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EDITORIAL
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Los límites de la biomedicina

La bioética debe controlar la investigación médica sin paralizarla

Embrión porcino
Un embrión porcino de 28 días, con un esbozo de riñón humano. Foto cedida por GIBH. GIBH
El País

La investigación en biomedicina no deja de producir destellos asombrosos, casi literarios. El último que hemos conocido es un paso de gigante hacia la generación de órganos humanos en cerdos. Un equipo de científicos chinos, en el que figura un médico español, ha retrasado el reloj de células de la piel para convertirlas en células madre, las ha introducido en embriones de cerdo incapaces de formar sus propios riñones y ha visto que las células forman un riñón humano rudimentario. El experimento está aún muy lejos del sueño —pesadilla para algunos— de fabricar riñones humanos para trasplantes, pero es evidente que supone un avance hacia ese objetivo. La investigación, por este y otros laboratorios, lleva más de seis años en marcha. Y va cumpliendo su calendario. Es hora de que la opinión pública empiece a debatir esa perspectiva.

Los científicos no se han vuelto locos. Los 150.000 trasplantes de órganos que se hacen en el mundo cada año son insuficientes. Solo en Estados Unidos hay 100.000 pacientes en lista de espera para un trasplante. Cada día mueren 17 de ellos. Si la ciencia logra cultivar órganos humanos en cerdos u otros animales podrá ofrecer una vida a muchas personas que ahora están condenadas a morir. Los objetivos de la investigación están bien claros.

Hay, sin embargo, objeciones éticas incluso dentro de la comunidad científica. Los críticos con estas investigaciones están preocupados por dos cosas. La primera es la posibilidad de que las células humanas migren del riñón a otros órganos del cerdo. Si esa migración fuera masiva y, sobre todo, si afectara al cerebro del animal, habría que definir qué proporción de células humanas convertiría al cerdo en sujeto de un tratamiento ético y jurídico especial. La segunda es que las células humanas colonicen las gónadas y, por tanto, puedan generar una estirpe de híbridos entre cerdo y humano o algo similar. Son críticas legítimas porque esbozan una lista de peligros que convendrá evitar mientras la investigación avanza. Pero no constituyen un argumento para detenerla.

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El principio de precaución —ante la duda, no hacer nada— es un arma de doble filo. Suele parecer una postura sensata a corto plazo, pero su aplicación sistemática habría impedido cualquier avance científico de los últimos tiempos. El genoma humano no se habría secuenciado, las células madre no habrían revolucionado la biomedicina y la edición genética que subyace a nuevos tratamientos contra el cáncer no habría visto la luz. La intervención de la bioética es necesaria en áreas de exploración que están llamadas a afectar a la vida y a la salud de las personas, pero no puede consistir en oponerse a todo apelando a escenarios imaginarios de película de terror. Si la ciencia puede usarse para generar daño, detener su avance puede ser más dañino aún.

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