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tribuna
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Los estudiantes no leen lo que escribimos

No veo ninguna posibilidad de que la actual generación de jóvenes acabe convirtiéndose en lectora de periódicos como lo hicieron las generaciones jóvenes anteriores

Varios jóvenes consultan sus móviles.
Varios jóvenes consultan sus móviles.Maskot (Getty Images/Maskot)
Wolfgang Münchau

Por primera vez desde que tengo uso de razón, los medios de comunicación tradicionales y los estudiantes están en bandos opuestos en una gran disputa en materia de política exterior. La razón por la que los universitarios de todo el mundo occidental se han puesto del lado de los palestinos en la guerra de Gaza tiene mucho que ver con lo que leen y ven. Pecaríamos de complacientes si redujéramos este fenómeno a las redes sociales. Los jóvenes viven en un universo mediático diferente al nuestro. No cuenta con tanto personal como nuestros medios tradicionales, pero es mucho más vivo y activo. También se ha vuelto más maduro y estable desde el punto de vista comercial.

Yo era demasiado joven como para acordarme de las protestas estudiantiles de finales de la década de 1960, pero sé que las noticias de los medios de comunicación sobre la guerra de Vietnam fueron una importante fuente de información para los manifestantes. En la Alemania Occidental de finales de la década de 1970, el tema de indignación en mi época estudiantil era el apoyo de Estados Unidos a las dictaduras latinoamericanas. Eso también provenía de las noticias que leíamos en los periódicos. Los medios de comunicación eran la fuente más importante de la educación geopolítica de mi generación. No es casualidad que muchos estudiantes activistas de aquella época se dedicaran profesionalmente al periodismo. El periodismo era la prolongación del movimiento de protesta por otros medios. Los escritores que yo leía entonces eran John Pilger y Philip Knightley. El libro de Knightley, The First Casualty [La primera víctima] fue, para mí, el referente por antonomasia de cómo los gobiernos utilizaban a los periodistas en su propaganda de guerra.

Como los gobiernos modernos empiezan a descubrir, ya no controlan el mensaje, porque se ha abierto una nueva esfera mediática que apenas conocen, y controlan menos aún.

No es que los medios de comunicación tradicionales hayan apoyado necesariamente las protestas estudiantiles en el pasado. Pero tampoco se opusieron a ellas de manera organizada. Quizá una de las razones fuera que, a diferencia de hoy, los estudiantes en aquel entonces eran lectores.

En Alemania tiene lugar actualmente una caza de brujas contra cualquiera que profiera la más mínima crítica al apoyo incondicional del Gobierno alemán a Israel. Un grupo de más de 300 académicos de varias universidades de Berlín firmaron una carta defendiendo su derecho democrático y el de sus estudiantes a la libertad de expresión. “En vista del anunciado bombardeo de Rafah y del empeoramiento de la crisis humanitaria en Gaza, la urgencia de las preocupaciones de los manifestantes también debería resultar comprensible para quienes no comparten todas sus reivindicaciones concretas o no consideran adecuada la forma de acción elegida”, escribían.

Bild, el periódico sensacionalista de gran tirada, los caricaturizó como agitadores que odian a Israel. Prácticamente todas las noticias del resto de los medios de comunicación alemanes sobre esta carta se centraron en la reacción horrorizada de un ministro del Gobierno. Entre los firmantes de esa carta se encontraba un eminente historiador del antisemitismo en Alemania, que acabó siendo retratado también como antisemita.

No creo que los viejos medios de comunicación ganen este pulso. Necesitan a los jóvenes más que los jóvenes a ellos. No veo ninguna posibilidad de que la actual generación de jóvenes acabe convirtiéndose en lectora de periódicos como lo hicieron las generaciones jóvenes anteriores.

Una conversación con mi hijo mayor sobre los prejuicios en los medios de comunicación me recordó el abismo que existe entre las actitudes de los diferentes medios. No fue hasta pasados cinco minutos de la conversación cuando me di cuenta de que él hablaba de las redes sociales. Su generación las llama medios, sin adjetivo calificativo. Cuando hablan de periódicos, cosa que casi nunca hacen, los llaman medios de comunicación tradicionales. No solo somos viejos, sino que ya estamos muertos.

Cuando pregunté a un pequeño grupo de alumnos de primero de una universidad británica si alguno de ellos leía periódicos o veía informativos en la televisión, no había ni uno solo que lo hiciera. Aunque ninguno de ellos leía periódicos ni veía las noticias de la noche, estaban informados de lo que ocurría en el mundo. Sería una falacia condescendiente pensar que los jóvenes están desinformados solo porque no leen lo que nosotros leemos. Y aún más condescendiente es pensar que lo superarán y acabarán haciéndolo.

Las redes sociales no solo ofrecen una puerta de entrada diferente a las noticias, sino también a noticias diferentes. Basta con ir a X, antes Twitter, y buscar Gaza. Allí encontramos todas las imágenes sin filtrar que no se pueden ver en los medios tradicionales. Hay buenas razones para que las cadenas de televisión oculten los rostros de los muertos. Pero crean distancia emocional. Si uno es joven y ve por primera vez imágenes no filtradas de niños moribundos, el efecto puede ser profundo.

El universo mediático en el que viven los jóvenes no solo es diferente del nuestro, sino que tampoco es el mismo que hace cinco años. La característica de un medio de comunicación libre no es la libertad de decir lo que uno quiere, sino hacerlo de manera profesional. El periodismo no es un pasatiempo. Lo mismo puede decirse de las formas alternativas de periodismo. Se ha vuelto más maduro.

El nuevo universo informativo alternativo está ocupado por emprendedores periodísticos que utilizan diversos formatos informativos: podcasts y entrevistas, transmisiones de vídeo en directo y documentales informativos. Lo que tienen en común es que producen material que los telespectadores y los lectores de periódicos rara vez llegan a ver. No puedo elaborar una lista representativa de aquello en lo que se centran las protestas estudiantiles. Una tendencia que observo es la de periodistas establecidos que abandonan sus medios de comunicación para crear sus propias empresas de noticias. Un ejemplo reciente es el del locutor estadounidense Mehdi Hasan, que creó su propio sitio web de noticias, Zeteo, después de que se cancelara la emisión de su programa de los domingos por la noche en MSNBC. Hasan ofrece ahora una perspectiva del conflicto de Oriente Próximo diferente de la que podía dar en la televisión convencional. Hay muchos prejuicios ocultos que se esconden bajo el manto de la objetividad en los medios de comunicación tradicionales. Zeteo y otras nuevas empresas de noticias son descaradamente tendenciosas. Cuando uno está acostumbrado a los presentadores bien peinados de las noticias de la noche, es probable que este material le parezca burdo. Pero ahí reside su especial atractivo.

La tecnología desempeña un papel importante. Algunos de los nuevos periodistas políticos proceden del mundo tecnológico. El interés de los medios tradicionales por la tecnología suele limitarse a las reseñas sobre los últimos dispositivos o a los lamentos sobre la inteligencia artificial.

Una de las megaestrellas del sector tecnopolítico es Lex Fridman, ingeniero informático, presentador de programas sobre tecnología y prolífico entrevistador de políticos y líderes tecnológicos. Con casi cuatro millones de seguidores en Youtube, ha sido pionero en un nuevo estilo de entrevista que me costaría comparar con nada que haya visto en los medios de comunicación tradicionales. El ritmo es lento. Las entrevistas pueden durar hasta dos horas y media. Eso no se encuentra en la BBC.

La tecnología está convirtiéndose en una herramienta periodística cada vez más importante. Hace poco me sorprendió la historia de un reportero de investigación de Bellingcat, un sitio web que se define como un colectivo de investigación independiente, y que consiguió localizar a un terrorista alemán que llevaba 30 años en la lista de personas buscadas gracias a un programa de reconocimiento facial.

Bellingcat es otro de estos medios informativos de la era moderna, a caballo entre el mundo de los medios alternativos y el de los establecidos. Una de sus grandes primicias fue el descubrimiento de un ataque con gas nervioso Novichok contra Alexéi Nalvalni, el líder prodemocrático ruso, en 2020. Pero Billingcat es tan implacable con Rusia como lo es con Israel. Uno de sus artículos de portada de esta semana era un informe sobre los abusos de las Fuerzas de Defensa de Israel, en el que se citaba a uno de sus miembros diciendo que se habían vuelto adictos a las explosiones. Otro artículo trata de la crisis humanitaria en Gaza. Bellingcat no es convencional. Pero es un medio informativo profesional.

Los medios tradicionales siguen teniendo más recursos, pero están en declive. Cuando las ventas de periódicos en papel empezaron a caer en la primera década de este siglo, las ventas en internet compensaron inicialmente el declive. A menudo se caricaturizaba a los periódicos como una licencia para imprimir dinero. El sector operaba en un doble oligopolio en el mercado de lectores y en el de anunciantes. Tanto unos como otros podían elegir libremente entre un puñado de cabeceras rivales, pero no tenían adónde ir fuera del cártel. El cartel ha dado paso a una industria competitiva con escasas barreras de acceso.

Las ventas en internet de periódicos también han empezado a disminuir. El Centro de Investigación Pew, con sede en Washington, señalaba que entre el primer trimestre de 2021 y el de 2022 el número medio mensual de visitantes únicos a los sitios web de los 50 principales periódicos estadounidenses disminuyó un 20%, pasando de 11 millones a 9. Las ventas de periódicos en papel han caído dos tercios desde sus años de apogeo en la década de 1980.

El informe 2023 Digital News Report, publicado por el Instituto Reuters de la Universidad de Oxford, contenía un par de observaciones sorprendentes sobre el divorcio entre los jóvenes y los antiguos medios de comunicación. En 2015, la proporción de personas que accedían directamente al sitio web de un medio informativo era de algo más del 50% para todos los grupos de edad. A finales del año pasado, esa proporción había caído al 24% entre los jóvenes de 18 a 24 años, mientras que se mantuvo sin cambios entre los adultos mayores.

Otra tendencia importante es la elección de lo que se evita. Entre quienes se declaraban evitadores selectivos de noticias, el tema que el año pasado ocupaba el primer lugar en la escala de evitación entre los lectores británicos era Ucrania. En el informe se afirmaba: “También es sorprendente observar la ambivalencia, y posiblemente la fatiga, sobre la guerra en Ucrania en todas las cadenas. A pesar de la importancia del tema, encontramos niveles más bajos de atención en comparación con los temas divertidos, la política nacional o incluso las noticias sobre negocios y economía”.

Otro detalle inesperado es que la evitación activa de las noticias sobre Ucrania era mayor en los países más cercanos al conflicto. Esto nos dice que la desconexión entre la clase política y los jóvenes es tan grande en Europa del Este como en Occidente.

El Gobierno de Joe Biden también lucha por mantener el apoyo político a su política exterior entre una generación joven que sabe al instante lo que está ocurriendo tras un bombardeo israelí. No es lo mismo que la noticia principal del día sea un videoclip de un niño moribundo o un reportaje sobre un funcionario de alto rango del Gobierno estadounidense esforzándose por explicar la política del presidente respecto a Israel. Los departamentos de medios de comunicación de la Casa Blanca y de otros gobiernos occidentales se dirigen a los medios tradicionales, pero ya no llegan a un segmento importante de sus votantes.

En los medios tradicionales podemos expresar nuestra indignación por las protestas en la Universidad de Columbia, o por las cartas escritas por académicos en apoyo de sus alumnos. Podemos burlarnos de los estudiantes o, lo que es peor, ofrecerles nuestra simpatía condescendiente. Pero lo más probable es que ni siquiera escuchen lo que decimos. Hablamos para nosotros mismos.

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