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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Si Dios fuera negro

En Colombia hay una enorme población negra, más de 3 millones de afrodescendientes, casi 10 por ciento de la población, pero el racismo es latente

Diana Calderón
Un grupo de manifestantes por el asesinato del estadounidense George Floyd se encuentra en Bogotá, Colombia, en 2020.
Un grupo de manifestantes por el asesinato del estadounidense George Floyd se encuentra en Bogotá, Colombia, en 2020.Sebastian Barros (Getty Images)

La maravillosa coincidencia de tener cinco candidatos vicepresidenciales negros ha dejado aún más claro un racismo doloroso en el país donde cantamos Si Dios fuera negro mi compay, todo cambiaría, de Roberto Anglero. Ese canto no es más que eso, un himno lleno de sabiduría que bailan los blancos, pero definitivamente no entonan.

La realidad ha sido por décadas una discriminación sistemática, cotidiana, en las calles por las que camina un negro y los otros se cambian de acera, en los colegios, en todos los ámbitos laborales y sociales. Colombia ha sido un país gobernado por élites blancas. Los espacios en la vida pública y política para los afros se habían dado en uno o dos ministros en los gabinetes, para llenar una cuota regional y plantear un discurso de diversidad y reconocimiento. O sea, no era más que hipocresía.

En Colombia hay una enorme población negra, más de 3 millones de afrodescendientes, casi 10 por ciento de la población, pero el racismo es latente. Y son precisamente los territorios de las comunidades negras los más marginados, los de mayores conflictos y violencia y los de mayores índices de pobreza.

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De esos territorios surgieron los ahora candidatos a la vicepresidencia. La abogada y activista medio ambiental, feminista, Francia Márquez del Cauca (Gustavo Petro); el ingeniero de minas y ambientalista Luis Gilberto Murillo del Choco (Sergio Fajardo), la docente e ingeniera, Marlen Castillo de Buenaventura (Rodolfo Hernández); Sandra de las Lajas de Tumaco en Nariño (John Milton Rodríguez), y el deportista de alto rendimiento y profesor universitario Ceferino Mosquera (Luis Pérez).

Me atrevo a decir que son incluso mejor que los candidatos presidenciales a quienes acompañan en sus fórmulas. Incluyendo Rodrigo Lara (Federico Gutierrez). Estas fórmulas vicepresidenciales han luchado toda su vida hasta llegar aquí con el dolor en cada poro de su piel. Y se han formado, y han llenado de gloria al país con sus banderas. Y quiénes se preguntan todavía por qué tanta rabia en algunos de sus discursos. La respuesta es clara: porque la discriminación duele.

Murillo ha dicho que usa corbata porque si sale sin ella la policía lo detiene. A Francia no la atacan por lo extremo de sus posiciones o su lenguaje hiperinclusivo, la atacan por negra. Y ella lo sabe y provoca vistiendo de blanco para resaltar el ébano hermoso de su piel. No hay lugar para defender lo que ha ocurrido en la última semana. La cantante colombiana Marbelle la llamó King Kong, lo que bien le merecería un castigo penal. Y no es un detalle. Es lo que piensa y siente sobre a quién ella debería rendir respeto. Obtuvo casi 800 mil votos por su valentía, por levantarse del pantano de la guerra de los territorios donde ha alzado su voz. Por eso lo que ha hecho Marbelle solo habla de la miseria de quién la compara con un primate.

La segregación en las tertulias sociales, en las redes, está ahora en el día a día, para decirnos que todo ese discurso de diversidad, de inclusión, no es más que una apariencia. No hemos sido capaces como sociedad de reconocernos como iguales, y no es solo en Colombia, en Francia el 35 por ciento se considera racista, los casos son diarios en discriminación laboral contra los argelinos, en controles de identidad en las calles, perfiles raciales que le llaman, y están siendo demandados.

Ocurre día a día como el caso de Inglaterra donde Justin Lee Price fue condenado por mensajes racistas contra un jugador del Manchester. En Estados Unidos donde casi siempre es agarrado a golpes hasta la muerte un negro que solo cambia de nombre, ayer George Floyd y mañana otro.

Cada día se incrementa en el mundo esa especie la decisión política de discriminar de la que habla Jean Fedrederic Shaub. Por qué, qué es lo que no podemos aceptar cuando los virus nos matan a todos por igual, cuándo los privilegios han demostrado incrementar las brechas en las que terminamos todos inmersos en las mismas violencias, cuando la historia del mundo ha demostrado que el racismo nos hace inferiores y no honorables.

Pero ahí están como lo ha planteado la filósofa Norma Jimeno: cinco candidatos. No se puede desconocer más que hay una Colombia negra, con un discurso y una potencia tan fuerte como el salto olímpico de la ya retirada Catherine Ibarguen o la voz de la cantante de Goyo de Chob Quib town. Ahora están ahí para decirles a los blancos que todos podemos “vivir sabroso”.

La música, la cultura, tiene esa capacidad de entrar en el alma, hasta en las más desteñidas: “Si Dios fuera negro, mi compay…Negro el presidente y el gobernador…negra la azucena y la negra la tiza, negra Blanca Nieve, negra Mona Lisa…Fuera nuestra raza -mi compay- la que mandaría”. Ahí se las dejo.

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