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COLUMNA
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‘Forever Young’

En 2023 han muerto algunas de las más prestigiosas figuras, como Jeff Beck, David Crosby y Robbie Robertson, de una música que celebra vivir el presente

Jeff Beck, en una actuación en 1973.
Jeff Beck, en una actuación en 1973.Robert Knight (Redferns / getty)
José Andrés Rojo

Jeff Beck murió el 10 de enero de este año; David Crosby, el 19 del mismo mes, y Robbie Robertson, el 9 de agosto. Esto es un desastre de una magnitud inconcebible, el mundo está empezando a rasgarse por distintos lugares y basta poner un poco de atención para escuchar sus crujidos, es el acabose. Los tres nacieron por la misma época, entre 1941 y 1944, así que a mediados de los años sesenta estuvieron listos para participar en aquella profunda transformación de la música popular que lo cambió todo e instaló la banda sonora de la segunda mitad del siglo XX (incluso, es posible que todavía siga dando algunos coletazos, pero solo de alguna manera). La cosa venía armándose desde los años cincuenta, con aquellas enormes figuras del rock y del blues y del folk y del soul, así que lo que se cocinaba hacia 1965 y 1966 tenía que ver con combinar todas aquellas herencias, aprovechando en algunos casos incluso influencias de la música clásica, para componer con la mayor sabiduría y la máxima sofisticación un montón de canciones y temas muy sencillos. Hay que haber devorado muchos sonidos, y haberlos asimilado de manera personal, para hacer lo que hicieron los Beatles, los Stones, The Beach Boys o The Byrds. Beck, Crosby y Robertson forman parte de esa pléyade de brillantísimos artesanos que hacían rematadamente bien lo que tenían que hacer: tocar la guitarra, cantar, componer. Cada uno de ellos tenía, además, una arrolladora personalidad, y su buena colección de extravagancias, como para que todos los que eran mucho menores quisieran copiar sus ocurrencias. Estaba escrito que los dioses del Olimpo no mueren nunca, por eso esta desazón.

Beck hacía lo que quería con su guitarra (pongan Blues Deluxe o Ice Cream Cakes):a veces le bastaba con colocar una simple nota o un rasguño en el sitio preciso, otras veces se entretenía en los efectos o recorría el mástil a velocidad de vértigo, no abusaba nunca, era parco pero su repertorio de recursos era infinito. Crosby tenía la voz que le hubiera correspondido a Apolo en el panteón de las deidades griegas (fíjense cómo arranca Wooden Ships o déjense llevar en Cowboy Movie), con la autoridad del que sabe jugar con sus más variados registros y la habilidad para romperte el alma. Robertson cuidaba cada detalle (ahí están Up on Creeple Creek o The Weight) de los temas que componía, conseguía que las palabras y los sonidos armaran artefactos únicos, sabía cómo meterte dentro de una historia y en sus matices emocionales.

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Por lo que toca a sus vidas y sus excesos, sirva de referencia la minúscula presencia de Beck rompiendo su guitarra en Blow Up, la película de Antonioni para resumir los delirantes años sesenta en Londres. Crosby fue uno de los selectos habitantes de Laurel Canyon, esa burbuja californiana de creatividad y toneladas de ácido lisérgico. Robertson anduvo con The Band en Woodstock: vivieron la felicidad del campo y fueron tentados por la heroína.

Bob Dylan grabó con The Band Planet Waves en noviembre de 1973, hace 50 años. En Forever Young decía: “Cuando soplen nuevos vientos / Ten el corazón alegre / y que suene tu canción”. Así sea, y habrá que meterse en todas las que grabaron Beck, Crosby y Robertson como si fueran diamantes y desde allí proclamar que en eso estamos: permanecer siempre jóvenes.



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Sobre la firma

José Andrés Rojo
Redactor jefe de Opinión. En 1992 empezó en Babelia, estuvo después al frente de Libros, luego pasó a Cultura. Ha publicado ‘Hotel Madrid’ (FCE, 1988), ‘Vicente Rojo. Retrato de un general republicano’ (Tusquets, 2006; Premio Comillas) y la novela ‘Camino a Trinidad’ (Pre-Textos, 2017). Llevó el blog ‘El rincón del distraído’ entre 2007 y 2014.

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