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editorial
Tribuna
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El despotismo de Daniel Ortega

El autoritarismo antidemocrático del Gobierno de Nicaragua no aplaca su persecución a los disidentes

Daniel Ortega, durante el acto por el aniversario del ejército de Nicaragua, el viernes en Managua.
Daniel Ortega, durante el acto por el aniversario del ejército de Nicaragua, el viernes en Managua.Jorge Torres (EFE)
El País

El régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo sobrepasó hace días los límites de lo obsceno con la exhibición de algunos de los presos políticos más simbólicos de Nicaragua. La presentación ante las cámaras de opositores como el líder estudiantil Lesther Alemán, el exprecandidato a la presidencia Félix Maradiaga o Dora María Téllez, la otrora Comandante Dos de la revolución sandinista, se produjo después de las denuncias de sus familiares, preocupados por su salud. Los signos de desnutrición y fuerte adelgazamiento tras más de un año de encierro en la temida cárcel de El Chipote son evidentes. A través de esas imágenes, sin embargo, el aparato de Ortega exhibió también todo su poder y lanzó una terrible advertencia a la oposición. Esto es, cualquier crítica será castigada.

La captura del obispo Rolando Álvarez, la voz más crítica con el Gobierno dentro de la jerarquía católica, muestra que el Gobierno ya no tiene ningún reparo y tampoco le importa profundizar la fractura con la comunidad internacional. La única salida a la ya dilatada deriva autoritaria de Nicaragua pasa por el diálogo, aunque Ortega y Murillo han rechazado hasta ahora cualquier intento de mediación y han hecho oídos sordos incluso al llamamiento del papa Francisco. En julio, el presidente descartó de forma terminante la posibilidad de diálogo con Estados Unidos a pesar de que hace meses uno de sus hijos buscara un acercamiento con Washington con el propósito de aliviar las sanciones.

A eso se suma que el régimen aceleró la implantación de un sistema de partido único. En noviembre se celebran elecciones municipales que, como las anteriores, acabarán en una farsa. La reciente intervención de las últimas alcaldías controladas por la oposición ha consolidado un modelo incompatible con la democracia. Lo mismo ocurre con la libertad de expresión. La represión gubernamental ha laminado el periodismo y la comunicación, con excepción de la propaganda, mientras los informadores independientes tuvieron que exiliarse. Hace poco Ortega culminó el golpe contra La Prensa llegando a tomar de facto sus instalaciones. El drama del país centroamericano no tiene una solución inmediata ni fácil, pero cualquier vía de salida implica que Ortega y Murillo reviertan su enroque en el autoritarismo antidemocrático.

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