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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Lula y Maduro en la Cumbre

La vuelta de Caracas a los foros internacionales no puede suponer el olvido de la reiterada violación de los derechos humanos en Venezuela

Nicolás Maduro pasa por detrás de Lula da Silva instantes antes de la foto de familia de la cumbre, en Brasilia el 30 de mayo.
Nicolás Maduro pasa por detrás de Lula da Silva instantes antes de la foto de familia de la cumbre, en Brasilia el 30 de mayo.UESLEI MARCELINO (REUTERS)
El País

La cumbre de presidentes sudamericanos convocada por Luiz Inácio Lula da Silva y celebrada la semana pasada en Brasilia tenía como propósito inicial impulsar un debate sobre los mecanismos de integración regional, pero acabó marcada por la situación de Venezuela. Para empezar, la primera cita de estas características celebrada en nueve años supuso una rehabilitación de Nicolás Maduro en los foros internacionales, al menos en América Latina. También sirvió para exhibir las discrepancias de los mandatarios ante la crisis política y social del país caribeño. El propio Lula atribuyó el aislamiento internacional del Gobierno y su inestabilidad a una “narrativa” que intenta proyectar una imagen negativa y autoritaria. El chileno Gabriel Boric discrepó de esa visión y defendió con claridad que las violaciones de los derechos humanos no son ninguna construcción narrativa, sino “una realidad seria” que en ningún caso cabe menospreciar.

Estas dos posiciones, defendidas por dos gobernantes progresistas, no solo encierran diferencias de fondo sobre lo sucedido en Venezuela en los últimos años, sino que exponen con claridad una disputa que se da en la izquierda latinoamericana y también en España. La historia del conflicto entre Maduro y la oposición es la historia del deterioro de las instituciones, de la persecución de voces críticas, del pulso entre Caracas y Estados Unidos y la Unión Europea, de las sanciones económicas y de un éxodo sin precedentes en la región, con millones de migrantes que se fueron del país en busca de oportunidades. La derecha ha instrumentalizado por doquier esta crisis como espantajo y arma arrojadiza contra cualquier adversario político en cualquier lugar del mundo. Pero la situación de los derechos humanos en Venezuela es una realidad inequívoca, denunciada en múltiples ocasiones por Naciones Unidas y que está muy por encima de las estrategias políticas y los marcos discursivos.

Lula, que se reunió con Maduro y compareció a su lado ante los medios de comunicación, animó a su homólogo a construir su propia narrativa y aplaudió que Venezuela “vuelva a ser un país soberano”. El sucesor de Hugo Chávez vio en la cumbre “un punto de partida para una nueva etapa”. Y es cierto que en la cumbre, en la que solo faltó la presidenta de Perú, Dina Boluarte, que no puede salir de su país porque no tiene vicepresidente que la sustituya, hubo consenso sobre la oportunidad del regreso de Venezuela a los foros internacionales. Pero eso no puede suponer el olvido forzoso de los desmanes de Maduro ni avalar sin objeciones las complejas aristas de la diplomacia del presidente brasileño. Tanto antes como después de acceder a la presidencia de Chile, Gabriel Boric ha sido siempre muy claro ante la deriva del chavismo encarnado por Maduro, como lo ha sido ante el abismo del régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo en Nicaragua: su muestra de coherencia y madurez ratifican la convicción irrenunciable de que los derechos humanos no se negocian a cambio de alianzas políticas ni tienen coartadas ideológicas.

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