

R. Ha sido muy difícil intentar impulsar reformas políticas. En el Gobierno te ven como un enemigo y tienes que demostrarles que no, que lo que buscas es lo mejor para todos. Para eso hace falta mucho tiempo y sacrificios. Estuve detenida 24 horas por mi defensa de los bosques hace unos 10 años. Pero si no experimentas algo así, es que no estás haciendo bien tu trabajo. En Camerún y fuera, he recibido amenazas y he temido a veces por mi vida. Pero en mi país, si muestras que lo que haces es verdad, empiezan a apoyarte.

El cambio climático es una realidad y está empeorando la situación de las comunidades en nuestros países, está aumentando la pobreza y trayendo de vuelta conflictos muy violentos

P. ¿De qué la acusaban?

R. Estaba en un proceso para demostrar que había una explotación ilegal del bosque. Y a las grandes empresas, con mucho dinero, no les gusta que lo difundas. Pero no me rendí y se dieron cuenta de que lo que hago es bueno para el país, para la gente y para nuestras mujeres. Y ellas me apoyan. Dijeron: “Llevadnos a todas a la prisión”.

P. ¿Qué les diría a los dirigentes que niegan el cambio climático?

R. Que el cambio climático es una realidad y está empeorando la situación de las comunidades en nuestros países. Está aumentando la pobreza y trayendo de vuelta conflictos muy violentos. Así que tenemos que actuar si queremos salvar el planeta y a la gente. Y el tiempo es muy limitado. Si seguimos solo hablando sin movilizar los recursos que se necesitan, podría ser demasiado tarde. Y las generaciones futuras nos echarán la culpa. Nos preguntarán qué hicimos para evitarlo y no tendremos respuesta. Se han prometido miles de millones de dólares a los países para abordar el cambio climático. Pero ¿dónde están?

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Sobre la firma

Alejandra Agudo
Reportera de EL PAÍS especializada en desarrollo sostenible (derechos de las mujeres y pobreza extrema), ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS. Miembro de la Junta Directiva de Reporteros Sin Fronteras. Antes trabajó en la radio, revistas de información local, económica y el Tercer Sector. Licenciada en periodismo por la UCM

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