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Columna
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Nacionalidad a discreción

Entre los solicitantes del DNI hay adultos que llegaron hace décadas y décadas llevan contribuyendo a la economía del país de un modo mucho más provechoso que dando puñetazos

Pedro Sánchez Ilia Topuria
Pedro Sánchez recibía en La Moncloa al campeón de la UFC en la categoría de peso pluma, Ilia Topuria, el pasado 27 de febrero.MARISCAL (EFE)
Najat El Hachmi

Imagínate que estás con los trámites para obtener la nacionalidad española, que has esperado los 10 años de residencia ininterrumpida y demostrada mediante registro en el padrón, que has conseguido la preciada cita en el registro pagando tu buen dinerito al abogado especializado en el tema, que has reunido todos los documentos que te exigen y no te ha caducado ninguno mientras esperabas que llegara otro, que has pasado el test de cultura española que no pasan muchos diputados del Congreso, que has hecho todo esto y estás todos los días pendiente de la carta que, ¡por fin!, va a abrirte las puertas a la condición de ciudadano normal, uno más, sin nada menos, uno que ya no es extranjero, temporal, alguien que está de paso. Y olvidarte del kafkiano proceso. Imagínate que eres ese Ulises de la burocracia que ha superado todas las pruebas y cuando estás a punto de llegar a Ítaca ves que otro salta veloz a la orilla sin tener que pasar por todo lo que tú has pasado, arribando ligero a la anhelada isla de la ciudadanía plena. No le envidias; es que no entiendes que las normas no sean iguales para todos. El último de estos agraciados lo ha sido por bendición del mismísimo presidente del Gobierno y se llama Ilia Topuria. ¿El importante mérito que ha rescatado su expediente de debajo del montón de carpetas? Darse de puñetazos con otros hombres y ganar peleas, ir a El Hormiguero, pedir allí la nacionalidad y que el presidente escuche y atienda su demanda.

Ahora mismo habrá miles de personas en España esperando, como esperaba Topuria, que su carpeta salga del montón y se resuelva su situación administrativa, pero como no saben pelearse bien con otros, ni jugar al fútbol, ni tienen dinero para obtener una visa oro, su angustia casi existencial (¿qué hay más existencial que vivir en los márgenes engrosando las filas de los que están, pero todavía no son?) se hace invisible a los ojos de Pablo Motos o Pedro Sánchez. Entre los solicitantes del preciado documento hay adultos que llegaron hace décadas y décadas llevan trabajando y contribuyendo a la economía del país de un modo mucho más provechoso que dando puñetazos y patadas o persiguiendo pelotitas. Pero no hay campeonatos de albañiles, ni camareros, ni de señoras de la limpieza. Y aunque los hubiera, la anormalidad está en el hecho de otorgar así la nacionalidad, por aplauso popular. La igualdad de todos los españoles ante la ley debería empezar por la misma puerta de entrada a la ciudadanía. Lo contrario es injusta discriminación y favoritismo a discreción.

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