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tribuna
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El drama de ligar con un joven consultor

Resulta demasiado fácil para muchos jóvenes dejarse llevar por la idea de ser ‘alguien’ para el resto, cuando quizás desconocen aún cómo quieren definir el éxito para sí mismos

Consultores
Oficinas de noche con algunos trabajadores todavía en sus puestos en el distrito financiero de las Cuatro Torres en Madrid.JUAN BARBOSA
Estefanía Molina

Cuando llegué a Madrid, mi entonces compañera de piso siempre decía que ella huía de ligar con chavales del variado mundo de la consultoría o de bufetes de abogados. “No tienen tiempo de quedar ni casi de cultivar otros intereses. Están obsesionados con ascender…” fue su prejuicio fulminante. Aunque ese chascarrillo resume la cara humana, menos conocida, que existe más allá de las inspecciones del Ministerio de Trabajo a varias consultoras grandes en España.

Y es que sería miope ceñir el debate solo a la cuestión de las horas extras o las jornadas maratonianas, pese a que la ley está para cumplirla y la Administración, para supervisarla. Tampoco se trata de culpar a un trabajador de las condiciones de su empleador, porque no es una relación entre iguales. Sin embargo, existen lógicas macabras de fondo que escapan al ojo del Estado sobre empresas concretas.

Cada año, cientos de graduados emigran a Madrid desde sus provincias con el sueño de comerse el mundo. Recién salidos de la carrera, encuentran en las grandes firmas de la capital una forma de validar su mérito para cumplir el sueño de “triunfar en la vida”. Muchos jóvenes aceptan ser carne de cañón, sin rechistar, echando las horas que haga falta, bajo la esperanza de lograr un estatus.

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El problema es que muchos chavales, y no tan chavales, son incapaces de renunciar a ciertos puestos, movidos de fondo por un bucle vicioso de ambición o de miedo a ser un don nadie, en esta sociedad donde “ser alguien” se mide más por el ojo ajeno que por la escala propia de valores. A cierto nivel consolidado, podrían incluso fichar por empresas más pequeñas, al ser el derecho o la economía todavía disciplinas con un abanico de empleabilidad mayor que el de las humanidades; aun así, lo rechazan.

Le pasó a un amigo cuando tenía 22 años y no le ascendieron, que en ciertos sectores es como invitarte a que te marches. El mundo se le cayó encima creyendo que sería una especie de paria, sin futuro. Tenía otra oferta entre manos de una compañía cliente, con mejores condiciones, pero le inquietaba terminar en alguna pyme al uso.

Digamos que la cultura corporativa de su empresa le había hecho sentirse el rey del mambo. Eran esos trajes imponentes, siendo él un pipiolo, las reuniones con altos cargos, la sensación de pertenencia a una alta alcurnia social o económica, que en Madrid se agrava por la cercanía al poder político. Los viajes exclusivos para “hacer equipo” o las estancias en hoteles formaban parte de su ideal de ascenso, frente a la precariedad de tantos de su edad.

El problema es que sus compañeros se habían vuelto sus únicos amigos y casi ni tenía hobbies. El problema son los entornos que exaltan de forma enfermiza el networking, comparando por internet los currículos inflados o la vanidad de aparecer en rankings: “Los 30 mejores de…”. Así que cuando le echaron, en verdad le estaban quitando lo más preciado para cualquier muchacho en la veintena: el ansia de triunfar y su círculo de iguales, tan “selectos”.

Le tuve que recordar las quedadas en su casa, con sus compañeros afirmando que no se querían ver como uno de sus jefes: con 50 años, viendo a sus hijos lo que podía y llegando a menudo tarde. Movidos por el logro profesional es fácil para muchos jóvenes acabar perdiendo el control a medida que escalan, y las renuncias personales cada vez son más elevadas. “No te eches un marido consultor”, le recordé que me aconsejaban, entre risas.

Y, este sábado, me tocó a mí enunciar el primer mandamiento, cuando otro amigo me soltó que le había plantado su cita “porque estaba saturada”, aunque me lo ahorré. Es obvio que no todo el mundo es igual; a veces va de personalidad o del margen que les dejan los proyectos en que trabajan, pese a que haya fuertes dinámicas en ciertos sectores que empujen hacia un lado.

El problema es que es demasiado fácil para muchos jóvenes dejarse llevar por la idea de ser “alguien” para el resto, cuando quizás desconocen aún cómo quieren definir el éxito para sí mismos. Para algunos, el triunfo será llegar a final de mes o lograr equilibrar la vida personal con desempeñar su oficio. Para otros, ser “alguien” quizás sea elegir una vida invertida en escalar en el trabajo. Eso sí, avisados están de que si salen a ligar tendrán el plus de lidiar con cierta fama.

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Sobre la firma

Estefanía Molina
Politóloga y periodista por la Universidad Pompeu Fabra. Es autora del libro 'El berrinche político: los años que sacudieron la democracia española 2015-2020' (Destino). Es analista en EL PAÍS y el programa 'Hoy por Hoy' de la Cadena SER.

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