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columna
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Y Bruselas sacó el champán

Mientras nuestros vecinos europeos ven cómo la extrema derecha se expande cómodamente, en España Vox se ha desinflado en las elecciones generales

Giorgia Meloni y Santiago Abascal
La primera ministra italiana, Giorgia Meloni, participa por videoconferencia en un mitin con el aplauso del líder de Vox, Santiago Abascal, en Valencia el 13 de julio.Biel Aliño (EFE)
Ana Fuentes

España ha roto la tendencia. Mientras nuestros vecinos europeos ven cómo la extrema derecha se expande cómodamente, aquí Vox se ha desinflado en las elecciones generales. Visto su avance en las municipales y autonómicas de mayo, se pensó que ocurriría lo mismo. Pero, para alivio de Bruselas, la cuarta economía del euro ha sido una excepción. Y eso hace menos plausible la alianza en Europa entre la derecha tradicional y la ultraderecha antipolítica. “Algún brindis con champán ha caído”, reconoce una fuente del entorno del Parlamento Europeo, “porque nos temíamos lo peor y hemos salvado no solo un set, sino el partido”. Ha sido la mejor noticia a menos de un año de las elecciones a la Eurocámara. El miedo de fondo es que en junio de 2024 la ultraderecha consiga más escaños en el Parlamento Europeo y que se vayan acercando a la mayoría de bloqueo en el Consejo al ir entrando en gobiernos en cada país. Eso supondría una pesadilla para avanzar, por ejemplo, en la transición verde o el rigor presupuestario.

Así que lo de España se celebra, pero sin bajar la guardia. Esta legislatura europea ha sido la primera en la historia en la que las dos grandes familias, socialdemócratas y populares, no sumaban la mitad más uno de la Eurocámara. El politólogo Cas Mudde dice que nos está tocando vivir la normalización de los partidos de la derecha radical y los datos le dan la razón: en Italia gobierna una coalición utra; en Alemania, el apoyo a los xenófobos de la AfD se ha disparado del 10% al 20% en un año y la CDU amagó con romper el cordón sanitario; en Francia, Marine Le Pen consiguió un récord en las presidenciales del año pasado, y en otros países como Finlandia y Suecia están en el Gobierno o condicionan sus políticas desde fuera.

Por el retrovisor, la UE mira con intranquilidad el avance de los ultras. Y al mismo tiempo sigue sin resolver una batalla interna: el líder del Partido Popular Europeo, Manfred Weber, lleva meses acercándose a la extrema derecha italiana para que le salgan las cuentas cuando no tiene votos suficientes. Muchos en su partido, entre ellos la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, con quien Weber mantiene un enfrentamiento manifiesto, creen que integrar a los eurófobos y populistas terminará dinamitando el Partido Popular. Uno no puede aliarse con alguien y rechazar sistemáticamente su agenda. El mejor ejemplo de la lucha interna en el PPE fue lo que ocurrió con la Ley de Restauración de la Naturaleza, que salió adelante in extremis en parte gracias a eurodiputados populares díscolos que votaron en contra de la consigna de Weber.

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En Bruselas y Estrasburgo se nota ya el ambiente de campaña electoral. Y según pasen los meses la disyuntiva sobre qué hacer con la extrema derecha se irá acentuando. El PPE tiene la responsabilidad de enviar un mensaje único y firme que anteponga el proyecto europeo a los intereses de cualquiera de sus miembros.

@anafuentesf

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Sobre la firma

Ana Fuentes
Periodista. Presenta el podcast 'Hoy en EL PAÍS' y colabora con A vivir que son dos días. Fue corresponsal en París, Pekín y Nueva York. Su libro Hablan los chinos (Penguin, 2012) ganó el Latino Book Awards de no ficción. Se licenció en Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid y la Sorbona de París, y es máster de Periodismo El País/UAM.

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