_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

OTAN de izquierdas, OTAN de derechas

Europa deberá hallar una forma de estabilidad tras la guerra de Ucrania, y no es bajo el paraguas de una Alianza Atlántica liderada por EE UU donde habremos de buscar la respuesta

Soldados en Ucrania
Soldados en Ucrania en el funeral de varios caídos en combate, el día 18 en Lviv.YURIY DYACHYSHYN (AFP)
Máriam Martínez-Bascuñán

La paz y la seguridad son valores que compartimos todos; aterrizarlos en la realidad es otro cantar. Lo vemos estos días a izquierda y derecha con las reacciones suscitadas por el supuesto resurgir de la OTAN, sobre la que Macron había decretado su muerte cerebral. Algo de razón tenía: la Alianza Atlántica no supo medir la relación de fuerzas entre Rusia y Ucrania cuando Putin hizo estallar la guerra, y no cumplió el objetivo para el que había sido creada, contener la pulsión expansionista rusa. Putin lo ha cambiado todo, y eso nos obliga a adaptar nuestra mirada a la nueva realidad. Sin embargo, la izquierda observa a la OTAN desde el inmovilismo del ideal abstracto de la paloma de la paz y, ante la cumbre, solo repite el viejo y descontexutalizado cliché del No a la OTAN. Su posición ante la guerra de Ucrania es una muestra más de la desorientación en la que vive. Sin querer entrar en la nueva conversación geopolítica, la autodenominada “izquierda auténtica” se siente más cómoda anclada en antiguos esquemas ideológicos. Y desde ahí la escuchamos, eso sí, mantener sesudos debates históricos sobre las supuestas causas que empujaron a Putin a la ofensiva que suenan más a justificación, con tal de no afrontar incómodas preguntas sobre qué precio estamos dispuestos a pagar por la libertad de Ucrania o qué significa para el feminismo enarbolar la bandera de la paz en una contienda donde la violación es un arma de guerra. No deja de ser curioso que esa izquierda se muestre a favor de la autodeterminación de los pueblos al tiempo que critica que grandes democracias como Suecia y Finlandia decidan por propia voluntad entrar en la OTAN por miedo a esta agresión loca. Por otra parte, la posición de los supuestos halcones no es, a priori, ni mucho menos inmoral. La cumbre de Madrid debería fortalecer los lazos entre las democracias del mundo para hacer frente a un nuevo bloque de autocracias capitaneado por Rusia y China, cada vez más envalentonadas. En su argumentario, frente a la actual situación no quedaría otra que enviar armas a Ucrania y vencer a Rusia, en una victoria que debe ser total.

Confieso que no sé bien qué significa para esa izquierda hablar de paz, si lo que sugiere es permitir que Putin domine, cercene o destruya Ucrania. Pero tampoco entiendo a los halcones que quieren situar a Occidente del lado correcto de la historia, el de la justicia, y para ello pretenden borrar a Rusia del mapa. Si hay algo que ha mostrado esta guerra es que no podemos enmarcar el mundo en una batalla maniquea entre democracias y autocracias: esa lógica convierte en incomprensibles los atajos morales que usamos a conveniencia con Venezuela o los saudíes ricos en busca de petróleo. Las izquierdas fingen no entender que hay guerras justas, y la respuesta de Ucrania lo ha sido por necesidad, por defensa propia. La obligación de la Alianza Atlántica era apoyar a un país atacado injustamente y ayudarlo a defenderse. Pero que la guerra sea justa no significa que la paz vaya a serlo, y esto es lo que no entienden los halcones. La guerra de Ucrania no es una batalla existencial entre democracias y autocracias: no conseguiremos una paz duradera con una clara derrota de Rusia, la historia está plagada de ejemplos parecidos. Europa tendrá que hallar una forma de estabilidad tras la contienda, y no es bajo el paraguas de una OTAN liderada por Estados Unidos donde habremos de buscar la respuesta. Estados Unidos no comparte vecindad con Rusia, ni tiene ningún tipo de dependencia energética de Rusia, y su visión sobre cualquier orden de seguridad viable en Europa no puede ser el mismo que el nuestro, como tampoco son similares los costes de mantener la contienda. Paz y justicia conforman una tensión política imposible de cerrar: la guerra ha conseguido cosas que consideramos justas, pero la historia nos enseña que ninguna solución definitiva traerá, nos guste o no, una paz verdaderamente justa.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites
_

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_