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LEYENDO DE PIE
Columna
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María Corina y los potables

Una carroza de precandidatos, una ‘troupe’ de exhibición, que vindica mal la idea de que en Venezuela rige una democracia

María Corina Machado, candidata en las elecciones primarias de la oposición en Venezuela, este miércoles en Caracas.
María Corina Machado, candidata en las elecciones primarias de la oposición en Venezuela, este miércoles en Caracas.LEONARDO FERNANDEZ VILORIA (REUTERS)
Ibsen Martínez

El sentimiento moral que en la actualidad une a los venezolanos es el de una amarga aquiescencia hacia Nicolás Maduro y todo lo que su nombre encierra.

Dentro y fuera del país, muchos asienten a la realidad, al parecer inconmovible, de que la tiranía ha de durar para siempre, que nada podrá impedir que quienes han podido dilapidar la riqueza que nos trajo el boom de precios petroleros más prolongado del último siglo, sojuzgado a dos generaciones y desterrado a más la cuarta parte de la población que hoy debería ser de 31 millones, puedan seguir enseñoreados de un país donde a más de 300 presos políticos se les ha negado el debido proceso y se registraron más de 800 ejecuciones extrajudiciales, contando solamente el año 2022.

La pobreza a la que, en todos los órdenes de la vida, se ha reducido en menos de un cuarto de siglo lo que fue un país inmensamente rico, una vivaz nación de ilimitadas posibilidades, y que hoy tiene a Haití como único parangón continental, ahoga el ánimo de quienes aún puedan llamarse los más afortunados de nuestra diáspora.

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En este trance de precariedad y agostamiento, vuelve a anunciarse una elección presidencial. De ganar la reelección en 2024, Nicolás Maduro, quien en 2013 lucía como improbable sucesor de Hugo Chávez, asegurará el poder ¡hasta 2030! ¿Qué ofrece ante esa lúgubre perspectiva la oposición política venezolana? Una carroza de precandidatos, una troupe de exhibición, que vindica mal la idea de que en Venezuela rige una democracia.

Después del fiasco de Juan Guaidó y su ficcional Gobierno interino que duró todo un lustro y terminó en el exilio floridano de su titular, dejando una cauda de escándalos de corrupción característicamente petrolera, la oposición ha dispuesto una elección primaria.

La idea general es escoger el candidato presidencial que dispute el cargo a Maduro el año que viene, en fecha aún no anunciada oficialmente y que el propio Maduro fijará para cuando mejor cuadre a las prácticas chavistas de fraude electoral.

La corporación opositora—llamémosla así—, reunida discretamente en un hotel de Panamá, designó el año pasado, después de lo que afirmaron sus factores fue una concienzuda selección, una comisión de ciudadanos de pulquérrima reputación moral para normar el tongo—pues de eso se trata, de un tongo—cuyo ganador no disgustase a Maduro so pena de inhabilitación del candidato.

La junta de notables encontraba para ello conveniente que el colegio electoral fuese el mismo que durante veinte años ha gozado del apoyo del régimen. En un país donde, por ejemplo, hasta a la directiva madurista de la petrolera estatal “se le extravían” tres mil millones de dólares en “cuentas por cobrar”, la junta de notables juzgó que el colegio electoral era tan fiable y a prueba de fraude como la Oficina Internacional de Pesas y Medidas de Ginebra.

Solicitó, en consecuencia, que el mismísimo colegio electoral de Nicolás Maduro supervisase la escogencia del candidato opositor. Hasta aquí, la martingala electoral iba razonablemente acorde a la tradición latinoamericana hasta que la precandidata María Corina Machado hizo reparos al colegio electoral. “Maduro no puede ser quien cuente los votos en una justa opositora”, opuso Machado.

Este fue el comienzo de una porfía entre estandartes opositores que quizá habría sido menos enconada si la Machado no encabezase de modo indiscutible todas las encuestas. Machado le ha sacado más cuerpos de ventaja a los demás precandidatos que el gran Secretariat a sus rivales del Belmont Stakes de 1973.

El vórtice del debate es el de las inhabilitaciones del tipo Daniel Ortega con que el chavismo-madurismo suele deshacerse de sus adversarios. Absurdamente, para la oposición se ha tornado decisiva la cuestión de quién sustituirá a la ya inhabilitada Machado cuando, como es indefectible, la dictadura la recontrainhabilite. Hay, por supuesto, más elementos en juego en esto de la sucesión y los “herederos potables” para la dictadura. Hay alcaldías y gobernaciones estatales a disputar en las generales de 2025.

Pocas veces ha sido mejor descrita la verdadera naturaleza de la oposición venezolana y sus “dilemas” que por el profesor Luis Eduardo Bruni, quien no es politólogo sino doctor en Biología Molecular y ostenta la cátedra de Tecnología de Medios en la universidad de Aalborg, Dinamarca.

“Parece que hay consenso—afirma, en un artículo de opinión publicado en el portal venezolano La Gran Aldea—entre los sostenedores de la tesis sucesoria en que el heredero debe ser potable para el régimen, lo cual es sinónimo de “habilitado”, y para estar habilitado un candidato no puede tener probabilidades de ganar las elecciones porque si las tiene lo pueden inhabilitar”.

“El partido no acaba hasta que termina”, dijo el gran Yogi Berra, pero me late que Nicolás Maduro presidirá, en 2024, las carnestolendas bolivarianas conmemorativas de los 200 años de la batalla de Ayacucho, tal como Hugo Chávez lo deseaba para sí.

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