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“Para nosotros, pobre es el que no tiene tierra”

El líder indígena indonesio Bandi Apai Janggut es uno de los tres premiados con el galardón a la Humanidad de la Fundación Gulbenkian por la preservación de la selva en la que habita. La comunidad decidirá cómo usar los 330.000 euros obtenidos

Bandi Apai Janggut
Bandi Apai Janggut, líder tradicional de la comunidad dayak iban en Indonesia, en la Fundación Calouste Gulbenkian, en Lisboa, este 19 de julio.Joao Henriques
Alejandra Agudo

Bandi Apai Janggut ha viajado durante cuatro días para llegar a Lisboa desde la comunidad Sungai Utik, en los remotos bosques de Kapuas Hulu, en el Kalimantán occidental de Indonesia. Pero ni la distancia ni su edad, unos 85 años (más o menos, no está seguro), han impedido que acuda a recibir el Premio a la Humanidad que otorga anualmente la Fundación Calouste Gulbenkian en la capital portuguesa. Un galardón que recibe como líder tradicional de los indígenas dayak iban, que salvaguardan unas 7.500 hectáreas de bosque tropical primario ―de las 10.000 de tierra que poseen― en un país que ha perdido 10,2 millones de hectáreas de ese patrimonio natural desde 2002, principalmente talado y sustituido por plantaciones para la producción de aceite de palma y pasta de papel.

“El reconocimiento es para toda la comunidad”, repite Apai Janggut. Mientras habla, mira directamente a los ojos de quien le pregunta, aunque sabe que solo una persona en la sala entiende sus palabras en su lengua, el iban, que son traducidas al indonesio y después transmitidas en inglés. Con los 278 miembros de la “casa grande” Sungai Utik, como llaman literalmente a la estructura de más de 200 metros de largo compartimentada en viviendas para cada familia de la comunidad, discutirá a su regreso a qué destinarán los más de 330.000 euros que les corresponden del galardón. El millón de euros del premio se reparte en cantidades iguales entre los tres condecorados: la activista y agrónoma camerunesa Cécile Bibiane Ndjebet, la ecologista, diseñadora y escenógrafa brasileña Lélia Wanick Salgado y el propio Bandi Apai Janggut.

La decisión será consensuada, asegura el líder iban, pero ya tiene en mente una propuesta: “Invertir más en recursos humanos, sobre todo en los más jóvenes, para que accedan a educación y sanidad, y garantizar sus medios de vida”. Quizá, avanza, apoyando un proyecto de ecoturismo que los iban planean desde hace tiempo. “Sin afectar al bosque”, aclara. De hecho, subraya, el objetivo es obtener recursos para poder seguir conservándolo intacto.

Esas son las principales metas de los dayak iban después de haber ganado, a finales de 2019, una batalla que se prolongó durante 40 años para que se les reconociese legalmente la propiedad de las 10.000 hectáreas de bosque que habitan; y mantenerlo a salvo de las garras de las excavadoras, que ya en los ochenta a punto estuvieron de convertir Kapuas Hulu en un sembrado más de palma aceitera. Apai Janggut lideró entonces a su comunidad en la oposición a tal incursión del sector privado. Logró paralizar el proyecto y todos los intentos que lo siguieron.

El bosque es la herencia que dejamos a las generaciones futuras

“Para el pueblo iban el bosque lo es todo. Nos da los alimentos que cultivamos, los animales que cazamos y los ríos donde pescamos. Son fuente de vida. Nuestra filosofía es que la tierra es nuestra madre, el bosque es nuestro padre y el agua, nuestra sangre. Ningún humano normal querría herir a sus padres, por eso nunca le haremos daño al bosque”, razona, con susurros por momentos inaudibles, con el movimiento de su barba blanca como único indicador de que está hablando.

La certeza de que el bosque es su riqueza ha hecho que este líder indígena rechace todas las ofertas para vender su único patrimonio. “Se puede decir que los iban somos pobres porque no tenemos dinero, pero para nosotros pobre es el que no tiene tierra”. En vez de una cuenta bancaria con varios ceros, un piso o las joyas de la abuela, el legado que este pueblo quiere dejar a sus descendientes son árboles y agua limpia. “Tenemos que proteger el bosque porque es la herencia que nos dejaron nuestros antepasados y la que dejaremos a las generaciones futuras”.

Bandi Apai Janggut habla con los niños de la comunidad dayak iban en la casa comunitaria de Sungai Utik.
Bandi Apai Janggut habla con los niños de la comunidad dayak iban en la casa comunitaria de Sungai Utik. Imagen cedida

Ahora, con sus derechos sobre la selva reconocidos negro sobre blanco, los iban se sienten más seguros frente a posibles empresas depredadoras. Pero otros territorios y pueblos no gozan de esa protección ni de la fortaleza inquebrantable de sus habitantes para resistir las invasiones, presiones u ofertas tentadoras de la industria. Indonesia es el mayor exportador del mundo de aceite de palma (más del 54%), un suculento negocio que devora la selva a bocados. Pero el modo de vida indígena enfrenta una nueva amenaza: el cambio climático. “Sentimos su impacto porque ya no podemos planificar cuándo empezar a cultivar y las cosechas se han reducido”, afirma Apai. Y contra eso, no hay papel que les proteja. Es “clave que la gente tome conciencia y asuma su responsabilidad”.

Consciente de que la cultura iban que les vincula al cuidado del bosque no es exportable a occidente, Apai espera, al menos, “poder inspirar a la comunidad internacional” para que proteja del modo que le corresponda los bosques que aún quedan en pie. Estos actúan como almacenes de carbono, son el hogar y sustento de animales y personas, además de regular el clima del planeta y las precipitaciones.

A finales de 2019, este pueblo indígena logró que el gobierno indonesio le reconociera legalmente como propietario de 10.000 hectáreas de las selvas de Kapuas Hulu, en el Kalimantán occidental

Además, Apai Janggut conoce bien el impacto positivo que puede tener la concesión de un galardón internacional a su comunidad. “Es un orgullo, porque lo que hacemos no solo nos beneficia a nosotros, sino al mundo entero”, subraya. Y representa una inyección de fondos para impulsar proyectos que mejoren la vida de sus vecinos. Pero sobre todo, los reconocimientos sirven para concienciar e, incluso, propiciar avances en su lucha de David contra Goliat en la preservación. En Sungai Utik están convencidos de que el Premio Ecuador que les concedió el Programa de la ONU para el Desarrollo (PNUD) en junio de 2019 favoreció que, apenas unos meses después, el Gobierno indonesio les reconociera la propiedad indígena de Kapuas Hulu, al darse cuenta de la atención que despertaba su papel en la lucha contra el cambio climático.

Por eso, Bandi Apai Janggut ha recorrido los 13.000 kilómetros que separan su hogar de Lisboa: para que la excanciller alemana Angela Merkel, presidenta del jurado del Premio a la Humanidad, le entregue en una gala frente a las más altas autoridades lusas, la medalla con el rostro grabado de Calouste Gulbenkian, un empresario armenio que llegó a ser una de las personas más ricas del mundo en la primera mitad del siglo XX, gracias al negocio del petróleo con Oriente Medio. Y que, asentado en Portugal en la Segunda Guerra Mundial, decidió crear una fundación con su nombre y donar a su muerte su extenso patrimonio artístico al Estado portugués.

Hoy, parte del legado filantrópico del millonario sirve para reconocer y dotar económicamente, desde 2020, a quienes protegen el planeta. En la primera edición, la galardonada con un millón de euros fue la activista Greta Thunberg, quien donó el premio a distintas organizaciones ecologistas en el sur global. En esta cuarta entrega, el jurado ha seleccionado por primera vez, de entre 140 nominaciones de 55 países, a tres líderes de la conservación y restitución de los bosques del sur global.

La cultura de los iban respeta al bosque como se respeta a un padre o una madre. "Nunca le haríamos daño", dice Bandi. En la imagen, acaricia un árbol en la selva tropical de Kalimantán occidental, Indonesia.
La cultura de los iban respeta al bosque como se respeta a un padre o una madre. "Nunca le haríamos daño", dice Bandi. En la imagen, acaricia un árbol en la selva tropical de Kalimantán occidental, Indonesia.Imagen cedida

“En vez de quejarse, decidieron hacer algo y convencer a otros”, destaca Merkel. “No han aceptado que el cambio climático sea un destino inevitable, sino que han decidido actuar contra él”.

— El jurado dice que el bosque húmedo que los dayak iban preservan es un “paraíso existente”. ¿Cómo es?

― Es muy bello porque es todavía virgen. Y el río está muy limpio. Por eso, nuestra casa se llama Sungai Utik, que significa agua clara. Y es bastante difícil encontrar ríos limpios en Indonesia, la mayoría están turbios. Es porque protegemos al bosque y, cuando lo hacemos, el bosque nos protege a nosotros. Lo podemos demostrar. Ven y lo ves.

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Sobre la firma

Alejandra Agudo
Reportera de EL PAÍS especializada en desarrollo sostenible (derechos de las mujeres y pobreza extrema), ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS. Miembro de la Junta Directiva de Reporteros Sin Fronteras. Antes trabajó en la radio, revistas de información local, económica y el Tercer Sector. Licenciada en periodismo por la UCM

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