_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Musk, el pajarraco de Twitter

Cuidado, Elon. Ni todo el oro del mundo puede comprar el talento y la voluntad ajena, los pájaros pueden volar del nido y quedarte tú solito piando en tu solar carísimo

Elon Musk Halloween
Elon Musk, el 31 de octubre en la fiesta de Halloween de la modelo Heidi Klum en Nueva York.Taylor Hill (Getty)
Luz Sánchez-Mellado

Hace justo 10 años abrí una cuenta en Twitter. Analógica perdida por edad y talante, había jurado no caer en las redes sociales sin tener una pistola apuntándome a los sesos y, entonces, la sentía. La inminencia de un despido masivo en mi empresa me hizo echarme a ese monte para mí ignoto con arrojo suicida y sin vergüenza ninguna. Así, sin filtro ni freno, me convertí, sin conocer ni el término, en trol insoportable. Pedí apoyo a mi causita a celebridades a las que luego puse a parir por ignorarme. Delaté a esquiroles pensando que solo me leerían cuatro gatos de mi cuerda. Me tomé, y di, confianzas virtuales que jamás hubiera dado cara a cara. Di y me dieron, en fin, por todos sitios hasta que, pasada la calentura, fui adaptándome al medio con pasión de conversa rozando, a rachas, la adicción severa. Twitter es, alguien tiene que decirlo, droga dura para hiperdependientes de la aprobación ajena como la que firma. Gimnasio verbal. Termómetro social. Masturbador de egos. Cancha de esgrima dialéctica. Bar de copas fino o canalla según la hora. Diván de insomnes. Paraíso de narcisistas y lodazal de bocazas, sí, pero también privilegiado escaparate de lo mejor y lo peor del globo.

En esta década en Twitter he alternado con seres extraordinarios con los que jamás hubiera cruzado palabra de otro modo. He sido insultada y he abusado de mi privilegio exponiendo a otros a insultos. He reído y llorado con alegrías y penas ajenas. Me he enterado de noticiones sentada en el inodoro. He visto luchar y morir a enfermos que creyeron que iban a salir de lo suyo hasta el último suspiro. He apoyado acciones solidarias sin soltar un euro y atizándome un gin tonic de 15 pavos. He subido al cielo y he bajado al infierno, pero ahí sigo. Pese a todas sus taras, Twitter todavía me da más que me quita y, además, lo dejo cuando quiera: yo controlo. Todos podemos, claro. Pero mientras para algunos, como yo misma, es un pasatiempo, para otros es su única ventana al mundo y su único altavoz posible. Por eso la sobrada de Elon Musk, nuevo amo del gallinero, regateando cual tahúr de Las Vegas con el mismísimo Stephen King el precio que quiere cobrarle, y cobrarnos, por certificar que nosotros somos nosotros es doblemente peligrosa. Cuidado, Elon, pajarraco. Ni todo el oro del mundo puede comprar el talento ni la voluntad ni la libertad ajenos, los pájaros pueden volar del nido y tú quedarte piando solo en tu solar carísimo.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites
_

Sobre la firma

Luz Sánchez-Mellado
Luz Sánchez-Mellado, reportera, entrevistadora y columnista, es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense y publica en EL PAÍS desde estudiante. Autora de ‘Ciudadano Cortés’ y ‘Estereotipas’ (Plaza y Janés), centra su interés en la trastienda de las tendencias sociales, culturales y políticas y el acercamiento a sus protagonistas.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_