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tribuna
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¿Otra vez los Balcanes?

Esa tierra de nadie es fácilmente inflamable y sumamente preocupante para EE UU y sus aliados ahora que la guerra asola Ucrania. Su potencial de conflicto desestabilizaría gravemente toda la región

KFOR Kosovo Serbia Albania
Soldados de las fuerzas internacionales de paz para Kosovo (KFOR) vigilaban el Ayuntamiento de Zvecan el pasado 30 de mayo.GEORGI LICOVSKI (EFE)

Todo el mundo —Washington y Pekín, Bruselas y Moscú, Belgrado y Tirana – está en contra del Gobierno de Kosovo. Es probablemente la única cuestión en la que todos ellos coinciden. Que Serbia, Rusia y China se alineen en contra no es ninguna novedad. Y Albania se ha vuelto en contra del Gobierno de Pristina porque Estados Unidos y la UE lo han hecho —según una anécdota, cuando el secretario de Exteriores británico, Robin Cook, preguntó a su homólogo albanés cuál era la estrategia de su país en la región, este lo contestó: “Nuestra estrategia es estar de acuerdo con la vuestra”). Pero, ¿qué motivos tienen ahora Estados Unidos y las otras principales potencias occidentales que (¡España no!) son los avaladores de la independencia de Kosovo?

¿Qué ha pasado?

El 26 de mayo de 2023, en tres municipios del norte de Kosovo, de mayoría serbia, los alcaldes de etnia albanesa, recién elegidos en unos comicios donde la participación no superó el 3%, se dirigieron a sus ayuntamientos respectivos para tomar posesión. Estaban escoltados por agentes de unidades especiales de la policía de Kosovo, porque multitudes de ciudadanos serbokosovares de esos municipios les cerraban el paso. El rechazo de las elecciones por los serbios del norte de Kosovo viene a continuación de la dimisión colectiva de todos los cargos de etnia serbia en noviembre de 2022. En aquella ocasión, el Gobierno de Pristina había decidido no reconocer las matrículas serbias, en respuesta a la decisión de Belgrado de no reconocer las kosovares (o sea, las matrículas como encarnación de la a/simetría entre entidades no/soberanas). También entonces grupos serbios protestaron en el norte, bloqueando carreteras y quemando puestos fronterizos. Ahora, los manifestantes, además de agredir a periodistas y quemar sus coches, hirieron a varios policías kosovares y a decenas de soldados de la KFOR fuertemente armados que acudieron en los días siguientes, mientras que entre los manifestantes no resultó ningún herido. De todos modos, el secretario de Estado de EE UU, Antony Blinken, acusó al Gobierno kosovar de haber “incitado a la violencia” y de haber actuado “unilateralmente”, es decir, sin coordinarse con los aliados. Washington añadió que eso repercutiría negativamente en sus relaciones con Pristina. Por su parte, el primer ministro de Kosovo, Albin Kurti, respondió que solo había cumplido con la ley.

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Sin embargo, las elecciones en esos municipios, aunque legales, carecen de legitimidad por el bajísimo nivel de participación. Además, se trata de una configuración geopolítica muy delicada de la que el norte de Kosovo es una pieza crítica, con problemas que no pueden resolverse por la policía, y menos aún sin coordinación con los aliados occidentales.

En efecto, el norte de Kosovo, de mayoría serbia, ha estado siempre fuera del control de Pristina, desde la liberación del país por la OTAN en 1999 hasta hoy. De facto, es más Serbia que Kosovo. Y Belgrado espera que, con el tiempo, se convierta también en de iure. Partir Kosovo en dos es un proyecto nacido en Belgrado hace tres décadas, como plan b en caso de no poder continuar controlando la totalidad de Kosovo. No me refiero solo a la opinión de muchos analistas. Partición de Kosovo: 90% del territorio para los albaneses, 10% para los serbios (lo que, de hecho, es aproximadamente la de facto actual, y donde abundan más riquezas naturales), son las palabras que escuché decir, en aquel entonces, al eminente artista y pensador serbio, Jovan Cirilov, a quien se las había dicho un par de días antes Dobrica Cosic, el padre espiritual de Milosevic. En 2010, Cosić escribió sobre Aleksandar Vucic, entonces ministro de Defensa y actual presidente de Serbia: “No difiere de Milosevic en nada, solo las circunstancias han cambiado”. Ciertamente, a Vucic no le interesan los serbios de Kosovo, sino el territorio. Los serbios del interior de Kosovo, pacíficos y bastante integrados, no existen para él; únicamente cuentan los del norte, por la continuidad territorial con Serbia. Y los utiliza a su conveniencia, a veces para sus problemas internos, como los recientes acontecimientos, llevándolos masivamente a Belgrado en autocares para contrarrestar las protestas contra él, otras veces, fuera de las fronteras. Según el portavoz de la KFOR, “estaba claro que detrás de ellos [los manifestantes] se escondían grupos criminales”.

Esa tierra de nadie es fácilmente inflamable y sumamente preocupante para EE UU y sus aliados ahora que la guerra asola Ucrania. Su potencial de conflicto desestabilizaría gravemente toda la región, lo que menos quiere la OTAN en este momento. Por eso, desde el año pasado, Occidente intensificó sus esfuerzos diplomáticos y, hace unos meses, Bruselas presentó una propuesta concreta a Pristina y Belgrado, como base para unas negociaciones hacia la normalización entre los dos países, bajo el auspicio de Josep Borrell, quien, por cierto, se está comportando de manera poco seria. Y no hay avance: Vucic dejó claro que no firmará tal acuerdo. Por su parte, el destacado experto en los Balcanes Janusz Bugajski considera que el momento es otro: toca apoyar la revolución democrática en Serbia. ¿Lo es? Parece demasiado tarde y demasiado temprano.

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