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Columna
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Los trajes del presidente Sánchez

El principal problema del jefe del Ejecutivo ha sido siempre la inconsistencia. Es consecuencia de su obsesión con la demoscopia y con permanecer en el poder

Pedro Sánchez
Pedro Sánchez, en una comparecencia en Bruselas el día 22.Geert Vanden Wijngaert (AP)
Ricardo Dudda

“Este es un Gobierno molesto para los poderes económicos, que tienen también sus terminales mediáticas y políticas”, afirmó el sábado Pedro Sánchez tras el Consejo de Ministros que aprobó medidas sociales por valor de 9.000 millones de euros. Es una afirmación que recuerda al Pedro Sánchez de 2016, cuando el entonces candidato del PSOE dio un giro antiestablishment y se presentó como una víctima del Ibex: en el programa Salvados dijo que había “una burbuja de medios de comunicación que están en manos de pocas empresas del sector financiero o telecomunicaciones como Telefónica”.

Es extraño que el presidente del Gobierno hable de las terminales mediáticas de los poderes económicos. Son declaraciones que encajan más con su socio Unidas Podemos, cuyo exlíder Pablo Iglesias nunca ha tenido reparos en atacar a los medios que lo critican, que con un presidente que esta semana hará de anfitrión de la cumbre de la OTAN en Madrid. Son una muestra del intento de Sánchez por recuperar cierto impulso tras la derrota estrepitosa del PSOE en las elecciones andaluzas. Por un lado, se presenta como un estadista apreciado internacionalmente, un líder joven socialdemócrata que habla idiomas y que cree en el atlantismo. Coincidiendo con la cumbre de la OTAN, ha organizado cinco citas bilaterales con los máximos mandatarios de Canadá, Islandia, Nueva Zelanda, Australia y Estados Unidos. La foto con Biden como política de Estado y para compensar el ridículo de la falsa reunión con el presidente estadounidense en la anterior cumbre de la OTAN el año pasado.

Por el otro, intenta contentar a su ala izquierdista y a su socio (que mantiene una postura rancia anti-OTAN en el momento en el que más fácil es ser pro-OTAN en décadas), con una retórica beligerante y ligeramente populista y aprobando aumentos de gasto público en un contexto de inflación. No es una estrategia nueva. Desde que se formó el Gobierno de coalición con Unidas Podemos en enero de 2020, Sánchez ha combinado un discurso hacia el exterior de moderación e institucionalismo con uno interior marcado por la guerra cultural y la demonización del adversario. Es el efecto The Economist: uno se cree lo que lee en la prensa anglosajona hasta que hablan de su país.

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El principal problema de Sánchez ha sido siempre la inconsistencia. Es consecuencia de su obsesión con la demoscopia y con permanecer en el poder (algo que todo líder posee, pero que solo los buenos líderes saben ocultar). En un momento de cierta desesperanza, cuando el Gobierno está intentando movilizar a su electorado y se frustra por no ser capaz de vender mejor sus logros, Sánchez probará todos sus trajes: el de estadista europeísta trasunto de Macron, el de azote del Ibex y de los “poderes fácticos”, el de líder clásico del PSOE que grita “que viene la derecha” y se autoproclama dique de contención frente a las fuerzas del mal… Lo importante es ver con qué traje se queda el electorado. O si acaba descubriendo que en realidad va desnudo.

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