‘Zona de interés’: monstruos no tan evidentes

La contención de la película de Jonathan Glazer es inversamente proporcional a su potencia

Una imagen de 'La zona de interés', con el jardín de la casa del comandante de Auschwitz y, al fondo, el campo de exterminio.

A pocos de estrenarse en la Argentina, donde vivo, la película Zona de interés, de Jonathan Glazer, ya se exhibía en pocas salas. No tuvo el favor del público. Fui a verla el domingo. Repasa algunos días en la vida de Rudolf Höss, el comandante nazi a cargo de Auschwitz, durante 1943. Ya se s...

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A pocos de estrenarse en la Argentina, donde vivo, la película Zona de interés, de Jonathan Glazer, ya se exhibía en pocas salas. No tuvo el favor del público. Fui a verla el domingo. Repasa algunos días en la vida de Rudolf Höss, el comandante nazi a cargo de Auschwitz, durante 1943. Ya se sabe: nada se ve del centro de exterminio, excepto el muro que lo separa de la confortable casa del señor Höss, su mujer y sus hijos; nada se ve de la masacre salvo el humo negro de las chimeneas. Con ese fuera de campo, Glazer inyecta una materia glacial: lo que se ve ―paseos en bote, remoloneos en el jardín― se vuelve monstruoso por el efecto de lo que no se ve. La contención de la película es inversamente proporcional a su potencia. Hay escenas de horror semántico (dos hombres van a ver a Höss para proponerle un dispositivo de incineración más eficaz y hablan de “las piezas” para referirse a los judíos); hay momentos simples de crudeza abismal: papi Höss, para llegar a su trabajo, sólo tiene que atravesar la puerta de su casa, subir a su yegua y caminar tres pasos hasta el portón de Auschwitz. Pero la proeza mayúscula de Glazer consiste en haber logrado que la monstruosidad de Höss quede a la sombra de la de su mujer. Esa señora pulcra emana una bestialidad execrable hecha de gestos higiénicos, inhumanos. Si Höss es una bestia, su mujer es un parásito que se alimenta del rastro que él deja sobre la tierra. Se apropia de tapados de visón de las judías, le dice a su marido que si “encuentra” chocolates “por ahí” se los lleve, vive cuidando su jardín como si al otro lado del muro funcionara una panadería. Cuando Höss le comunica que van a trasladarlo a otra ciudad, ella lo conmina a impedir que les quiten la casa: quiere quedarse allí, con su invernadero y sus lechugas. Al terminar la película no hubo comentarios elogiosos. Un hombre dijo: “Es de guerra, ¿dónde están los tiros?”. Los llevaba yo. Todos en la frente. Listos para atravesarme la razón.

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