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editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Campeonas

La selección de España cambia en Australia la historia del fútbol jugado por mujeres con su victoria en el Mundial

Las jugadoras de la selección española de fútbol celebran su victoria en el Mundial de Fútbol Femenino, este domingo en Sídney.
Las jugadoras de la selección española de fútbol celebran su victoria en el Mundial de Fútbol Femenino, este domingo en Sídney.DAN HIMBRECHTS (EFE)
El País

La selección española ha ganado el Mundial femenino de fútbol en Australia. Cuando llega el éxito, pocos recuerdan que ese deporte no siempre fue visto con buenos ojos cuando eran mujeres las que lo practicaban, ni en las federaciones ni tampoco por la sociedad y el público. La tarea de las jugadoras ha sido colosal: no solo se han impuesto en el campo, sino que han arrastrado a cuantos las miraban con escepticismo para que se rindan a su calidad. Pocos adjetivos pueden definir la proeza. Pasaron momentos duros cuando perdieron por goleada ante Japón, e instantes hubo en que parecía que las cosas no salían, pero desde que se plantaron en la final las miradas empezaron a cambiar. Y no han defraudado, pese a la enorme responsabilidad y las expectativas que lograron generar. Si hubo un tiempo en que las mujeres eran motivo de burlas y desprecio cuando jugaban con un balón, ese tiempo es historia, por mucho que las zarpas del machismo sigan estando ahí. La entereza para superar un penalti fallado frente a su gran rival en la final, Inglaterra, da la medida de la solidez de un equipo en el que destacaron durante este Mundial muchas individualidades, pero cuyo triunfo ha sido, al cabo, una tarea colectiva. Las futbolistas de España pusieron entre paréntesis las dificultades que tenía su desafío, y también cualquier posible victimismo, y se lanzaron a ganar. Lo consiguieron.

No hay victoria posible si no hay detrás mucho trabajo, y dinero. Hazañas como esta de Australia son inexplicables sin el empeño, la mayoría de las veces anónimo y casi siempre ignorado, de un sinfín de mujeres que se esforzaron por hacer real el sueño de jugar al fútbol, un deporte que parecía reservado solo a los varones. Los primeros pasos se dieron hace ya mucho, pero no hubo una selección femenina, con la que contara la federación, hasta 1988. Vinieron años de perfil bajo: los partidos de las mujeres eran casi clandestinos. Hasta 2018, cuando Luis Rubiales, como presidente de la Real Federación Española de Fútbol, decidió tomárselo en serio. Desde entonces hasta ahora, España ha sido campeona del mundo de fútbol femenino sub-17 y sub-20, una de las estrellas de la Roja —Alexia Putellas— obtuvo dos veces el Balón de Oro, crece el número de licencias —de 40.000 a casi 100.000—, y el presupuesto ha pasado de 3 millones a 27 millones.

Que nadie crea que ha sido fácil llegar hasta donde se ha llegado en Sídney. En 2019, por ejemplo, las futbolistas de la liga española convocaron una huelga indefinida para reclamar mejores sueldos, siempre la batalla por la consideración y la visibilidad. Hubo también tensiones internas. En la Eurocopa de 2022 la selección cayó en cuartos ante Inglaterra, y aquella derrota dejó un poso amargo en algunas jugadoras que querían llegar más lejos. Aquel año, 15 de ellas se rebelaron contra el técnico Jorge Vilda —al que Rubiales confirmó entonces en su puesto— y renunciaron a la selección. Se procuró desencallar el conflicto, y algunas cambiaron de posición, pero 11 de ellas —casi tan responsables del éxito de la Roja como Olga Carmona, autora del gol de la final— han visto el Mundial desde casa. Es hora de cerrar la herida: la historia de todas esas grandes profesionales empapa el juego de las que pudieron finalmente saltar al césped.

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Los titulares de la gesta señalan un cambio histórico, la selección es ya inmortal. Hay, sin embargo, algo que tiene la mayor importancia. Algo tan prosaico como el reconocimiento, del que se ha privado de manera sistemática a las mujeres que juegan al fútbol. Hoy pueden decir que existen, que han vencido todas las dificultades. No hay copa que premie esa victoria.

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