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Columna
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Hacia un consenso del sur global

Nuevos liderazgos políticos, mayor cooperación internacional y una inserción internacional inteligente son elementos centrales para este fin

Comunidad indigena Argentina
Una niña carga a su hermana en una comunidad indígena en Salta (Argentina), en febrero de 2020.UESLEI MARCELINO (Reuters)

Adam Smith solía afirmar que “no puede haber una sociedad floreciente y feliz cuando la mayor parte de sus miembros son pobres y desdichados”. América Latina se enfrenta al reto de avanzar en su desarrollo sostenible e incluyente, en el marco de su institucionalidad democrática y los ritmos que ésta impone.

La humanidad ha logrado, luego de la segunda guerra mundial, los mayores niveles de bienestar y progreso de su historia. Indicadores de alfabetismo, salud o expectativa de vida así lo demuestran. Sin embargo, no puede existir espacio para la complacencia ante los retos y las megatendencias a superar.

El fortalecimiento de las clases medias se configura como una de las principales características de este siglo. Según las proyecciones de Centennial Group, el 80% de la población mundial será de clases medias y con ingresos altos en el 2060. 4.000 millones de personas de las economías emergentes integrarán este segmento en los próximos 40 años. La gran mayoría de los habitantes de los países de Asia del Este la conformarán, mientras que los de América Latina serán el 66% y África el 50%.

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No obstante, existen riesgos de retrocesos en la región. Las clases medias emergentes ―como motores del crecimiento― son menos resistentes y pueden caer de nuevo en la pobreza. Su rol es crítico para una mayor cohesión social, menor conflictividad y romper con la transmisión intergeneracional de la desigualdad. Por ello, se hace necesario consolidar su posición.

Los denominados Tigres asiáticos (Corea, Hong Kong, Singapur y Taiwán) tienen valiosas lecciones que brindar. Su nivel de desarrollo en los años 50 era muy similar al de América Latina. Hoy han alcanzado un ingreso per cápita similar al de países industrializados. Por ejemplo, el de Singapur es mayor al de Estados Unidos, Francia o España y nueve veces superior al de Brasil.

Igualmente, lograron la convergencia con las mayores economías, mientras que las de América Latina, no. Estas últimas continúan bajo el concepto multidimensional de la “trampa de ingreso medio” y han cedido comparativamente espacios en términos de comercio, inversión, innovación y presencia en los principales foros y debates.

Según el exministro de Estado de Chile y presidente de CIEPLAN, Alejandro Foxley, la trampa consiste en la dificultad de sostener por más de una década crecimientos superiores a 5%, acompañados de reducción de las desigualdades y de consolidación y perfeccionamiento de las instituciones democráticas.

Países de Asia del Este ―con las particularidades de sus regímenes políticos― lograron avanzar al combinar de forma virtuosa diferentes elementos de política pública e institucionalidad, incidiendo de forma temprana y estratégica en ciertos sectores. En efecto, sus dirigentes se concentraron más en la construcción de visiones de largo plazo; priorizaron las cuestiones económicas, dejando a un lado los debates ideológicos; potenciaron la productividad total de los factores; estimularon las tasas de ahorro e inversión; promovieron el desarrollo humano y la educación; favorecieron la distribución equitativa de ingresos y activos; invirtieron en infraestructura; innovaron constantemente; impulsaron los cambios de estructuras productivas y sus encadenamientos; abrieron sus economías y se orientaron hacia las exportaciones; establecieron un clima de inversión y empresarial favorables con reglas claras y estables de juego; impulsaron la construcción de burocracias sólidas basadas en meritocracia, entre otros.

¿Están los países de América Latina siguiendo la ruta de los “Tigres”? La región tiene aquí múltiples lecciones que aprender y valorar las experiencias positivas y negativas. Debe recorrer la mitad del camino que le hace falta y redoblar sus esfuerzos por una transformación estructural, bajo una estrecha colaboración público-privada. Productividad y empleo de calidad están en el corazón del debate.

Hoy es necesario aprovechar el dinamismo tecnológico de los recursos naturales, imprimir un mayor valor agregado a las exportaciones y modernizar los sistemas educativos para reforzar la innovación. Se requiere una estrategia actualizada de desarrollo, que no esté anclada en el pasado, responda a las nuevas necesidades del siglo XXI y sea sostenible en el largo plazo.

Debemos transitar de las teorías de Raúl Prébisch y del “Consenso de Washington” hacia un “Consenso del Sur Global” que promueva un desarrollo sustentable, estable y equitativo. Nuevos liderazgos políticos, mayor cooperación internacional y una inserción internacional inteligente son elementos centrales para este fin.

El cruce de caminos de nuestro tiempo exige que democracia, desarrollo y justicia social se constituyan en una tríada virtuosa e indisoluble en cumplimiento de la Agenda 2030.

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