En blanco
No hay arte que se pudra más pronto que la literatura, ni opinión que no corra el peligro de convertirse con el tiempo en una basura ideológica
Cuando me preguntan si a la hora de escribir tengo miedo al folio en blanco, contesto que el miedo lo tengo al folio ya escrito. Una página en blanco te da la oportunidad de demostrar tu talento o al menos todavía no ha puesto en evidencia que eres un escritor mediocre. Por mi parte siento una vergüenza insoportable cuando releo cosas que escribí hace muchos años. Sometido a la tiranía de la corrección política actual y a la inquisición inapelable de las redes, descubro que palabras que entonces se aceptaban sin más hoy resultan ofensivas o impúdicas; expresiones que no hace tanto eran de uso común hoy hieren los ojos al leerlas. Pero ese bochorno no es nada si eres un periodista o escritor que vertía opiniones políticas con una convicción inexorable, de las que hoy abominas y queda patente ante los lectores los bandazos a derecha e izquierda que has tenido que dar hasta encontrar la garita nutricia o los elogios que le dedicabas a cualquier gerifalte que luego resultaría ser un sujeto abominable. Es lógico el terror ante el folio escrito, puesto que no hay arte que se pudra más pronto que la literatura, ni opinión que no corra el peligro de convertirse con el tiempo en una basura ideológica. En cambio, la página en blanco te dio ocasión un día para describir la mirada sostenida de aquella chica que dio lugar a una larga pasión, la brisa de una noche de verano en la playa que traía música de una verbena, el color dorado de membrillos en otoño, el aroma de las manzanas que llenaba el aire de la cocina, la gota metálica del deshielo que caía del cobertizo en primavera sobre la leña mojada. Con el tiempo ese lirismo ridículo ha adquirido un valor perenne, porque todo el mundo participa de esas sensaciones leves y efímeras. La página en blanco te permite ser inmortal. “Canta, oh, diosa, la cólera de Aquiles”, escribió en ella uno que después se llamaría Homero.
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