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Columna
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La noche en que conocí a Silvio

No era aún el presidente Berlusconi, pero ya había conseguido dinamitar la cultura popular en Italia; ahora, se disponía a hacerlo con alegría en España

Silvio Berlusconi, en 2018.
Silvio Berlusconi, en 2018.Associated Press/LaPresse (APN)
Elvira Lindo

Haber tenido tantas vidas, sobre todo laborales, crea una especie de extrañamiento hacia la propia biografía. Me veo, por ejemplo, como si no fuera yo, una noche de invierno de 1991 en el piso 25 de la Torre Picasso. Soy esa joven guionista que escribe en una redacción solitaria de la recién estrenada Tele5. Desde esta sala fantasmal, iluminada solo por mi flexo, domino la ciudad y en mi imaginación peliculera eso me hace protagonista de una serie en la que una joven guionista se ha quedado ultimando las correcciones que el súper jefe ha dictado. Escribe sketches para humoristas en programas donde, como cortinilla de separación, salen de vez en cuando chicas semidesnudas haciendo un bailecito. El jefe, que se llama Valerio, ha estado hoy francamente cabreado en la reunión. Ha mirado por encima los guiones y con un gesto de desaprobación ha hecho sugerencias que no hemos entendido, pero no importa porque nunca entendemos nada, somos extraterrestres en este nuevo universo, venimos de la progre Radio 3 y desde que pisamos el reino de la excentricidad no hemos salido de nuestro asombro. A la hora del almuerzo nos hemos reído con ganas porque Valerio, con su acento rumano y su gestualidad italiana, ha perdido la paciencia con el realizador: ¿para qué coño se trae él chicas desde Italia si luego no les enfocan el culo? Lo sorprendente es que cada semana las chicas viajen desde Milán, porque culos, lo que se dice culos, hay en todas partes. Brotan como setas en Alcorcón, en Móstoles, en Villaverde Alto, pero los jefes quieren culos y tetas originarios de la tierra de Dios. Dios es Berlusconi y este circo permanente es creación suya. Los días que hay grabación nos vamos a los estudios y paseamos por los platós entre mamachichos, cacaos maravillaos, o la magnífica Súper Ramba, que lleva el cinturón con balas entre las tetas; en ocasiones, por las prisas, ha venido vestida o desvestida desde el aeropuerto. Valerio, profeta de Berlusconi, ha abierto los brazos a nuevos humoristas, también a otros que debían de andar por las ferias o casi retirados. Para ellos escribimos nosotros, estos defenestrados de la radio pública, unos chistes facilones, ordinarios, pero da igual, porque nadie se aprende el texto. Trato de imaginarme que vivo dentro de una película de Fellini o que algún día escribiré la historia de la guionista que inventa chistes malos para artistas que no se los aprenden.

Se me ocurrió decirle a mi padre cuánto me pagaban por escribir chistes y para mi disgusto se lo anda charlando a todo el mundo. Para mi padre, el chiste indiscutible en esta historia es que obtenga tan pingües beneficios por algo que no es lo que se dice un trabajo. Pone la tele y me pregunta, “¿esto que dice este tío lo has escrito tú?”. Yo a nadie le digo para qué programas escribo: firmamos en grupo y con seudónimo. Los jefes nos llaman guionistas y nos tratan como a idiotas, es muy compatible. Todo está envuelto en un halo de frenesí, como si esparcieran cocaína por los pasillos y las grabaciones acabaran con fiestas bunga-bunga a las que nosotros nunca estamos invitados. La gente ajena a este perturbado universo me pregunta cómo es vivir en un nuevo planeta. Sienten curiosidad porque están estupefactos ante lo que ven. Lo que ven es lo nunca visto, una mezcla extraña de programa loco infantil y otro para mentes calentorras.

Aquella noche, para mi sorpresa, Valerio salió de su despacho para decirme, ven, que quiero presentarte a alguien. Le seguí y así fue cómo me presentó a Silvio, uno de esos conquistadores de dientes blanquísimos que quieren aparentar más estatura y acaban desarrollando un pecho palomo. No era aún el presidente Berlusconi, pero ya había conseguido dinamitar la cultura popular en Italia; ahora, se disponía a hacerlo con alegría en España. Ya conocen el fin de esta historia: lo que parecía imposible de normalizar acabó siendo el pan de cada día.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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