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COLUMNA
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La vida debe estar en otra parte

Al final, acabamos hablando de todos esos que nunca irán un miércoles por la tarde en un vagón de Cercanías

Andenes de Cercanías de la estación de Atocha de Madrid, el pasado 3 de agosto.
Andenes de Cercanías de la estación de Atocha de Madrid, el pasado 3 de agosto.Sebastián Mariscal Martínez (EFE)
Ana Iris Simón

Los miércoles, a las siete y pico de la tarde, la línea C3 de Cercanías de Madrid está llena de gente pensando que la vida debe estar en otra parte. Supongo que hay quien vuelve de una cita repasando lo que ha hecho bien y mal con la alegría del niño o del bobo, que es la más pura. También a quien aún le dura la paz de cuando por la mañana le dijeron que ese bulto del pecho no era nada, o quien aguarda ilusionado el momento de bajarse del vagón, encaminarse hacia casa de sus padres y anunciarles que van a ser abuelos.

Pero la mayoría va mirando la pantalla del móvil sin ver, pensando en que no han sacado los filetes del congelador y a ver ahora qué cenan, o en que tienen que devolver el recibo del gas porque, si no, no les llega para los libros del crío. Algunos de ellos trabajan y aun así son pobres, porque somos campeones mundiales de fútbol femenino y subccampeones de Europa en esa miseria tan digna. La del pobre con nómina —uno de cada tres en España la tiene—, la del que pone cada día un plato en la mesa pero no puede comprar fruta alegremente, la del que tiene que pedir dinero si hay que ponerle gafas al niño, y no te digo ya un aparato.

Los miércoles a las siete y pico de la tarde hay otros vagones, como los del AVE, que pagamos entre todos pero que solo se pueden permitir unos pocos, en los que hay otros problemas. Que a la interna se le ha quedado embarazada la chiquilla en República Dominicana y se quiere ir para allá, por ejemplo. Pero en los vagones de los trenes pobres van los chavales que estudian y trabajan para pagarse el móvil y los inmigrantes que se desloman en negro. O en blanco pero por cuatro duros, esos que dicen los políticos que van a pagarte la pensión. También está la abuela que viene de cuidar al nieto porque su hija se tuvo que incorporar a los cuatro meses de parir, y la madre que va llamando a la guardería porque hoy también llegará tarde. Tarde y preguntándose qué sentido tiene trabajar para dejarse la mitad del sueldo en la guardería y la otra mitad en el súper, qué sentido tiene ser madre para pasar con su bebé solo tres horas al día.

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Los miércoles a las siete y pico de la tarde, en la línea C3 de Cercanías de Madrid, también voy yo. Yo que no puedo quejarme porque ahora sí llego a fin de mes, yo que tengo que dar gracias a la suerte porque me estén pagando por artículo mucho más de lo que me pagaban hace cuatro años, yo que me he podido poner aparato en los dientes con 30 años.

Como otros, voy pensando en que hay que comprar yogures y en que echo de menos a mis hijos. Pero también en que hoy no me apetece escribir sobre el sinvergüenza de Rubiales ni sobre los sinvergüenzas que creen que es progresista hacer listas negras de columnistas que no opinan lo que a ellos les parece que deberían opinar sobre el caso Rubiales. Tampoco quiero escribir sobre los caraduras que intentan hacernos creer que los indultos se plantean en nombre de la paz social o que no ser iguales ante la ley es una cosa de izquierdas, y ni siquiera me apetece ponerme a desbarrar sobre los zanguangos de los independentistas. Porque no sé cómo nos apañamos, pero al final siempre acabamos hablando mucho más de los oprimidos que nunca van un miércoles a las siete y pico de la tarde en la C3 de Cercanías que de los que sí.

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Sobre la firma

Ana Iris Simón
Ana Iris Simón es de Campo de Criptana (Ciudad Real), comenzó su andadura como periodista primero en 'Telva' y luego en 'Vice España'. Ha colaborado en 'La Ventana' de la Cadena SER y ha trabajado para Playz de RTVE. Su primer libro es 'Feria' (Círculo de Tiza). En EL PAÍS firma artículos de opinión.

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