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COLUMNA
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Plegaria para aguantar el horror

En este momento en que por todas partes estallan el odio y la violencia, no hay lugar para celebrar la vida como la celebraba el señor Palomar de Italo Calvino

Un palestino lleva a un hombre herido tras un ataque israelí en Rafah, en el sur de la franja de Gaza.
Un palestino lleva a un hombre herido tras un ataque israelí en Rafah, en el sur de la franja de Gaza.SAID KHATIB (AFP)
José Andrés Rojo

Detenerse en las cosas, parar un momento, dejarse arrastrar por cualquier minucia, o darle una vuelta a cuanto ocurre pero sin una dirección precisa, ni con urgencia alguna por encontrar certezas o certidumbres. Delante del mar, por ejemplo, no mirar las olas, sino fijarse en una en concreto y seguirla con suma atención. Es lo que hacía el señor Palomar, el personaje de Italo Calvino: “Un poco miope, distraído, introvertido, no cree pertenecer a ese tipo humano que suele ser calificado de observador”. Italo Calvino nació hace 100 años, el 15 de octubre de 1923, y quizá no sea una mala idea acudir al señor Palomar para que nos acompañe de nuevo, o lo acompañemos nosotros en sus diferentes tareas y recorridos y reflexiones que son una manera de celebrar la vida, que tanta falta nos hace.

Palomar (Alianza) es una discreta invitación a entrar en un tiempo distinto. Una manera de devolverle el valor a lo que hay, y es como si sobre el papel de fotografía que se ha introducido en el líquido de revelado fueran apareciendo las formas poco a poco y cobraran sentido. Y de pronto se frenara el enloquecido ritmo en el que se vive habitualmente y hubiera tiempo para la lentitud y para el asombro.

El señor Palomar mira una ola y la sigue en su recorrido, más tarde se preguntará cuáles pueden ser las sensaciones de dos tortugas cuando se acoplan. Se da un baño vespertino en el mar, disfruta con el silbido de un mirlo y comprende, frente al césped de un jardín, que “contar las briznas de hierba es inútil, nunca se llegará a saber cuántas son”. Levanta la vista y ve la Luna y también las estrellas y contempla Marte por un telescopio y se sorprende al comprobar que es mucho más desconcertante de lo que parecía a primera vista. Las palomas de Roma, el geco que reclama su atención en una pared cuando está viendo en casa la televisión, el vuelo de los estorninos. El señor Palomar va de compras y se entusiasma con la cantidad de quesos que encuentra en una tienda de París. Visita el zoo de Barcelona y mira a Copito de Nieve y encuentra en él “una lenta mirada cargada de desolación y paciencia y tedio, una mirada que expresa toda la resignación de ser lo que se es”.

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“Sólo después de haber conocido la superficie de las cosas”, piensa el señor Palomar, “se puede uno animar a buscar lo que hay debajo. Pero la superficie de las cosas es inagotable”. Y es entonces cuando, pese al ritmo que imponía el personaje de Italo Calvino con sus tranquilas y sofisticadas consideraciones, vuelve inevitablemente ese desgarro que producen las imágenes de estos días. La superficie de las cosas es hoy solo violencia y violencia y horror y dolor e insensatez. Y cuanto uno observa vuelve a aparecer una y otra vez, como si ya no hubiera manera de darle la vuelta a lo que sucede y adivinar ese otro mundo que el señor Palomar iba celebrando paso a paso. Ya solo existe el infierno. “Cada uno está hecho de lo que ha vivido y del mundo donde lo ha vivido, y esto nadie puede quitárselo”, dice también el señor Palomar. Por eso existe tanto odio acumulado y, por eso, resulta inevitable tirar de la manga de su chaqueta para caer junto a él al suelo de rodillas y entonar una plegaria. Una plegaria que, como todas las plegarias, será desatendida.


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Sobre la firma

José Andrés Rojo
Redactor jefe de Opinión. En 1992 empezó en Babelia, estuvo después al frente de Libros, luego pasó a Cultura. Ha publicado ‘Hotel Madrid’ (FCE, 1988), ‘Vicente Rojo. Retrato de un general republicano’ (Tusquets, 2006; Premio Comillas) y la novela ‘Camino a Trinidad’ (Pre-Textos, 2017). Llevó el blog ‘El rincón del distraído’ entre 2007 y 2014.
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