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Columna
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Quédate tú la política…

Nuestros cargos públicos tienen más tentaciones para corromperse que en otros países porque tienen más poder para decidir sobre contratos, subvenciones o expedientes. Y los corruptores lo saben

El exdiputado del PSOE Juan Bernardo Fuentes (derecha) junto a su abogado, Raúl Miranda, salen de la Audiencia Provincial de Santa Cruz de Tenerife, el pasado 3 de marzo.
El exdiputado del PSOE Juan Bernardo Fuentes (derecha) junto a su abogado, Raúl Miranda, salen de la Audiencia Provincial de Santa Cruz de Tenerife, el pasado 3 de marzo.Ramón de la Rocha (EFE)
Víctor Lapuente

…y déjame a mí el Estado ¿Recordáis lo que llegamos a discutir en la pandemia si teníamos que quedarnos en casa y cerrar los colegios o seguir con la vida normal? ¿Si era mejor el “intervencionismo” de Sánchez o el “neoliberalismo” de Ayuso?

Pues resulta que, si comparamos el exceso de mortalidad en Europa en el periodo 2020-22, vemos que el tipo de política seguido importa poco. Entre las naciones con menos fallecidos está la ultraliberal Suecia (donde los centros educativos permanecieron abiertos y hay personas que jamás usaron mascarilla) y las más restrictivas Dinamarca o Alemania. Lo que une a esos países no es una política antipandémica ni una ideología de gobierno concreta, sino la calidad de sus instituciones: sus Estados aplican la política que sea con eficiencia e imparcialidad. Las naciones con más decesos (Eslovaquia, Polonia, Chipre) también han seguido políticas diferentes, pero tienen en común una baja calidad institucional.

España tiene unas instituciones públicas mediocres, a la misma distancia de Noruega que de Bulgaria. Y en algunos indicadores empeoramos ligeramente, como el de Transparencia Internacional, donde ocupamos la posición 35ª del mundo, al lado de Botsuana y Cabo Verde. A unos les parecerá anecdótico y a otros grosero, pero debería preocuparnos a todos, porque estas clasificaciones son usadas por las agencias de calificación de crédito de un país. Sí, Países Bajos está por delante de nosotros. Y, no, no es por la política (fiscal o la que sea) de Sánchez. Es por el Estado y la incapacidad de todos los partidos por reformarlo.

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Los casos Kitchen y Tito Berni se despachan también como una cuestión política, pero la culpa no es de unos partidos podridos (PSOE o PP), sino de unas instituciones estatales defectuosas. Nuestros cargos públicos (ministros, consejeros, alcaldes o generales de la Guardia Civil) tienen más tentaciones para corromperse que en otros países porque tienen más poder para decidir sobre contratos, subvenciones o expedientes. Y los corruptores lo saben.

La solución es fácil: repartir el poder de decisión entre personas con intereses distintos, como partidos de la oposición o funcionarios independientes. Pero quienes pueden acordar esa reforma prefieren no perder un ápice de poder y atacar con toda la furia al partido rival. Qué grandes hombres y mujeres de Estado tenemos. @VictorLapuente

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