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El desamparo legal y la pobreza presionan a los sudaneses en Egipto, mientras miles colapsan la frontera

Más de 250.000 personas han entrado en el país huyendo de la guerra, pero las autoridades de El Cairo endurecen las condiciones de entrada de los refugiados, que quedan además desatendidos y en una gran precariedad

Sudan Egipto
Refugiados sudaneses en Adly, un barrio de El Cairo, el pasado mayo.Joost Bastmeijer
Marc Español

La guerra en Sudán entre el Ejército regular y las paramilitares Fuerzas de Apoyo Rápido ha cumplido esta semana 100 días sin ninguna perspectiva de resolución a la vista: la espiral de violencia se está acelerando en la capital, Jartum, y en la región de Darfur; se han abierto nuevos frentes en el sur del país, y la mediación internacional está estancada. Sudán se está descomponiendo a un ritmo vertiginoso, la presión y las necesidades de la población son cada vez más acuciantes y la ayuda humanitaria solo llega en cuentagotas.

En este contexto, el número de personas que se están viendo obligadas a huir en busca de una mayor seguridad es cada vez mayor: se calcula que el conflicto ha dejado ya más de 3,3 millones de desplazados. De estos, casi 2,7 millones han escapado a zonas del país más estables, mientras que más de 840.000 han buscado refugio en algún país vecino.

Uno de los principales destinos, sobre todo para quienes escapan de Jartum, es Egipto, donde ya vivían antes de que estallara el conflicto decenas de miles de sudaneses, muchos de ellos llegados en las olas de refugiados que causaron desde los años cincuenta las otras dos guerras civiles de Sudán y el genocidio de Darfur. En esta ocasión, Egipto ha recibido, en apenas tres meses y medio de combates, a al menos 257.000 sudaneses.

2,7 millones de sudaneses han escapado a zonas del país más estables, mientras que más de 840.000 han buscado refugio en algún país vecino

Aunque Egipto no ha adoptado en ningún momento una política de puertas abiertas total hacia sus vecinos del sur, inicialmente las autoridades se mostraron más bien permisivas. Pero a medida que el conflicto se enquista y el flujo de llegadas continúa, El Cairo ha ido adoptando medidas más estrictas en la frontera, y dentro del país muchos de los sudaneses que han llegado están teniendo que afrontar condiciones de vida cada vez más difíciles.

Larga espera

Quienes tienen los recursos y optan por abandonar Sudán y buscar refugio en Egipto, deben recorrer primero una impredecible ruta por carretera de unos 1.000 kilómetros hasta alcanzar la frontera. Desde que empezó la guerra, además, es particularmente difícil encontrar medios de transporte para realizar el trayecto, y los precios que se piden son descritos como desorbitados.

Dado que Egipto no permite que todos los que huyen de Sudán entren en el país de forma automática, los que quieren hacerlo tienen que solicitar antes un visado, para lo cual necesitan tener sus documentos en regla. La mayoría de quienes pueden los tramitan en una oficina consular en la ciudad fronteriza de Wadi Halfa. Pero el proceso lleva semanas de espera sin garantías.

Desde allí, y según explica Yousef, una vez presentados los documentos en la oficina consular egipcia, el visado suele recibirse en una semana. Pero el proceso se ralentiza por la larga lista de espera que hay para realizar la solicitud. En su caso, este joven sudanés espera desde el 14 de mayo. “Mis papeles están listos pero estoy aguardando a que me citen para entregar el pasaporte”, cuenta a EL PAÍS con la condición de que se publique solo su nombre de pila.

Durante los primeros compases del conflicto, Egipto permitió que todas las mujeres, niños y hombres mayores entraran en el país sin visado, que solo era obligatorio para varones de entre 17 y 50 años. Pero a mediados de junio, El Cairo anunció nuevos requisitos de acceso y empezó a exigir visado a todos. “La mayoría de gente siguen siendo hombres, pero [también] hay muchas familias debido a los nuevos procedimientos”, explica Yousef.

Estos nuevos requerimientos están provocando un cuello de botella en Wadi Halfa, que no da abasto para cubrir las necesidades de alojamiento y servicios básicos de toda la gente que se ha ido concentrando desde el inicio de la guerra. A mitad de julio había al menos 120.000 sudaneses atrapados en la localidad y en sus alrededores, según Refugees International, una organización humanitaria independiente con sede en Estados Unidos.

“La situación en la frontera está empeorando, especialmente en el lado sudanés, y las restricciones adicionales de Egipto empeorarán la ya de por sí frágil situación”, considera Abdullahi Halakhe, experto en África Oriental y Meridional de Refugees International y autor de un estudio reciente sobre la situación de los refugiados sudaneses en Egipto. “La ciudad no está preparada para el enorme número de personas que llega”, agrega.

Yousef, por su parte, señala que la situación varía mucho en función de los recursos de quienes llegan a Wadi Halfa. “Para los que tienen vivienda es relativamente buena, [pero] es difícil encontrar [alojamiento] y los precios soy muy altos. Para los que no tienen nada, el Gobierno ha abierto escuelas e instalaciones públicas para que puedan vivir”, apunta.

La situación en la frontera está empeorando, especialmente en el lado sudanés, y las restricciones adicionales de Egipto empeorarán la ya de por sí frágil situación
Abdullahi Halakhe, experto de Refugees International

Por último, aquellos que consiguen un visado deben enfrentarse de nuevo a largas colas en el lado sudanés del paso fronterizo en condiciones muy precarias y marcadas por la falta de sombra, a pesar de encontrarse en pleno desierto, así como de agua, comida, medicinas y productos de aseo. Cuando cruzan al lado egipcio la situación mejora notablemente gracias al despliegue de algunas agencias humanitarias y de ONG. “Las autoridades egipcias [deberían] permitir entrar a los sudaneses como refugiados prima facie. Esto no es algo difícil, Egipto lo utilizó para los refugiados sirios. Es lo que hay que hacer, y una obligación para Egipto”, indica Halakhe. Aunque la gestión egipcia de la entrada de sudaneses ha recibido algunas críticas, ningún país occidental ha abierto corredores seguros para acoger a quienes huyen de la guerra.

Desamparo en Egipto

Una vez en Egipto, muchos sudaneses permanecen en una situación de gran vulnerabilidad y desamparo a nivel tanto administrativo como material debido a la desatención del Estado egipcio, al racismo y la discriminación social, y a las grandes dificultades a las que se enfrentan para encontrar alojamiento y oportunidades de trabajo dignas.

Las autoridades egipcias presumen de que el país no tiene campos de refugiados y de que consideran huéspedes a quienes llegan. Pero organizaciones de derechos humanos llevan años señalando que detrás de esta retórica aparentemente bienintencionada se esconde una realidad problemática, sobre todo porque el estatus de refugiado tiene carácter legal y garantiza derechos de los que, al no reconocerlos como tal, el Estado evita tener que responsabilizarse.

En esta línea, las autoridades egipcias tienen delegado el registro de solicitantes de asilo y el proceso de determinación del estatus de refugiado a la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur). Pero esta opera con unos fondos limitados y, según grupos, como Refugees International, aplica unos criterios tan restrictivos para conceder la condición de refugiado que ha dejado tradicionalmente a la mayoría de sudaneses fuera.

Esto ha llevado a que la mayoría de personas que llegan ahora a Egipto opten directamente por no acudir a Acnur e ir renovando cada varios meses un permiso de residencia. Desde el inicio de la guerra, 43.300 sudaneses están a la espera de registrarse con esta agencia de la ONU y casi 23.000 ya lo han logrado, según indica a este diario Christine Beshay, responsable de comunicación de Acnur en Egipto.

Otro motivo por el que algunos optan por no registrarse es que les impediría salir de Egipto, donde muchos no quieren quedarse. Mohamed, un sudanés que llegó a El Cairo hace dos semanas tras pasar 58 días en Wadi Halfa, es uno de ellos. “Si te registras [con Acnur] recibes una tarjeta amarilla [de registro de solicitante de asilo], pero entonces no puedes viajar; y yo quiero viajar”, explica a EL PAÍS con la condición de que se publique también solo su nombre, para poder hablar con mayor seguridad.

Esta gestión pasó inicialmente más desapercibida porque la primera ola de refugiados sudaneses que llegó a Egipto inmediatamente después de que estallara la guerra en Sudán incluía un gran número de personas de clases acomodadas, en algunos casos con vivienda en el país o segundo pasaporte. Pero ahora el perfil está cambiando. “La oleada inicial de sudaneses que llegaron a Egipto eran personas con medios para tener más de un pasaporte; algunos se quedaron en Egipto, ya que puede que tengan pisos y podían permitirse pagar el alquiler”, nota Halakhe. “[Pero] cada vez entran más personas que no pueden permitirse ni siquiera el billete de autobús para llegar a Egipto”, agrega.

Junto a este desamparo legal se encuentran los problemas que afrontan muchos refugiados sudaneses en Egipto para encontrar alojamiento y disponer de oportunidades laborales dignas que les permitan garantizarse su propia subsistencia. En este sentido, y en ausencia del Estado, las principales redes de apoyo para muchos tienden a ser familiares y amigos, otros refugiados, organizaciones comunitarias, y grandes ONG y agencias humanitarias.

Mohamed cuenta que por este motivo hay muchos refugiados concentrados alrededor de las sedes de organizaciones que ofrecen ayuda, como Acnur y el Programa Mundial de Alimentos (PMA). También nota que muchos optan por buscar alojamiento en barrios de clases populares de El Cairo y en ciudades satélite alrededor de la capital, de precios más bajos.

La situación es especialmente delicada actualmente porque la ola de refugiados coincide con que Egipto atraviesa una grave crisis económica desde la invasión rusa de Ucrania. Desde marzo de 2022, su moneda se ha devaluado un 50% y la inflación en junio alcanzó un máximo histórico del 35,7%, lo que está haciendo mella en los bolsillos egipcios. “La economía egipcia atraviesa una crisis aguda, por lo que, incluso si se les permite entrar en Egipto, es increíblemente difícil [vivir] sin un apoyo mínimo para la subsistencia y subsidios de alquiler”, señala Halakhe. “Los donantes deben financiar a las autoridades egipcias y a Acnur de forma sostenible para que puedan ayudar a los refugiados” considera.

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