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editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El fin de un capo

La caída a manos de la policía del jefe de la Mafia Messina Denaro termina con una época pero no con un mal enquistado en la sociedad italiana

Una mujer muestra una foto de los jueces Giovanni Falcone y Paolo Borselino, asesinados por la Mafia, durante una manifestación contra el crimen organizado en Palermo (Sicilia).
Una mujer muestra una foto de los jueces Giovanni Falcone y Paolo Borselino, asesinados por la Mafia, durante una manifestación contra el crimen organizado en Palermo (Sicilia).Alberto Lo Bianco (AP)
El País

Con la detención del capo mafioso Matteo Messina Denaro, Italia ha neutralizado al último símbolo de una era terrorífica, cuyo pico máximo se alcanzó durante los años ochenta y noventa. Por entonces, la Mafia puso contra las cuerdas al Estado italiano tanto por la impunidad de sus actividades como por los asesinatos de destacados exponentes de la lucha contra la organización. Se trata, sin duda, de un éxito en el combate contra el crimen organizado, pero al mismo tiempo abre importantes interrogantes sobre cómo el último gran líder de la Mafia siciliana pudo permanecer en libertad durante las últimas tres décadas al frente de una organización criminal que está todavía muy lejos de ser eliminada.

Messina Denaro fue detenido el lunes cuando acudía a una cita habitual para recibir tratamiento médico por el cáncer de colon que padece. La policía ha descubierto que residía en una cómoda casa a apenas nueve kilómetros del lugar donde vive su familia y que su rutina diaria tenía apariencia de normalidad completa. Heredero y compañero de clan —los denominados corleoneses— de otros dos grandes exponentes de la Mafia, Salvatore Totò Riina, detenido en 1993 y en prisión hasta su muerte en 2017, y Bernardo Provenzano, detenido en 2006 y también encarcelado hasta su fallecimiento en 2016, representa una época de poder cuasi omnímodo y terror en el que abundaron los asesinatos, tiroteos y atentados mortales. Destacan los asesinatos de los jueces antimafia Giovanni Falcone y Paolo Borsellino, ambos en 1992, y del general Carlo Alberto dalla Chiesa en 1982. El retrato más gráfico de aquellos años es que la Mafia llegó a atentar con bomba contra la Galería de los Uffizi, en Florencia, varias iglesias de Roma y hasta planeó volar la Torre de Pisa.

Es cierto que desde las detenciones de Riina y Provenzano, la organización dirigida ya por Messina Denaro optó por un perfil más bajo, sin que ello suponga que renunciara a ninguna de sus actividades ilegales. Incluyeron antes y después todo tipo de delitos, y entre ellos las ingentes cantidades de dinero convenientemente destinadas a sobornos, chantajes o amenazas, según el caso, al tejido industrial y político italiano. Y así ha sido durante casi 30 años en los que inexplicablemente Messina Denaro —condenado en rebeldía en 2002 a cadena perpetua por medio centenar de asesinatos, algunos perpetrados con sus propias manos y otros ordenados, incluso contra mujeres embarazadas y niños— siempre ha salido incólume de cualquier operación policial, en ocasiones en el último momento.

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Aunque el descabezamiento de la organización supone una excelente noticia, a las autoridades italianas les queda aún un largo camino hasta extirpar un mal que extiende sus ramificaciones fuera de las fronteras del país transalpino y para el que necesitan toda la colaboración internacional posible.


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