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La política como experiencia religiosa

Los verdaderos creyentes están arrebatados por una fiebre interna, subjetiva y personal, divorciada de las instituciones

Elecciones generales 23J
Un residente español toma una papeleta para votar en el Consulado General de España el pasado viernes, en Santo Domingo (República Dominicana).Orlando Barría (EFE)
Marta Peirano

En su influyente Las variedades de la experiencia religiosa, William James observa tres clases de creyentes. El primero es el creyente común, aquel que sigue las observancias convencionales de su país o su familia, ya sea este budista, cristiano o musulmán. La mayoría de la gente pertenece a este grupo, pero James descarta su experiencia por ser automática, inauténtica, de segunda mano. “Su religión ha sido creada para él por otros, comunicada por tradición, determinada por formas fijas a través de la imitación y mantenida por hábito”. No nos dice nada de la persona, fuera de su naturaleza conformista. Los verdaderos creyentes están arrebatados por una fiebre interna, subjetiva y personal, divorciada de las instituciones. Entre ellos, distingue dos clases; las mentes sanas y las almas enfermas. Walt Whitman y Leo Tolstói.

Los primeros tienen ojos color cielo que sólo ven la bondad del mundo. No tienen que esforzarse: son criaturas optimistas y vitales, espíritus limpios que buscan la expansión de la consciencia a través de experiencias que generan sentimientos de alegría, amor y unidad con lo divino. Los segundos son demasiado conscientes del mal en el mundo y tienen que luchar sólo para encontrar la calma. Viven atormentados por la duda, el pecado, la culpa y la vergüenza y buscan en la experiencia religiosa un camino hacia la redención.

Para James, la experiencia religiosa trasciende el marco de las religiones e incluye como prácticas espirituales la investigación científica o la cosmovisión humanista. Un siglo más tarde, pienso que su catálogo destacaría de forma prominente el fútbol, la política, QAnon y el activismo medioambiental. Aplicando su visión, son ecosistemas muy poco equilibrados. Hay muy poco Walt Whitman “girando de nuevo en el límpido espacio, amoroso, maduro, todo para mí hermoso, todo pasmoso” y demasiada alma enferma buscando redención. Pienso en el único Whitman que he conocido en mi vida y el impacto que ha tenido sobre mi manera de ver el mundo. James se identifica con las almas enfermas y yo, también.

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El propósito de la religión es satisfacer ciertas necesidades inherentes al animal humano que no se compran ni se heredan. La necesidad de encontrar sentido a la vida, la de pertenecer a algo más grande que uno mismo. La de encontrar una guía en los momentos difíciles, un marco de principios básicos en los que confiar cuando nada parece tener sentido pero debemos seguir moviéndonos en alguna dirección. La necesidad de encontrar identidad y propósito en el mundo, de tener testigos de lo que somos. La necesidad de importarle a alguien. De trascender.

El capitalismo se ha hecho fuerte parasitando esas necesidades sin satisfacerlas nunca. Las redes sociales son su última manifestación. Pero el activismo y la política pueden ser otra cosa y deben ser otra cosa. Pueden ofrecer respuestas adecuadas a través de prácticas locales de resiliencia, acompañamiento, apoyo mutuo y esperanza en el futuro. No la fe ciega de que hacer lo correcto dará los resultados deseados sino la convicción de que merece la pena luchar para mejorar nuestra condición, independientemente del resultado. Que esa fiebre interna, subjetiva y personal, que nos incendia ahora no sirva para destruirnos. Que no alimente las antorchas que solo buscan oscuridad.

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