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editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Freno al mesianismo

Argentina tendrá que elegir en segunda vuelta si pone coto definitivo a las propuestas del ultraderechista Javier Milei

El candidato Sergio Massa saluda a sus seguidores en la noche electoral del domingo, en Buenos Aires.
El candidato Sergio Massa saluda a sus seguidores en la noche electoral del domingo, en Buenos Aires.MARIANA NEDELCU (REUTERS)
El País

Argentina ha frenado a la ultraderecha. El candidato del peronismo gobernante, Sergio Massa, ganó contra todo pronóstico la primera vuelta de las elecciones presidenciales del domingo. Sumó el 36,6% de los votos y contuvo la ola de Javier Milei, el aspirante que desde hace meses acapara toda la atención política en el país. Milei obtuvo el 30% de los sufragios con un programa de propuestas radicales: la dolarización de la economía, la supresión del Banco Central y de los ministerios de Salud, Educación y Obras Públicas, el libre uso de armas y hasta la posibilidad de legalizar la venta de órganos.

El líder de La Libertad Avanza es además un negacionista del cambio climático y del terrorismo de Estado de la dictadura justo cuando se cumplen 40 años de la recuperación de la democracia. Tras él se alinearon sectores sociales de clase media y media baja hartos de las crisis económicas y del descrédito de los políticos. También las fuerzas internacionales más ultrapopulistas, como Donald Trump en Estados Unidos, Jair Bolsonaro en Brasil o José Antonio Kast en Chile. A ellos se unió ayer la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso.

El votante de Milei es sobre todo varón y muy joven. Su incendiario discurso, condimentado con una estética de estrella del rock y frases efectistas como “la casta tiene miedo” o “que se vayan todos”, sedujo a los que parecen dispuestos a dinamitar las estructuras del sistema con tal de conseguir un cambio. Los resultados electorales demostraron, sin embargo, que el uso de una motosierra para promover las ideas, como hace Milei, goza de un predicamento limitado en la sociedad argentina.

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Massa tiene ahora ante sí la tarea de atraer los votos de todas las fuerzas democráticas. Sobre todo, a los seis millones de argentinos (24% de los sufragios) que el domingo optaron por Patricia Bullrich, la representante de la alianza conservadora Juntos por el Cambio. Bullrich, ministra de Seguridad del presidente Mauricio Macri entre 2015 y 2019, adelantó que no está dispuesta a ceder sus apoyos al peronismo, al que acusa de todos los males. Sin decirlo, en la noche electoral abrió la puerta a un acuerdo con Milei con tal de “terminar con el kirchnerismo”. Su mentor, Macri, ya había coqueteado con el candidato ultra, al que considera cercano a sus ideas. No descartó, incluso, apoyar desde el Congreso las leyes impulsadas por un eventual Gobierno de La Libertad Avanza.

No obstante, en política los votos no son de los candidatos. Bullrich, en cualquier caso, no podrá manejar fácilmente a su electorado, una masa heterogénea aglutinada en torno al republicanismo y los valores liberales. Si esos votantes ven en Milei un riesgo para la democracia, podrían estar dispuestos a sacrificar parte de sus principios y votar por el hombre elegido por el Gobierno.

El lastre de Massa es, sin duda, grande; y su desafío, enorme. Como ministro de Economía no ha podido dar respuestas contra la inflación disparada, el crecimiento de la pobreza y la caída del PIB. Pero una crisis económica, por grave que sea, no puede servir de excusa para soluciones extremas que pongan en peligro consensos básicos como la convivencia, el respeto al rival, la protección de los excluidos y las minorías y la defensa de los derechos humanos. Argentina ha puesto un límite al mesianismo, al menos por ahora. Es importante que, con el acuerdo de todas las fuerzas políticas que defienden la democracia, ese muro de contención se fortalezca en la segunda vuelta del 19 de noviembre.

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