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editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Superliga, monopolio y mérito

La justicia europea falla contra el veto de la UEFA y la FIFA a una competición que sigue despertando reparos deportivos

Florentino Perez, presidente de Real Madrid, Bernd Reichart, CEO de A22 Sports Management y Joan Laporta, presidente del FC Barcelona.
Florentino Perez, presidente de Real Madrid, Bernd Reichart, CEO de A22 Sports Management y Joan Laporta, presidente del FC Barcelona.Óscar J. Barroso (Europa Press/ Getty Images)
El País

El Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE) revolucionó ayer el mundo del fútbol con una sentencia que cuestiona su propia estructura organizativa. Efectivamente, el proceso judicial que da lugar a este pronunciamiento enfrenta a la FIFA y la UEFA contra la Superliga, que tiene por objeto organizar y comercializar una nueva competición europea de fútbol alternativa a las organizadas por los dos organismos citados. El Tribunal de Luxemburgo se aparta de las conclusiones del Abogado General, algo que no resulta común, para confirmar que FIFA y UEFA son un monopolio y, como tal, disponen de un poder normativo y sancionador propio de una posición dominante incompatible con el Derecho de la Unión Europea, que defiende la libre competencia. El fallo ofrece las claves para resolver un proceso judicial —iniciado en un juzgado de lo mercantil en España— que no podrá impedir la creación de un proyecto deportivo como el de la Superliga.

El pronunciamiento del TJUE recuerda que el exclusivo poder de la FIFA y la UEFA no cumple las exigencias que los Tratados de la Unión Europea imponen a toda actividad económica. Además de un deporte de gran relevancia social, cultural y mediática, el fútbol también es un negocio particularmente rentable, y como tal ha de ajustarse a las reglas que rigen cualquier actividad económica. Eso es lo que dejó claro ayer la justicia europea.

Con todo, los pronunciamientos de la justicia europea no invalidan los serios reparos que desde perspectivas distintas a la jurídica sigue provocando la creación de una nueva competición deportiva como la Superliga, que en su configuración inicial estaba compuesta exclusivamente por 12 clubes de entre los más ricos y laureados de Europa. Solo Real Madrid, Barcelona y Juventus insistieron en la iniciativa original, pero su nueva estructura, anunciada también ayer, pretende contar con 64 clubes masculinos repartidos en tres divisiones y 32 femeninos repartidos en dos.

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No se puede ignorar que una de las consecuencias de la sentencia del Tribunal de Luxemburgo podría ser el reforzamiento ilimitado del poder de algunos clubes en sustitución del poder monopolístico que ahora concentran las federaciones nacionales y sus asociaciones internacionales. La otra implicación, y acaso la más importante, cuestiona la sostenibilidad del modelo europeo del deporte. Que, con justicia, no se admitan monopolios en la organización del fútbol no debe impedir que se busque la mejor forma de preservar los elementos virtuosos de un modelo basado en el carácter abierto de las competiciones, en las que se participa aplicando como criterio el mérito deportivo y no la supremacía histórica o económica.

La Superliga es un freno para el crecimiento de las competiciones nacionales. El fútbol profesional es la gran industria del ocio en España y en muchos países y los impulsores del nuevo modelo deben explicar cómo afectaría a los ingresos por los derechos de televisión, a los patrocinios y a la venta de abonos y entradas de esas competiciones. El nuevo modelo descapitaliza los torneos domésticos e impacta en la economía de los clubes y en la legítima ilusión de millones de aficionados por ver competir a sus equipos en el mejor campeonato posible. Sea cual sea su nombre, sea cual sea su presupuesto.


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