La vergüenza de llevarse bien
La foto del pacto entre González Pons y Bolaños se quedó vieja en los kioscos esa misma mañana
No se lo van a creer, pero hubo un tiempo en que llevarse bien con el adversario se puso de moda. En el archivo de EL PAÍS —y lo que es más importante, en la memoria de los que hacemos este periódico, ya sea escribiéndolo o leyéndolo— hay muchas de las crónicas maravillosas que firmaron juntos Soledad Gallego-Díaz y Bonifacio de la Cuadra. Una de ellas está fechada el 15 de junio de 2002, con motivo del 25º aniversario de las primeras elecciones democráticas. El texto empezaba así: “Las elecciones se celebraron el 15 de junio de 1977, pero la verdadera sensación de que la democracia había comenzado solo llegó unos días después, cuando los 350 diputados y los 248 senadores se empezaron a reunir y los españoles empezamos a verlos juntos, charlando por los pasillos, palmeándose las espaldas o compartiendo el café. Fue entonces cuando todo el mundo se dio cuenta, de repente, del increíble cambio que se había producido en España”.
La crónica, que da ganas de reproducir entera, habla del momento en que Dolores Ibarruri, Pasionaria, uno de los mayores símbolos de la Guerra Civil, llegó al Congreso el 13 de julio para formar parte, junto al poeta Rafael Alberti, de la Mesa de Edad. El guardia de la puerta —un policía de aquellos que todavía vestían con el gris inconfundible de las pesadillas— hizo el gesto instintivo de cuadrarse, y ya dentro, Ibarruri fue recibida por “el presidente de las Cortes, Antonio Hernández Gil, quien, siendo creyente, había tenido la delicadeza de quitar de su despacho el crucifijo, para no molestar a quienes no lo fueran”. La mítica Pasionaria, de 81 años, salió del despacho apoyada en el brazo de Adolfo Suárez, de 44.
— “Espero que todo le salga bien”, deseó la mítica líder comunista al presidente del Gobierno.
— “Falta hará”, respondió un joven político que, como subrayaba la crónica de Gallego-Díaz y De la Cuadra, “todavía no había logrado sacudirse su procedencia franquista”.
No, no se trata de un ataque de nostalgia, más bien al contrario. El recuerdo de aquellas crónicas, de aquellos tiempos, no obedece a la melancolía, sino al malestar que produce la constatación de que los políticos actuales —al contrario de aquellos que venían de la guerra y la dictadura y que a duras penas lograron poner en marcha un país azotado por el terrorismo y el ruido de sables— se han abonado a la bronca y la descalificación constantes. Incluso en días como el miércoles, en el que los periódicos de forma casi unánime celebraban en sus portadas la firma del acuerdo entre el PSOE y el PP para la renovación del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), se dieron una tregua para celebrar el fin de un bloqueo que ha durado cinco años y que solo se ha solucionado tras la mediación de la Comisión Europea. A las nueve de la mañana en punto, la foto del acuerdo —esa sonrisa forzada de Esteban González Pons y Félix Bolaños bajo la mirada atenta de la vicepresidenta europea Vera Jourová en el papel de jefa de estudios— se quedó vieja en los quioscos.
A esa hora, nada más empezar la última sesión de control al Gobierno antes de las vacaciones, los líderes del PP y del PSOE volvieron a los reproches y las pullas, no fuera a ser que alguien pensara que habían tendido puentes con el adversario. Ni se congratularon del acuerdo, ni se dirigieron a la nación para decir vaya por Dios, ya sentimos haber tardado seis años en desbloquear la situación, hemos sido unos irresponsables…
Yo he cumplido con mi deber y con mi objetivo: el CGPJ no va a ser controlado ni por el PSOE ni por el Partido Popular.
— Alberto Núñez Feijóo (@NunezFeijoo) June 26, 2024
Sr. Sánchez, cumpla el suyo:
· Solicite la dimisión del FGE.
· Explique la corrupción del entorno que le rodea.
· Deje trabajar al TC sin obediencia debida. pic.twitter.com/5UgvflnBdg
Pero no hay nada que preocuparse demasiado. A las cuatro de la tarde del miércoles, el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) era tendencia en la red social X. Apenas un cuarto de hora después, lo era la cadena de supermercados Lidl, pero no porque hubiera sido absorbida por otro gigante de la comunicación, sino porque sorteaba una freidora de aire de 5,2 litros, ahí es nada. Nada dura demasiado en la retina del espectador. Es el signo de los tiempos.
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