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ANATOMÍA DE TWITTER
Columna
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Hay que tocar más hierba

Twitter pasa un fin de semana en la UCI y Musk nos aconseja que salgamos más

El parque de la Ciutadella, en Barcelona.
El parque de la Ciutadella, en Barcelona.Albert Garcia
Jaime Rubio Hancock

Twitter murió este fin de semana. Otra vez. Desde que Elon Musk compró la red social en octubre del año pasado, “DEP Twitter” se ha ido colando periódicamente entre las expresiones más tuiteadas, pero lo del sábado parecía que iba en serio. Tal y como recogía EL PAÍS, la plataforma limitó durante un tiempo los mensajes que los usuarios podían leer cada día —leer, no escribir—: primero a 600 para los no verificados (los que no pagamos) y horas más tarde, a 1.000.

La causa que dio Musk en un tuit fue la necesidad de frenar “la extracción de datos”, como el uso de millones de mensajes para entrenar a inteligencias artificiales. La consecuencia fue que era imposible usar la red durante el fin de semana sin encontrarse con errores como el casi soviético “cuota límite excedida” o el más coqueto “ups, algo salió mal”, al que se le podía responder con un “claro que algo salió mal, Elon; en concreto, la compra de Twitter por 44.000 millones de dólares”.

Hubo varias elegías a la plataforma durante esas horas en las que parecía que se resquebrajaba la quilla del Titanic. Algunas en serio, que lamentaban (no sin razón) la posible desaparición de un sitio en el que podemos discutir de política, seguir el pronunciamiento del grupo Wagner y comentar Eurovisión con miles de desconocidos. Otras sarcásticas, claro, como la de Oyente de Cope (@vvvhannah): “Como nos quiten esto, que es donde nos hemos acostumbrado a desfogarnos, en dos semanas está España que lo de Francia parece una partida de trivial con tu tía Asunción”.

Incluso parecía que Elon Musk se unía a la broma. El dueño de la empresa proponía a los usuarios que pasaran más tiempo con la familia y que “tocarán hierba”, expresión con la que se le sugiere a alguien que salga a la calle a que le dé el aire y deje de mirar internet un ratito.

El consejo no es malo: las redes sociales quieren que pasemos todo el tiempo posible mirando el móvil para vender publicidad. Y por eso dan visibilidad al contenido que provoca más emociones, como la indignación. No se trata de que Twitter o Facebook quieran que pasemos el día enfadados por culpa de la última ocurrencia de un político de cuarta fila: nuestra ira es el efecto secundario de unos algoritmos que promueven los contenidos con los que interactuamos más, aunque sea para mal. Como ironiza el periodista Johann Hari en El valor de la atención, las petroleras tampoco quieren derretir los casquetes polares, pero es una consecuencia inevitable de su modelo de negocio.

Por eso las lonas de Vox y de Desokupa, que parecen una autoparodia, se han visto mucho en redes, pero solo en redes: están hechas para Twitter y no para la calle. Y por eso todos nos indignamos cuando Jorge Buxadé, la mano ultraderecha de Abascal (como titulaba Miguel González), suelta que “la condición de miembro de una Nación no es un documento de identidad”. Se trata de un tuit que firmaría cualquier indepe a los que se dice aquello de “¿qué pone en tu DNI?”, y su único objetivo es que hablemos de él para que creamos que es algo digno de debatirse y no un pseudomeme para contentar a los seguidores.

Al final tenemos que estar de acuerdo con los tuiteros que daban las más irónicas gracias a Musk por los límites. Así nos podremos desenganchar de estas dosis de indignación y tocaremos más hierba, o más asfalto, o más arena. Eso nos servirá para darnos cuenta de que, como dice un estudio de la Universidad de Nueva York que citaba EL PAÍS hace unos días, “la mayoría de las personas son más moderadas de lo que la gente piensa”. Los de las lonas y los que creen que la nación es una cuestión genética son cuatro. Cuanto menos tiempo les dediquemos, mejor.

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Sobre la firma

Jaime Rubio Hancock
Redactor en Ideas y columnista en Red de redes. Antes fue el editor de boletines, ayudó a lanzar EL PAÍS Exprés y pasó por Verne, donde escribió sobre redes sociales, filosofía y humor. Estudió Periodismo y Humanidades, y es autor de los ensayos '¿Está bien pegar a un nazi?' y 'El gran libro del humor español', y de la novela 'El informe Penkse'.

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