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Columna
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Donde hay opresión, hay resistencia

Los mismos principios que Mao defendía hace 50 años ante Nixon sirven todavía ahora, pero en favor de Ucrania y Taiwán

China Taiwan
Soldados taiwaneses utilizaban un cañón antiaéreo de 35 milímetros este lunes en Taipéi.TAIWAN MILITARY NEWS AGENCY (REUTERS)
Lluís Bassets

Ha pasado medio siglo. Fue un encuentro que cambió el mundo. Un terremoto geopolítico. Abrió sus puertas a China y a la globalización. Empezó a entornarlas para la Unión Soviética. El símbolo fue la foto de Mao Zedong y Richard Nixon juntos, dos monstruos políticos que modificaron el curso de la historia. Las conclusiones, conocidas como el Comunicado de Shanghái, exigen una lectura contemporánea.

El escollo para el reconocimiento de aquella China aislada y la apertura de las relaciones diplomáticas con Estados Unidos era ya Taiwán, entonces representada en Naciones Unidas y en su Consejo de Seguridad e internacionalmente reconocida como República de China. En plena Guerra Fría, se trataba de un gambito increíble y diabólico: soltar una pieza fundamental en el tablero asiático a cambio de profundizar en la división en el campo comunista entre Pekín y Moscú.

Dos genios de la diplomacia como Zhou Enlai y Henry Kissinger estaban al timón. Las divergencias eran enormes. Tan insalvables como pueden parecerlo ahora. El comunicado siguió la técnica de la ambigüedad calculada. Recogía la posición de cada parte, de forma que cupieran todas las interpretaciones. Para Pekín, Taiwán es una mera región china, hay un solo Gobierno legal —el comunista—, el contencioso es una cuestión interna y es obligada la retirada militar estadounidense de la isla. Washington, por su parte, “reconoce que todos los chinos de ambas orillas del estrecho de Taiwán sostienen que hay una sola China y que Taiwán es parte de China”. Son palabras muy medidas, a no confundir con el simple reconocimiento de la existencia de una sola China ni mucho menos con el derecho de Pekín a la anexión.

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Todo estaba ya en el comunicado de Shanghái. Sí, hay una sola China como quiere el dogma, pero el camino que conduzca a ella deberá ser pacífico y compatible con la supervivencia de dos sistemas distintos. Si Hong Kong no ha podido sostener su sistema liberal hasta la fecha de 2047 como decía el tratado de devolución firmado con Londres, a santo de qué Taiwán podría mantener sus libertades bajo la autoridad de Pekín. Si Pekín no renuncia a la invasión, Washington tampoco renunciará a seguir suministrando ayuda militar a Taiwán. Reunificación y uso de la fuerza son incompatibles.

No tiene pérdida el párrafo más célebre del comunicado, en el que la parte china sermonea al imperialismo de la época: “Allí donde hay opresión, hay resistencia. Los países quieren la independencia, las naciones la liberación y los pueblos la revolución, esta es la característica irresistible de la historia. Todas las naciones, grandes o pequeñas, deben ser iguales: las grandes no deben intimidar a las pequeñas y las fuertes no deben intimidar a las débiles. China jamás será una superpotencia y se opone a la hegemonía y a la política de poder de cualquier tipo”. Ya no vale para China, pero vale en cambio para Ucrania, Taiwán, Xinjiang y Tíbet.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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