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Despedir a un amigo

Ustedes no conocen a Rafael Moll, pero les hizo felices y este sábado a primera hora, inesperadamente, supe que había muerto hacía pocas horas

Funeral del cantante irlandés, Shane MacGowan, en Tipperary (Irlanda) el pasado 8 de diciembre.
Funeral del cantante irlandés, Shane MacGowan, en Tipperary (Irlanda) el pasado 8 de diciembre.KAREN COX (REUTERS)
Jordi Amat

Si son de sensiblera lágrima fácil, llorarán a mares con los videos del funeral del cantante irlandés Shane MacGowan —el que fuera compositor y vocalista de The Pogues—. Fue la semana pasada en la iglesia de St. Mary of the Rosary. Una comunidad emocionada, congregada para despedir a un ser querido, se reencontraba para compartir la memoria y la vida que continúa a través de la música que nos hace humanos. Hay un instante de la celebración que nunca podré olvidar. Dense el gustazo esta Nochebuena de verlo con la gente que quieren y una copa de cava en la mano. El gigantón Glen Hansard, de pie en el altar con una guitarra acústica y acompañado de músicos que harán resonar sonidos tradicionales, canta el villancico borrachín de la tristeza, el amor y la derrota que es la magistral Fairy Tale Of New York. La pieza arranca lenta, pero no tarda en volverse festiva y el diálogo cantado con la mujer, que interpretó Lisa O’Neill, concentra esa extraña sensación de saber que, a pesar de los pesares, a pesar de la amargura, vale la pena vivir la vida. Hacia el final de la interpretación, la familia de MacGowan saltó del primer banco y se puso a bailar alrededor del féretro. Cuando lo vi, instantáneamente, pensé en él.

Ustedes no conocen a Rafael Moll, pero les hizo felices, era buen amigo y ayer sábado a primera hora, inesperadamente, supe que había muerto hacía pocas horas. Había pensado en Moll la semana pasada porque él organizó otro funeral que también se transformó en la celebración de la vida. Cuando murió el mítico cantante del underground Pau Riba no se sabía muy bien qué hacer. El productor Moll hizo llamadas, habló con la familia, lo montó en un par de días. Al final de la celebración dos de los hijos de Riba, músicos como su padre, interpretaron Noia de porcellana. La gente, a pesar de llevar mascarilla, la susurraba, hasta que los hijos se pusieron de pie e invitaron a todos los reunidos a cantar, a bailar y a aplaudir. Moll estaba en una esquina sin buscar protagonismo alguno. Era su lugar y era feliz. Por un instante pareció que podía haber un tumulto en torno al féretro de Riba. Se le acercó un trabajador del tanatorio desconcertado mientras la gente bailaba y le pidió que ordenase aquello para que no hubiese un lío con el ataúd. Organizó el desfile, todo acabó bien y él sintió que había cuidado un legado cultural del que se sentía parte y que fue lo esencial en su vida.

La última vez que lo vi exultamos felicidad. Era de noche en las Ramblas. Ese día no hablamos como siempre de sus artistas y de su obra: la producción de los discos de los primeros ochenta de su admirado Serrat, esa catedral del pop español que es el arranque de El Último de la Fila, de su gran amigo Jaume Sisa. Tampoco de Gato Pérez, al que adoraba, ni de otra celebración: el medio siglo de la Sala Zeleste donde se reinventó la música moderna en Barcelona y que le tuvo a él como director artístico. Habíamos asistido a otra liturgia de despedida: la aparición de un resucitado, el último concierto de Bob Dylan en el Liceu. Antes de empezar la ceremonia, en la platea, nos saludamos y se sacó del bolsillo una hoja donde llevaba impreso el repertorio que Dylan repite cada noche en esta gira. Luego, ya en la calle, sonreíamos porque habíamos podido escuchar esa versión no prevista de Not fade away y me enseñaba por qué el bajista era el mejor de la banda. “M’entens?”, me preguntaba. Claro que te entiendo, Rafael, joder, que lo hemos vivido. El 20 de octubre le mandé un enlace de un concierto de Dylan en St. Louis donde versionó a Chuck Berry. “En el fondo es un sentimental”, me respondió. El 30 de octubre le mandé otro para que escuchase la versión que hizo de Dance me to the end of love de Leonard Cohen en Montreal. Ahora entiendo por qué no contestó.

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Amigo Moll, mil gracias, ha sido un lujo. Esta Nochebuena cantaremos Quaselvol nit pot sortir el sol, luego bailaremos una rumba, contaremos las estrellas y brindaremos por ti.


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Sobre la firma

Jordi Amat
Filólogo y escritor. Ha estudiado la reconstrucción de la cultura democrática catalana y española. Sus últimos libros son la novela 'El hijo del chófer' y la biografía 'Vencer el miedo. Vida de Gabriel Ferrater' (Tusquets). Ejerce la crítica literaria en 'Babelia' y coordina 'Quadern', el suplemento cultural de la edición catalana de EL PAÍS.
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