Me acosté pronto

Hice cálculos de la cantidad de pena de la que disponía y estuve dándole vueltas al modo de repartirla equitativamente entre la humanidad

Un hombre trata de dormir en su cama.José Miguel Sánchez (Getty)

Compré un lápiz muy afilado y al llegar a casa lo tiré a la basura por miedo a metérmelo en un ojo. No digo que me lo fuera a meter adrede, o sí, no sé, pero la imagen me producía desazón. Al día siguiente, vi el lápiz en mi escritorio. Alguien lo había rescatado del cubo pensando que había ido a parar allí por error. Le rompí la mina a fin de restarle agresividad y me dispuse a leer el periódico. En una localidad de Galicia, un sacristán había fallecido al caerle encima la imagen de un santo, no decía cuál. Qué ironía, pensé. Lo del...

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Compré un lápiz muy afilado y al llegar a casa lo tiré a la basura por miedo a metérmelo en un ojo. No digo que me lo fuera a meter adrede, o sí, no sé, pero la imagen me producía desazón. Al día siguiente, vi el lápiz en mi escritorio. Alguien lo había rescatado del cubo pensando que había ido a parar allí por error. Le rompí la mina a fin de restarle agresividad y me dispuse a leer el periódico. En una localidad de Galicia, un sacristán había fallecido al caerle encima la imagen de un santo, no decía cuál. Qué ironía, pensé. Lo del cáncer de Kate Middleton me produjo pena y sentimiento de culpa al mismo tiempo. Se trataba de un tumor que ni me iba ni me venía, cuando a un familiar que le ha salido un bulto no le dan hora hasta dentro de dos meses. Por la tarde, se lo comenté a mi psicoanalista y estuvimos hablando un rato de las metástasis sentimentales que provocan los medios.

—Debería controlar mis emociones —dije al fin.

La terapeuta emitió un sonido que no significaba nada y el resto de la sesión discurrió sin grandes avances.

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Al volver a casa, alguien había afilado el lápiz. Lo probé sobre un dedo y me salió una gota minúscula de sangre con la que emborroné una página del cuaderno de notas. Estuve observando un rato la mancha, que se parecía a las del test de Rorschach. Aunque era roja, tenía la forma de un cuervo negro. Mientras la observaba volvió a venirme a la cabeza la imagen del santo gallego. Se trataba de una talla enorme, de madera policromada, que pesaría 200 kilos, quizá más. Vi cómo esperaba disimuladamente la llegada del sacristán para dejarse caer sobre él. Somos tan dueños de las historias que se suceden en nuestras cabezas como Kate Middleton de los bultos que brotan en su abdomen. De todos modos, hice cálculos de la cantidad de pena de la que disponía y estuve dándole vueltas al modo de repartirla equitativamente entre la humanidad. Me fui a la cama pronto.

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