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ABRIENDO TROCHA
Columna
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¿Qué vendría con la elección de Lula?

De ganar la elección del domingo, Lula enfrentará una gestión difícil, amenazada no solo por el entorno económico, sino también por un “Trump local” en las trincheras: Bolsonaro

Elecciones Brasil 2022
Un hombre camina entre dos imágenes de Jair Bolsonaro y Luiz Inácio Lula da Saliva, el 23 de septiembre, en Brasilia.ADRIANO MACHADO (REUTERS)
Diego García-Sayan

Mientras la extrema derecha avanza posiciones en Europa —ya enraizada en Hungría o Polonia desde hace años— los herederos del fascismo mussoliniano arrasaron en la elección del pasado domingo. Otra parece ser la música en América Latina, también polarizada, pero donde los vientos vienen soplando en otra dirección.

Dentro de la polarización a lo largo de la campaña el Observatorio Electoral de COPPPAL (Conferencia Permanente de Partidos Políticos de América Latina y el Caribe) ha denunciado un serio contexto de violencia. Entre ellos el asesinato por un simpatizante de presidente Bolsonaro a un militante del Partido de los Trabajadores en el Estado de Mato Grosso. También fue asesinado el tesorero del PT en Foz de Iguazú, por un policía criminal, quien se identificaba como simpatizante de Bolsonaro. Por último, la muerte de un simpatizante de Jair Bolsonaro al ser chocado de manera deliberada por el auto de una concejala del PT.

Si bien la votación del próximo domingo en Brasil se ve ajustada, la diferencia con Bolsonaro, quien busca la reelección, todo parece apuntar al triunfo de Lula, aunque nada aseguraría que sería en primera vuelta. Queda por ver cómo sería la distribución de los escaños en diputados (elección del 100% de sus integrantes) y del 1/3 de senadores que se renueva.

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Ante posibilidad como esta se plantean dos órdenes de interrogantes. De un lado un recorderis sobre lo que Lula fue como presidente, así como las derivaciones en procesos contra la corrupción que llevaron a su prisión en abril del 2018. Por el otro, las perspectivas de su gobierno ante su eventual triunfo, que se daría en un contexto local e internacional muy distinto al de su gobierno anterior.

El gobierno de Lula —2003/2011— fue elogiado desde distintos sectores por haber logrado algo difícil como conciliar el crecimiento económico (incluyen hasta reembolsos al FMI) con el incremento en el gasto social y el aumento en la inversión pública. El contexto internacional y de los precios de las materias primas daba al país, en esos días, un “colchón” saludable que permitió, incluso, poner en ejecución el ambicioso programa Bolsa Familia, que llegó a 40 millones de personas.

La gestión de Lula, sin embargo, no llegó a modificar un cuestionado sistema tributario que viene desde los 70 del siglo pasado y que penaliza más a la clase media que a los grupos de altos ingresos. Al quedar intocados los marcos conceptuales de manejo macroeconómicos, muchos analistas, como Giancarlo Summa, apuntan que este fue uno de los factores que llevaron a que la base social de Lula variara, durante su gobierno, de su original sustento —la clase trabajadora— hacia los sectores más pobres. En cualquier caso, el hecho es que su gobierno terminó en diciembre del 2010 con una popularidad superior al 80%.

Tres cosas importantes ocurrieron en el país luego de su gobierno. Primero la elección de Dilma Rousseff como su sucesora desde el 2011, lo que fue seguido por su destitución por el Senado en mayo de 2016 en un hecho que muchos denominaron, con algo de razón, “golpe de Estado parlamentario”. No solo Dilma sino todo el “lulismo” parecía haber sido golpeado y afectado irreversiblemente en un contexto, además, en el que el manejo de la economía se le salió de control al gobierno.

Segundo, los procesos de investigación por corrupción impulsados por el juez Sergio Moro contra varios implicados en sonoros casos y contra el propio Lula. Vistas muchas de estas investigaciones al inicio como un viento depurador y salvador, dentro del contexto de la brutal corrupción producidos en Brasil y otros países por Odebrecht y otras grandes empresas constructoras brasileras, el crudo curso de los acontecimientos fue bajando a Moro y a otros protagonistas del pedestal que la media le había construido.

El manejo tipo “rock star” por Moro, si bien generó inicial interés y entusiasmo por la comunidad internacional, fue demostrando gradualmente que su conducta y el curso de varios de sus procesos tenían más de política que de justicia. Afectaciones severas al debido proceso fueron poniendo en cuestión la independencia y el rigor de un sacrosanto Moro que poco a poco iba desdibujándose. Por ejemplo, impulsando shows para los medios como enviar, cinematográficamente, tanquetas y helicópteros para trasladar a Lula desde su residencia en Curitiba a una diligencia judicial rutinaria.

En lo que muchos llamaron “masacre” contra Lula, los hechos demostraron que a lo que se apuntaba era a inhabilitar a cualquier precio su candidatura y facilitar la de Bolsonaro; de quien, no por casualidad, acabó Sergio Moro siendo ministro. Las fichas quedaron expuestas. En el contexto de los meses que siguieron, el Supremo Tribunal Federal de Brasil —insospechable de “lulismo”— analizó los procesos por los que se condenaba a Lula y los anuló. Y Lula recuperó la plenitud de sus derechos políticos.

Tercero, el cuestionado gobierno de Bolsonaro, tanto dentro como fuera del Brasil, por varias cosas, dentro de lo que destacaban dos. De un lado, el manejo irresponsable durante la pandemia de la Covid, elemento contributivo decisivo del fallecimiento de cerca de 700,000 personas en el país. Con ello Brasil pasó a ocupar el poco honroso segundo puesto de fallecimientos en el mundo, precedido sólo por los EE UU.

Por otro lado, la decisiva e imperdonable contribución de Bolsonaro a la destrucción de la foresta amazónica. Como lo he recordado en este mismo periódico, la deforestación en la Amazonía brasileña creció 79% durante los primeros tres años de gobierno de Bolsonaro; área mayor que Qatar o Jamaica, igual a Bahamas o más de la mitad de todo el territorio de El Salvador. Lo esencial: la responsabilidad directa de su gobierno por falta de fiscalización de las autoridades ambientales y la reducción brutal de presupuesto para combatir esos delitos.

De ser elegido Lula este domingo, varias cosas ya han cambiado. De un lado el propio equipo de gobierno que asumiría las riendas el 1 de enero del 2023 sería distinto del que llevó las riendas en el periodo 2003/2011. Al haber escogido a Gerardo Alckmin, de centro derecha, como candidato a vicepresidente, Lula transmite todo un mensaje. Más bien conservador, Alckmin siempre estuvo cercano al sector empresarial más poderoso (el paulista). Ha estado ha estado siempre opuesto al PT y se le menciona cercano incluso al Opus Dei. Pese a que Alckmin dejó el PSDB de Cardoso el año pasado, hay varios indicios de que el propio Fernando Henrique hoy apoyaría la elección de Lula, sin duda por tener al frente al “Trump brasilero”.

Por otro lado, el complejo contexto internacional y nacional en materia económica hoy prevaleciente. Que no es de expansión —como sí lo fue durante su primer gobierno—, sino de recesión o, al menos, de enfriamiento global. Esto apunta a una gestión difícil y amenazada por varios lados, y no sólo por el entorno económico, sino también por un “Trump local” en las trincheras, que ha dado muestras de dinámicas y métodos análogos al de la versión original de Palm Beach, y con un apoyo real en al menos 30% de la población. Nada de esto es y será irrelevante o decorativo.

En lo que atañe a la foresta amazónica puede ser esta una de las áreas de viraje con Lula. Y con repercusiones internacionales relevantes. Con una destrucción acelerada en dimensiones sin precedentes durante el gobierno que termina, tendría Lula el reto de vigorizar políticas e instituciones internas que enfrenten esta amenaza. Podría, además, desempeñar un papel en la revitalización de una vertebración urgente de los países amazónicos, hoy sin liderazgo. Apuntando, entre otras cosas, a dinamizar la articulación de los ocho Estados miembros en la indispensable —pero hoy aletargada— Organización del Tratado de Cooperación Amazónica (OTCA).

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