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COLUMNA
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¿Dulce Navidad?

Hoy soy yo, ya vieja, quien me atrevo a recomendar la doctrina de los míos: sentarse unos a la paz de los otros y reír y llorar juntos. Nada dura para siempre y, mal que bien, estamos vivos

Mesa decorada para una celebración navideña.
Mesa decorada para una celebración navideña.saquizeta (Getty Images/iStockphoto)
Luz Sánchez-Mellado

Mi padre, Ángel por buen nombre, tenía azúcar. Como su madre y muy señora suya, mi abuela Gabina. Que eran diabéticos ambos, vamos, dicho en el habla, tan deudora de Don Quijote como de Sancho Panza, de su pueblo manchego. En las sobremesas navideñas, con el café y los dulces por testigos, bromeaban echándose el uno al otro la culpa de su desgracia, porque madre e hijo eran igual de galguísimos, o sea, golosos, y se les iban las manos al turrón en cuanto les quitábamos el ojo. La madre culpaba al hijo, un lechón de cinco kilos gestado a base de pan con pan en el año del hambre de la posguerra, que, al nacer, la dejó, además, cegata perdida y con un prolapso uterino que se sujetaba con las bragas apretadas hasta los sobacos. Y el hijo acusaba a la madre por lo de los genes que le explicó el endocrino cuando, después de desmayarse en la consulta con los resultados de los análisis, le dijo que lo suyo era glucemia —glu-ce-mia— y no leucemia, como había entendido. Total, que, a cuenta del mal que les acortó la vida, acababan muertos de la risa y la pena, porque en los refranes de su pueblo, y en los de todos, la pena y la risa son compatibles.

Pienso mucho en mi padre y mi abuela en estas hiperazucaradas vísperas de lo que se nos viene encima. Mi papá y mi yaya llegaron a tiempo al engañabobos de los dulces sin azúcar y de ponerse ciegos de esa metadona para lidiar con la implacable ley de vida que nos acecha a todos. Un diagnóstico fatal. El dolor de los tuyos. Una espada contra una pared. Duelos y quebrantos del cuerpo y del alma que casi nunca faltan. Hoy, ya vieja, soy yo quien me atrevo a recomendar la doctrina de los míos. Sentarse unos a la paz de los otros y reír y llorar juntos. Feliz Navidad, con o sin azúcar. Nada dura para siempre, el 7 de enero está a la vuelta de la esquina y, mal que bien, estamos vivos. De mi abuela me queda su retranca y sus gafas de culo de vaso. De mi padre, el verlas venir y la melancolía. Hubiera cumplido 84 años en 2024 y lleva 17 criando malvas. No me repongo.

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Sobre la firma

Luz Sánchez-Mellado
Luz Sánchez-Mellado, reportera, entrevistadora y columnista, es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense y publica en EL PAÍS desde estudiante. Autora de ‘Ciudadano Cortés’ y ‘Estereotipas’ (Plaza y Janés), centra su interés en la trastienda de las tendencias sociales, culturales y políticas y el acercamiento a sus protagonistas.
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