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Columna
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La covid larga es una enfermedad neurológica

Mala memoria, atención dispersa, pérdida de olfato, alteraciones del humor, insomnio: todo apunta al cerebro

Un hijo y una hija abrazan a su padre, un paciente con coronavirus  en la sala de la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI), antes de su procedimiento de intubación en el Providence Mission Hospital en Mission Viejo, California.
Un hijo y una hija abrazan a su padre, un paciente con coronavirus en la sala de la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI), antes de su procedimiento de intubación en el Providence Mission Hospital en Mission Viejo, California.SHANNON STAPLETON (REUTERS)
Javier Sampedro

Sí, la covid larga existe, y sí, afecta a un montón de gente. Los médicos la llaman PASC, secuela postaguda de la covid en sus siglas inglesas, y puede durar desde tres meses hasta tres años, que sepamos hasta ahora. Los pacientes sufren una fatiga persistente, alteraciones del ritmo cardiaco y lo que describen a veces como una “neblina mental”, o la dificultad para concentrarse y pensar con claridad. Ya sé que eso le puede pasar a cualquiera que peine canas, pero el síndrome afecta a menudo a gente joven y por lo demás saludable. De hecho, no hace falta haber pasado la forma grave de la enfermedad para padecer efectos de larga duración, y las vacunas solo protegen parcialmente contra ellos. Los factores de riesgo son ser mujer, ser pobre, fumar, estar gordo y padecer enfermedades autoinmunes. No es fácil encajar toda esa ensalada de datos en una teoría simple.

Pero sí hay una cosa clara a estas alturas. Los efectos más duraderos, generalizados e invalidantes de la PASC, o covid larga, son neurológicos. Mala memoria, atención dispersa, pérdida de olfato, alteraciones del humor, insomnio. Está todo en tu cerebro, salvo que esta frase ya no es lo que era. Antes significaba que no tenías verdaderos problemas de salud, sino que, redondeando un poco, te los habías inventado. Ahora, en cambio, quiere decir que estás bien fastidiado, porque el cerebro es un trozo de cuerpo, y sus disfunciones son tan penosas como las del hígado o el riñón, con el agravante de que sabemos curarlas aún peor. Scientific American abre su último número con una buena revisión del asunto.

Las cifras de afectados varían mucho de una estimación a otra, y no tiene mucho sentido examinarlas en detalle en este momento. El cálculo más conservador dice que uno de cada diez infectados por el coronavirus ha sufrido covid larga, pero eso no aclara cuánto de larga, porque se basa en datos tomados tres meses después de la infección de cada paciente. En todo caso, el número de contagiados en el mundo es tan enorme que el problema está condenado a afectar a decenas o centenares de millones de personas. No podemos esperar sentados a que llegue el último decimal de la estadística. Es obvio que el problema es importante, que es neurológico y que hay que investigar para paliarlo.

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Hay varias formas en que el coronavirus puede dañar el cerebro. La más simple es que lo ataque directamente, y hay evidencias de ello. Los científicos han detectado tanto genes como proteínas del SARS-CoV-2 en las neuronas que conectan la nariz con el bulbo olfatorio, la parte del cerebro que procesa los olores, y en las que comunican ese bulbo con otras partes del cerebro que controlan la respiración y el ritmo cardiaco. De un modo más indirecto, pero no menos dañino, la infección por el virus estimula a algunas células del sistema inmune a viajar hasta el cerebro. Entre ellas están los macrófagos, unas células defensivas que disparan sin hacer demasiadas preguntas. Pero todo esto es un cuadro de trazo grueso. Hay que analizarlo con mucha más agudeza para encontrar tratamientos eficaces. La cuestión es seria y debe permanecer en el foco público.

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