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DEFENSOR DEL LECTOR
Tribuna
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Contra el conflicto de intereses, transparencia

El periódico solo cumple con su obligación cuando incluye datos que afectan a sus propietarios

Carlos Yárnoz
'El ángel de fuego'
Ensayo de 'El ángel de fuego' en el Teatro Real el pasado marzo.JAVIER DEL REAL (TEATRO REAL)

El lector Abelardo Ramos nos afea en un mensaje que, aunque hablamos a menudo de la independencia del periódico, se nos olvida decir que el diario “responde a los intereses del grupo PRISA, un grupo con intereses muy fuertes en Occidente”. Eso suena un tanto grandilocuente, pero obviamente el grupo PRISA, editor de este periódico, tiene y cuida con todo derecho sus intereses como cualquier sociedad mercantil. Otro asunto bien diferente es el conflicto de intereses y EL PAÍS se ha impuesto la transparencia como la mejor medicina. A veces, los lectores alaban esa transparencia. Otras, en cambio, la echan de menos.

Una información del 22 de mayo sobre las millonarias inversiones de Qatar en España concluía con esta frase: “Un inversor catarí también tiene el 5,1% de PRISA, sociedad editora de EL PAÍS”. Se trata de Khalid Thani Abdullah Al Thani, hombre de negocios y destacado miembro de la familia real del emirato.

El mismo día, Íñigo Domínguez decía en su columna que Qatar “es un país donde esclavizan a los inmigrantes, discriminan a las mujeres y te pueden caer siete años de cárcel por relaciones homosexuales”. El lector Javier Muñoz felicitó por partida doble al periódico, pero solo cumplía con esa obligada transparencia.

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El Libro de Estilo dedica un capítulo al Conflicto de Intereses y, tras recordar que el interés del lector “prevalece sobre cualquier otro”, señala cuál es el gran remedio frente a tentaciones y dudas: “La mejor forma de evitar el conflicto de intereses es la transparencia interna que EL PAÍS se compromete a mantener”.

A la falta de transparencia aludió en otro caso el lector José Miguel Rodríguez Tapia, quien calificó de “bochornoso conflicto de intereses” que el crítico de música clásica y colaborador de EL PAÍS, Luis Gago, escriba sobre obras presentadas en el Teatro Real y, a la vez, asuma trabajos esporádicos relacionados con ese templo de la ópera. Dentro de las actividades del Real, por ejemplo, Gago ha impartido un curso sobre el compositor Benjamin Britten y ha publicado un texto en el programa de la ópera El Ángel de Fuego, de Sergéi Prokófiev, cuya representación comentó después en el diario.

En el mundo de la música clásica, Luis Gago tiene un reconocido prestigio y sus textos, que muestran un profundo conocimiento del tema, cuentan con abundantes comentarios elogiosos de los lectores.

Licenciado en Derecho, profesor de Violín y Música de Cámara o traductor de libretos de óperas, Gago responde: “Como trabajador autónomo, colaborar puntual y externamente con instituciones musicales de mi ámbito profesional (como autor de notas al programa, traductor o conferenciante) no ha afectado nunca ni a mis opiniones ni a mi imparcialidad, como creo que queda demostrado en mis textos. Mi única vinculación profesional estable con el Teatro Real tuvo una duración de solo seis meses en 1997″.

Ni EL PAÍS puede exigir a sus colaboradores dedicación exclusiva —sí a periodistas de plantilla— ni la mayoría de esos colaboradores puede sobrevivir solo con los ingresos del diario. Por tanto, la relación se basa en la confianza mutua y en la responsabilidad del firmante.

Sin embargo, es responsabilidad de EL PAÍS, y no de los colaboradores, profundizar en esa transparencia autoimpuesta. No parece lógico que, mientras la mayoría de autores publicamos los textos junto a una descripción “sobre la firma” —así se llama el apartado donde se expone la trayectoria del autor—, haya colaboradores cuyos textos se difunden sin esa ficha descriptiva e identificadora.

No hay descripción de la firma de Gago, que escribe en EL PAÍS desde 2014, pero tampoco del crítico taurino, Antonio Lorca, ni de Manuel Rodríguez Rivero, columnista en Babelia... La transparencia sería más clara si la norma se aplicara a todos por igual, pero resulta incluso más adecuada para los colaboradores puntuales —a veces menos conocidos— que para los periodistas de plantilla.

Al hilo de este asunto, no obstante, he encontrado algún texto en programas de importantes acontecimientos musicales, como un concierto multitudinario de hace años en Madrid, firmado por un periodista de plantilla del diario. Se supone que el periodista pidió permiso a sus jefes, un trámite no exigido a los colaboradores.

A unos y a otros, en todo caso, les concierne este otro principio ético del Libro de Estilo: “Los periodistas deberán abstenerse de realizar cualquier información o trabajo periodístico que entre en conflicto con sus intereses personales”.

A más transparencia, menos conflicto. Ojalá hubiera habitualmente remedios tan sencillos para problemas tan sensibles. Solo falta aplicarlos siempre.

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Sobre la firma

Carlos Yárnoz
Llegó a EL PAÍS en 1983 y ha sido jefe de Política, subdirector, corresponsal en Bruselas y París y Defensor del lector entre 2019 y 2023. El periodismo y Europa son sus prioridades. Como es periodista, siempre ha defendido a los lectores.

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