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JAIR BOLSONARO
Columna
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El canto del cisne de Bolsonaro que mantiene encendido el fuego de la extrema derecha

Lo que no se puede ignorar al hablar de la extrema derecha golpista del expresidente brasileño es que sigue contando con millones de evangélicos disciplinados y de empresarios aún fieles

Jair Bolsonaro
El expresidente brasileño Jair Bolsonaro en la manifestación de este domingo, en São Paulo.Sebastiao Moreira (EFE)
Juan Arias

En el peor momento de su vida política, acosado por acusaciones graves de haber preparado un golpe de Estado para anular la victoria de Lula y con un pie en la cárcel, Bolsonaro quiso jugárselas todas acudiendo a la calle convocando a sus fieles con su catecismo en la mano de Dios, patria, familia y libertad.

Bolsonaro, como él mismo afirmó, quiso presentar al país y al mundo “una foto” que revelase plásticamente que su ejército de seguidores sigue intacto. Y escogió el escenario de las grandes manifestaciones nacionales: la mítica avenida de São Paulo, que puede albergar hasta un millón de personas.

Fue una apuesta de alto voltaje de riesgo. El Ejército ha sido cooptado por Lula, quien ha mantenido todos los privilegios de la institución, mismos que había recibido de Bolsonaro. Si la manifestación le fallaba, si se acababa sin foto de una multitud aclamándole sería su final más infausto. A pesar de ello, el excapitán expulsado del Ejército quiso arriesgar. Él es paracaidista de profesión y se lanzó sin pensarlo al abismo como la última de sus bravatas antes de ser encarcelado.

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Para no ser tachado de loco por los suyos había anticipado que en el acto de São Paulo no sería polémico y defendería la libertad de expresión y la Constitución. Y así lo hizo. Aún así resbaló varias veces y para defender que no había instigado ningún golpe militar dijo que siempre se había atenido a la letra de la Constitución que prevé una declaración de sitio en situaciones excepcionales.

Quizá el mayor triunfo de Bolsonaro y de su apuesta arriesgada en la convocatoria de la manifestación puede resumirse en tres capítulos positivos para él: que se discuta si asistió medio millón de personas, quedándose en una media de las grandes manifestaciones del pasado que cambiaron el rumbo de la política. La oposición apostaba que, numéricamente, la manifestación sería un fracaso.

Segundo, que los cientos de miles acudieron, disciplinados a la cita, sin carteles contra el Gobierno o contra el Supremo, como él les había pedido. Le obedecieron. Y tercero que allí mismo nació y casi fue consagrado como un posible sucesor suyo, de una derecha no extremista ni golpista pero sí dura. Se trata del actual gobernador del Estado de São Paulo, que equivale con sus 40 millones de habitantes a ser presidente de España: Tarcísio Freitas. Fue militar, de los pocos que habló a la multitud y que confesó: “Yo no era nadie. Bolsonaro me hizo ministro y hoy he llegado a lo que soy”. Y es, según la mayoría de los analistas políticos, el candidato en 2026 a las presidenciales. Sobre todo porque Tarcísio representa no solo a la extrema derecha bolsonarista, sino a la derecha como tal, sin los extremismos de su padrino.

Tanta es hoy su importancia que hasta Lula ya tentó una aproximación a él. Ambos fueron a visitar una de las zonas devastadas en São Paulo por las lluvias, algo que entonces llamó la atención hasta del partido de Lula, el PT, y de toda la izquierda. Y es que Lula ya intuyó entonces, con su olfato político, que Tarcísio se estaba gestando como un posible sucesor de Bolsonaro, pero sin ser golpista.

Y junto con Tarcísio Freitas el otro protagonista y hasta organizador material de la manifestación fue el poderoso Silas Malafaia, pastor evangélico de una de las iglesias evangélicas más poderosas y uno de los empresarios más ricos del país.

Todo lo que Bolsonaro no quiso, ni podía decir durante la manifestación, como un ataque frontal al Supremo, lo dijo sin tapujos el poderoso pastor evangélico, convencido que no tendrían valor para detenerle.

Lo que no se puede ignorar al hablar de la extrema derecha golpista de Bolsonaro es que sigue contando con millones de evangélicos disciplinados y de empresarios aún fieles a él, convencidos de que la izquierda persigue a su líder Bolsonaro por defender los valores tradicionales de la familia, de Dios y de la patria. Y cuando se habla de Dios y de la Biblia con relación a los evangélicos nos referimos al Antiguo Testamento, el de la venganza y las guerras, al de la teología del “ojo por ojo y diente por diente”, no el que bendice a los pacíficos y exige el perdón a los enemigos.

Una palabra resonó preñada de significado en la manifestación promovida por Bolsonaro y que adquirió importancia. Fue cuando Bolsonaro pidió “la amnistía” para todos los aún encarcelados y que están siendo juzgados acusados de haber participado al vandalismo de las sedes de los tres poderes en Brasilia, destruyendo todo un patrimonio artístico nacional en un gesto claramente golpista.

En realidad, Bolsonaro, que sabe que antes o después le espera la cárcel, al pedir dicha amnistía para los suyos que están ya siendo juzgados, estaba subliminalmente pidiendo dicha amnistía para él, a cambio de dejar de acusar a las instituciones democráticas, de atacar a la Constitución y de seguir con sus añoranzas de un nuevo régimen militar y antidemocrático.

Ahora toca al Gobierno de Lula analizar la gesta bolsonarista y decidir si lo mejor es actuar para frenar ese bolsonarismo que sigue vivo y dividiendo al país, juzgando y encarcelando al líder o ir dejando que se disipen los nubarrones de intimidación de la extrema derecha, con el peligro de que pueda resurgir como una ave fénix que se creía muerta, pero que la manifestación multitudinaria ha revelado que se resiste a morir.

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