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Columna
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Una idea de normalidad

La negociación y el pacto son el instrumental que puede evitar la parálisis y la convocatoria de unas nuevas elecciones. Además, son la única vía para integrar la pluralidad de intereses legítimamente representados en el Parlamento

El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez y la expresidenta del Congreso, Meritxell Batet, el pasado 21 de marzo en el Pleno.
El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez y la expresidenta del Congreso, Meritxell Batet, el pasado 21 de marzo en el Pleno.Eduardo Parra (Europa Press)
Mariola Urrea Corres

La del chupinazo con la que arrancan las fiestas en tantos pueblos de España. La de charanga y procesiones. La de comparsa de gigantes y cabezudos y suelta de ganado bravo. La de churros y tómbola. La de orquestas y fuegos artificiales. La de chamizos que reúnen a comer a cuadrillas para disgregarse el resto del año por ideas, geografía o proyectos vitales. Esta descripción con tintes costumbristas es una realidad de las múltiples que adopta nuestro país en agosto. Una descripción reconocible por contener trazos de lo que representa para una mayoría el veraneo. Se trata, en suma, de un pequeño microcosmos que condiciona el interés de muchos por asuntos alejados de la actividad política y que contrastará, a lo largo de la semana, con la actividad en el Congreso de los Diputados. Una normalidad esta otra de naturaleza institucional y propia del discurrir natural de la vida democrática.

La sesión constitutiva que se vivirá el próximo jueves en la Cámara baja permitirá tomar juramento o promesa a los diputados electos, con fórmulas variopintas para acatar la Constitución, y en ella se elegirán los miembros de sus órganos de gobierno. En ausencia de mayorías absolutas, este proceso adquiere una significación de consecuencias determinantes para la sostenibilidad de la legislatura. Su resultado final depende del éxito de una compleja negociación de la que casi nada se sabe. Será en unos días cuando descubramos qué partidos tendrán representación en la Mesa del Congreso, qué perfil político asumirá su presidencia y cuántos grupos parlamentarios podrán formarse. La foto resultante ofrecerá además algunas evidencias en torno a la mayoría capaz de respaldar una investidura viable. Una mayoría diferente a la que, en su caso, tendrá representación en el Gobierno. Y es en esta circunstancia donde vale la pena detenerse.

De hecho, una de las lecciones que deja la legislatura pasada tiene que ver precisamente con la confusión que generó para amplias capas de la población la mayoría parlamentaria con la que el Ejecutivo llevaba a término su programa de legislatura y aquella otra que representaba la coalición de gobierno. El PP cultivó esta confusión con cierto éxito durante la campaña electoral, trasladando la idea de que Bildu ha gobernado con Sánchez. No juzgo ahora el (des)crédito político que todavía representa este u otros partidos a la hora de configurar mayorías en nuestro país; eso requiere un tratamiento monográfico. Sin embargo, conviene precisar la diferente naturaleza que tiene para la gobernanza de un país la lógica que inspira la vida parlamentaria y la que debe exigirse para el funcionamiento interno del Gobierno. Hacerlo es un compromiso en términos de pedagogía política que ayuda a entender las distintas condiciones y exigencias con las que se ordenan los pactos de investidura, los de legislatura y aquellos que determinan el acuerdo en una coalición de gobierno como la que puede vislumbrarse entre PSOE y Sumar.

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En los dos primeros supuestos se trataría de negociar una mayoría robusta en lo esencial (investidura), pero dúctil en lo programático (agenda legislativa) hasta el punto de permitir espacios para la discrepancia entre socios o la apertura a acuerdos con otros. Nada que ver con las exigencias de cohesión en el funcionamiento que debe imponerse a la mayoría minoritaria que pueda conformar el Gobierno. Una y otra mayoría exigen, en todo caso, claridad en la negociación, generosidad en el acuerdo y lealtad para llevarlo a término. La negociación y el pacto son el instrumental que puede evitar la parálisis y la convocatoria de unas nuevas elecciones. Además, son la única vía para integrar la pluralidad de intereses legítimamente representados en el Parlamento. A esta realidad, marcada por la exigencia de acordar entre diferentes, la llamamos complejidad cuando salta a las instituciones, pero es pura normalidad en la vida de cualquier ciudadano. Hacer que aquello que es normal en la calle sea también normal en el Congreso resulta sensato. Y ahora, con permiso de sus señorías, que siga la fiesta.

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Sobre la firma

Mariola Urrea Corres
Doctora en Derecho, PDD en Economía y Finanzas Sostenibles. Profesora de Derecho Internacional y de la Unión Europea en la Universidad de La Rioja, con experiencia en gestión universitaria. Ha recibido el Premio García Goyena y el Premio Landaburu por trabajos de investigación. Es analista en Hoy por hoy (Cadena SER) y columnista en EL PAÍS.

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