_
_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El discurso del Rey visto por una exiliada

Felipe VI es consciente del peligro de que un país, por muy unido que esté en su satisfacción por el camino recorrido desde el fin de una dictadura, se divida por interpretaciones contrarias y desavenencias políticas

Felipe VI, durante su discurso de Navidad.
Felipe VI, durante su discurso de Navidad.Ballesteros (Pool)
Gioconda Belli

Para una persona como yo, que proviene del universo alternativo de naciones como Nicaragua donde la democracia no pasa de ser una esperanza y que incluso cuando se realiza es tan frágil y efímera como una mariposa y deriva en tiranía, escuchar el mensaje navideño del Rey Felipe VI es entrar dentro de otra dimensión. El Rey es un hombre sereno, bien parecido, dueño de una voz pausada propia de una autoridad familiar que le viene de siglos y que asume de manera natural. Es el hombre que hemos visto obedecer al amor al casarse y ser un padre afectuoso y cercano para sus hijas. Algo tiene la tradición que seduce, por mucho que uno comprenda las contradicciones de su procedencia. Ver al Rey en este primer año en que escucho su mensaje como habitante de España, donde ahora vivo, me inspiró respeto por la institucionalidad que representa. Las diversas facetas de la democracia española me han parecido dignas y sobresalientes. El mensaje del Rey, en un momento de tensiones como el que vivimos, me pareció muy pertinente. Sentí que es consciente del peligro de que un país, por muy unido que esté en su satisfacción por el camino recorrido desde el fin de una dictadura, se divida por interpretaciones contrarias y desavenencias políticas. En los últimos años hemos sido testigos en el mundo del efecto trepidante que tienen las palabras en boca de personas públicas que no miden aquello de que “quien siembra vientos, cosecha tempestades”. Hemos visto discursos desmesurados sacar a flote las pasiones y frustraciones cotidianas de los oyentes y afilarlas con insidia para generar odio y enemistad donde antes solo había diferencias de opinión. Los que desatan esas corrientes se fascinan con el poder de sus arengas. Quizás no se percaten, al inicio, de las tormentas que siembran, pero una vez desatado el vendaval no logran evitar la fascinación del empoderamiento que les causa el eco de sus rugidos.

Las desigualdades sociales, el creciente individualismo, las presiones del consumismo, el racismo, el sexismo y tantos más ismos; la retroalimentación del despecho que amplifican las redes sociales, ha creado un caldo de cultivo para las tormentas perfectas que sacrifican la madurez y la ecuanimidad en aras de agendas iracundas. Como hemos visto en Estados Unidos, un solo individuo, inescrupuloso con la verdad, ha logrado generar un fenómeno de masas que ha puesto en jaque el funcionamiento de una de las democracias más consolidadas de Occidente.

Entiendo y concuerdo con la percepción del Rey de que la excepcionalidad de este país merece cuidarse, como un tesoro urdido tras mucho esfuerzo y dolor.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites
_
Tu comentario se publicará con nombre y apellido
Normas

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_