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TRIBUNA
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‘America is back’

Bajo el liderazgo de Joe Biden y con consenso bipartidista, Estados Unidos está maniobrando con determinación y empeño para reajustar la globalización y redefinir las relaciones de Occidente con China

‘America is back’. Eva Borreguero
CINTA ARRIBAS
Eva Borreguero

Cunde el desconcierto entre quienes pontificaron el declive de Estados Unidos y señalaron la fragilidad de las democracias liberales frente a la superioridad de las autocracias. Entre aquellos que vieron en la disfuncionalidad política norteamericana síntomas evidentes de estertores finales.

Para sorpresa de todos, lejos de consumarse la decadencia, la nación, bajo el liderazgo de Joe Biden, el audaz octogenario, y desde el consenso bipartidista, maniobra con determinación y empeño para reajustar la globalización, cumpliendo con el eslogan demócrata de las pasadas elecciones: America is back.

Los principales vectores de acción han sido las leyes pactadas entre demócratas y republicanos y una política de coordinación con naciones aliadas. En agosto del pasado año, el Congreso de Estados Unidos aprobó la ley CHIPS, orientada a fortalecer la industria de semiconductores y que tiene por objetivo recuperar o mantener la supremacía tecnológica, crear empleos de alta calidad, incentivar las inversiones tanto nacionales como extranjeras y, lo más importante, asegurar el futuro, es decir, la hegemonía de EE UU en todos los ámbitos, no solo el industrial y tecnológico.

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La Ley CHIPS destinará en los próximos cinco años 52.000 millones de dólares (unos 47.800 millones de euros) de apoyo estatal para I+D, subsidios y creación de una fuerza laboral cualificada asociada a las tecnologías punta. Las ayudas y ventajas fiscales no se limitan a las empresas nacionales, sino que también pueden beneficiarse de ellas las extranjeras que decidan trasladar su producción al país americano. Del calado de esta ley dan cuenta dos hechos: las intervenciones estatales podrán alcanzar los 280.000 millones de dólares en los próximos 10 años y la avalancha de inversiones tanto norteamericanas como extranjeras que ya ha generado.

La respuesta ha sido inmediata. Según la Asociación de Industria de Semiconductores, a los tres meses de ser decretada la legislación había originado 200.000 millones de dólares en inversiones privadas, tanto de empresas estadounidenses como extranjeras. El caso más notorio, el de la Taiwan Semiconductor Manufacturing Co. (TSMC), el mayor productor de microchips del mundo, que ha proyectado la construcción de una nueva fábrica de chips en Arizona, con una inversión prevista de 40.000 millones y el desplazamiento de 500 trabajadores cualificados en el sofisticado montaje de la planta.

En clave interna, esta norma y otras promulgadas por Biden, como la Ley de Reducción de la Inflación (IRA, en sus siglas en inglés), corrigen tendencias anteriores. Washington busca recuperar la posición de liderazgo que tenía el país en los años noventa cuando ocupaba el 37% —frente al 12% actual— en el ranking de producción de chips, y que perdió ante Taiwán y Corea.

Desde un punto de vista geopolítico, en el marco de rivalidad con el Partido Comunista Chino, las nuevas disposiciones dirigidas directamente a Pekín encajan en esta línea de acción.

El pasado octubre, el Departamento de Comercio prohibió la exportación de semiconductores y equipamiento de alta tecnología norteamericanos a China, independientemente del país en que se hayan fabricado, lo que significa que ninguna empresa del mundo podrá exportar a China productos tecnológicos que contengan un solo componente norteamericano, aunque represente el 0,1% del mismo. Esta medida tendrá consecuencias dramáticas para la industria china. Recordemos el caso similar de Huawei, que desde 2019 ha perdido un 80% de participación en el mercado mundial de teléfonos inteligentes. Las restricciones —ampliadas la semana pasada a las inversiones— incluyen además máquinas de producción y diseño de software, y prohíben a los ciudadanos, residentes o poseedores de la tarjeta verde en Estados Unidos trabajar para compañías chinas de semiconductores.

Ambas resoluciones —ayudas y restricciones— amenazan con paralizar la capacidad productiva china de alto valor añadido y con descarrilar el programa Made in China 2025 —dirigido a liderar los sectores de tecnologías emergentes— y congelan la posibilidad de un sorpasso por parte del gigante asiático. La idea de fondo: evitar que Pekín saque provecho de los avances tecnológicos de Estados Unidos con el fin de desplazarlo.

Conviene recordar la centralidad de los semiconductores en el futuro de la economía global. Constituyen la tecnología base que protagonizará la próxima revolución industrial de la inteligencia artificial y la computación cuántica. Son un multiplicador de capacidades donde se borra la tradicional línea divisoria que separa los intereses comerciales de la seguridad nacional, los mercantiles de los militares. Hoy, su desarrollo incluye los sectores de electrónica automotriz, almacenamiento de datos y comunicación inalámbrica. Smartphones, coches, redes de telecomunicación, nanotecnología, robótica y biotecnología son realidad microchips mediante.

En paralelo a todo ello, se ha puesto en marcha la coordinación con “naciones amigas”, el friendshoring que ha permitido ampliar la participación en el embargo y hacerlo efectivo más allá de Estados Unidos. En enero, Bloomberg informó sobre dos grandes acuerdos firmados por la Administración de Biden con Holanda y Japón para restringir la exportación de maquinaria de fabricación de semiconductores a China. La compañía holandesa ASML (Advanced Semiconductor Material Lithography), líder mundial en la producción de máquinas que permiten la fabricación de los microchips más sofisticados, limitará sus ventas a China. Japón aplicará medidas similares con la multinacional Nikon. Así, la política de embargo tecnológico, con una carga de profundidad muy superior a las políticas arancelarias, adquiere carácter extraterritorial.

Al margen de embargos tecnológicos y guerras arancelarias, las relaciones comerciales se sitúan en las arenas movedizas de la “competencia justa” y el de-risking, la reducción de una dependencia excesiva de China sin llegar a la desvinculación. En teoría, Washington considera el desacople como un desastre para la economía mundial —declaraciones de la secretaria del Tesoro, Janet Yellen—, pero los datos muestran otra realidad. De acuerdo con la UNCTAD, en el primer trimestre de este año el comercio entre EE UU y China se redujo un 2%. Si esta cifra se incrementase en los próximos meses estaríamos ante el comienzo del desacople chino-estadounidense.

Finalmente, en sentido contrario a todo lo dicho anteriormente, tras el encuentro entre el enviado especial del Gobierno estadounidense para el clima, John Kerry, y su homólogo chino, Xie Zhenhua, los dos países han retomado el diálogo para combatir el cambio climático, suspendido por Pekín hace un año a raíz de la visita de Nancy Pelosi a Taiwán.

Desglobalización, friendshoring, desacople, de-risking… ¿Qué trayectoria se consolidará en la relación con Pekín? De momento, adquiere cuerpo el abstruso trinomio “rivalidad-competencia-cooperación” planteado por Estados Unidos y adoptado formalmente por la Unión Europea: rivalidad en el campo de las tecnologías fundacionales, donde se materializa un desacoplamiento selectivo en sectores estratégicos; competencia difusa en lo comercial; por último, cooperación ante el cambio climático y para evitar que las anteriores deriven en confrontación.

Y si el fondo es importante, la forma no lo es menos. Tanto la ley CHIPS como las restricciones a China distancian a Washington de las políticas ultraliberales que defienden la no intervención del Estado en la economía. En tiempos de policrisis regresan las políticas industriales (léase, keynesianas) denostadas por los puristas del libre mercado y anatema entre las teorías económicas dominantes. Un nuevo enfoque en la investigación académica (Mazzucato, Rodrik) arroja resultados que cuestionan la tradicional lectura sobre el desperdicio que suponen las políticas industriales. Como afirma el Nobel Michael Spence, “la verdadera cuestión no es si merece la pena aplicar la política industrial, sino cómo hacerlo bien”.

Concluyendo, América, la de profundas divisiones sociales que imputa a un expresidente por intentar falsear resultados electorales, a pesar de todo, o precisamente por ello, ha regresado con una visión estratégica y un plan de acción para el futuro. Tal vez no llegó a irse.


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Sobre la firma

Eva Borreguero
Es profesora de Ciencia Política en la UCM, especializada en Asia Meridional. Ha sido Fulbright Scholar en la Universidad de Georgetown y Directora de Programas Educativos en Casa Asia (2007-2011). Autora de 'Hindú. Nacionalismo religioso y política en la India contemporánea'. Colabora y escribe artículos de opinión en EL PAÍS.

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