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LA BRÚJULA EUROPEA
Columna
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La UE ante el 5-N: la catástrofe Trump (y el riesgo oculto de Harris)

El republicano entraña el peligro de una victoria de Putin en Ucrania y de una batalla comercial; la demócrata sería un alivio que puede dar lugar a complacencia ante reformas que son imprescindibles y urgentes

Propuestas Kamala Harris Donald Trump
Donald Trump y Kamala Harris fotografiados durante su debate en el pasado mes de febrero.Brian Snyder (REUTERS)
Andrea Rizzi

Estados Unidos ya no es la superpotencia global indiscutida que fue en los primeros lustros después de la caída del Muro de Berlín, pero sigue siendo un gigante con una enorme influencia. El veredicto de sus elecciones tiene por tanto en vilo al mundo entero. En esta ocasión, la disyuntiva entre un resultado u otro implica diferencias mucho mayores que las de tantos otros duelos (por ejemplo Obama frente a Romney o McCain). En algunas áreas no son abismales (China, inmigración irregular) pero en muchas otras, fundamentales, sí lo son (democracia, derechos de las mujeres, clima). Europa figura en este último apartado. Una victoria de Trump es un potencial cataclismo para la UE y el continente en general. Una de Harris representaría un alivio continuista, pero también acarrea algunos riesgos, aunque de un orden de magnitud completamente diferente. Siguen algunas consideraciones al respecto.

Trump es un actor político con fuertes rasgos de imprevisibilidad, que él cultiva con intención. No obstante, el tenor general de una nueva presidencia trumpista representa un desafío existencial para Europa por varios motivos. De entrada, todo apunta a que cortocircuitaría el importante flujo de ayuda estadounidense a Ucrania. Europa, pese al incremento de los esfuerzos y de las capacidades, no está en condición de sostener sola a Kiev. Una presidencia Trump puede traducirse en un colapso ucraniano y una victoria de Putin. Este Kremlin victorioso proyectaría su sombra sobre el continente en un marco en el que además es probable un debilitamiento de la Alianza Atlántica. No hace falta que Washington se retire de ella para minar su credibilidad, que es la verdadera base de su fuerza. Trump ya ha empezado a hacerlo durante la larga campaña.

Trump representaría además un gravísimo problema de carácter comercial, tanto por los aranceles que dice querer imponer a todos, europeos incluidos, -que implicarían graves daños a las exportaciones- tanto por el recrudecimiento de la presión sobre productos chinos, que tendría como consecuencia un intento de China de colocar más de ellos en el mercado europeo. Esto implicaría un gran desafío de gestión justo mientras se gestan tormentas vinculadas al sector de los coches eléctricos y otras áreas de las tecnologías verdes.

Otra categoría de problemas serían el práctico abandono de la lucha contra el cambio climático —que representaría en cierto sentido una desventaja competitiva para ciertas industrias en una UE que sí lo intenta— o la retirada/debilitamiento de ciertas instituciones internacionales, que son el foro natural de acción de una entidad como la UE.

Ante este escenario, algunos subrayan que el shock Trump podría ser una medicina amarga con el curativo efecto de espolear un más que necesario acelerón del proceso de integración y de búsqueda de competitividad del bloque europeo. Ojalá. Pero esa esperanza debe ser yuxtapuesta al efecto de galvanización que su victoria tendría en el nutrido partido trumpista europeo. No solo los Orbán y Fico de la vida se verían reforzados, sino que puede que Meloni tuviera la tentación de jugar más como pilar europeo de un nuevo puente transatlántico que como tercera pata de una frágil mesa europea (de acuerdo con su peso económico en la UE). Al partido trumpista europeo le pueden salir adeptos sorpresivos. Esta dinámica sería un obstáculo a la integración europea —y un problema para su calidad democrática—.

Con este panorama francamente inquietante, una victoria de Harris sería un enorme alivio. Precisamente en ese alivio reside uno de los riesgos para Europa de su presidencia: la complacencia ante reformas que son necesarias independientemente de ella o de Trump. La UE se halla en un estado de profunda debilidad política, con gobiernos semiparalizados en capitales clave (Berlín, París, Madrid), otros en mano de la ultraderecha. Con ese contexto, es difícil avanzar, y un mandato de Harris podría —de forma consciente o inconsciente— generar una sensación de disponibilidad de tiempo que es irreal. La UE está perdiendo la competición mundial y necesita reforzar su capacidad de estar en el mundo por su cuenta y con su voz.

En cuanto a Ucrania, aunque la voluntad de Harris es continuista, hay un grave riesgo subyacente: si ella gana pero los demócratas no controlan la Cámara, es bien posible que se reproduzca el bloqueo parlamentario que ya frenó durante meses la ayuda estadounidense a Kiev. Pero esta vez sería peor, porque Ucrania está más frágil y agotada que entonces, mientras Rusia tiene más apoyos que nunca.

Así mismo, debe tenerse en cuenta que la política de Harris hacia China también será dura, e implicará consecuencias para los europeos. Y que, en cambio climático, si bien habrá una sintonía ideológica acerca de la necesidad de combatirlo, habrá una competición despiadada en la carrera para dominar las tecnologías clave de la economía verde.

La UE, según informaba recientemente este diario, trabaja en planes de contingencia para una posible victoria de Trump. Eso es sin duda necesario. Sin embargo, lo fundamental era prepararse con mayor contundencia en los últimos dos años, y esto se ha hecho solo en parte. El ejemplo de ello es la capacidad de fabricar armas y munición para sostener a Ucrania y disuadir a posibles malas ideas futuras de Putin. Esto se ha hecho, pero en medida insuficiente. Puede que una presidencia de Trump no acabar siendo una catástrofe, y puede que lo sea, pero que los europeos logren la convicción y la eficacia para sobreponerse al cataclismo. No hay que perder fe. Pero no hay duda ninguna de que sería mejor evitar tener que comprobar esos extremos: una victoria de Harris —sobre todo si viene acompañada de un Parlamento en manos demócratas— sería infinitamente mejor para Europa. Mejor no es sinónimo de buena. Solo lo será si el alivio no induce a la complacencia.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).
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