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Columna
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Por qué el huérfano de la doctora Leontieva nos debe importar

Algún día, los niños como el que ha dejado Oksana al morir nos mirarán a la cara y en sus ojos veremos, por desgracia, la semilla de otro odio

Oksana Leontieva
Oksana Leontieva, víctima de un misil ruso, en una imagen tomada de su cuenta en Facebook.
Berna González Harbour

Elijamos a una persona concreta, una de las que fallecieron el lunes en las calles de Kiev por los designios de Vladímir Putin: Oksana Leontieva, por ejemplo, que era una médica especializada en cáncer infantil. Acababa de dejar a su propio hijo en la escuela para ir al hospital Ojmatdit, donde trabajaba con niños enfermos cuando un misil truncó su vida, sus planes y los de ese hijo que ya había perdido a su padre un año antes.

Hay muchos otros. Unicef busca a más de 26.000 huérfanos que han quedado dispersos por la guerra. Algún día, dentro de muchos años, miraremos a los ojos de esos niños para encontrar las razones de nuevos episodios de violencia, para constatar una vez más que el resentimiento solo habrá engendrado más odio, más distancia, más guerras. Y ni siquiera Putin parece comprender que, con los bombardeos, solo sembrará más y más rechazo a Rusia.

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Y es que sus métodos para atraer a Ucrania no son efectivos ni desde el punto de vista militar (vistos los tropiezos) ni desde el punto de vista emocional. Putin debería repensar todo lo que aprendió en el KGB. Desde que empezó a intervenir en la política de Ucrania, la proporción de prorrusos ha ido disminuyendo exponencialmente. En 2004, la opinión pública todavía estaba dividida en dos mitades muy igualadas, encarnadas entonces en el proeuropeo Víktor Yúshenko y el prorruso Viktor Yanukóvich, pero el envenenamiento del primero con una dioxina producida en Rusia y su desfiguramiento a la vista de todo el mundo empezaron a inclinar la balanza. Después vino la guerra del gas, cuando Rusia estranguló la provisión de energía a Ucrania hasta la caída del Gobierno proeuropeo. El siguiente Gobierno, prorruso, rompió en 2013 el acuerdo de Asociación con la Unión Europea y la revolución que se desató en las calles contra ese panorama consolidó la inclinación masiva hacia Occidente. Lo siguiente fue Crimea y la guerra en Donbás.

Hoy, el 87% de los ucranios está a favor de entrar en la Unión Europea. Son cifras mayúsculas. La Rusia de Putin no atrae a casi nadie en Ucrania y de ella está huyendo una generación de jóvenes rusos.

En la escena internacional el panorama también es sombrío: solo una pandilla de dictadores parias como Daniel Ortega, Alexandr Lukashenko, Kim Jong-un y Bachar el Asad mantienen su apoyo cerrado a Putin en la Asamblea General de la ONU, donde otros como China, India o Venezuela silban mirando a otro lado. Algún día, los huérfanos como el hijo de Oksana nos mirarán a la cara y en sus ojos veremos, por desgracia, la semilla de otro odio.

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Sobre la firma

Berna González Harbour
Presenta ¿Qué estás leyendo?, el podcast de libros de EL PAÍS. Escribe en Cultura y en Babelia. Es columnista en Opinión y analista de ‘Hoy por Hoy’. Ha sido enviada en zonas en conflicto, corresponsal en Moscú y subdirectora en varias áreas. Premio Dashiell Hammett por 'El sueño de la razón', su último libro es ‘Goya en el país de los garrotazos’.

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