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ELECCIONES BRASIL
Columna
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Cuando los jóvenes ya no quieren votar

Nada es más peligroso que ese desinterés por la política por parte de los jóvenes en este momento en que Brasil tanto se juega en las elecciones

Juan Arias
Un grupo de jóvenes juegan al fútbol en la playa de Ipanema, en Brasil, en enero de 2019.
Un grupo de jóvenes juegan al fútbol en la playa de Ipanema, en Brasil, en enero de 2019.Y. CHIBA (AFP)

No existen aún estadísticas de cómo los más jóvenes están viviendo esta guerra de Rusia contra Ucrania. Y ellos deberían ser el mejor termómetro, pues cargarán más que nadie con sus consecuencias futuras. Escribo desde Brasil, donde la guerra se ve aún como lejana aunque la población siente ya el peso de la inflación que agarrota a los más pobres, que son la gran mayoría.

No es posible separar las heridas de la guerra de la política. Tantas veces en la Historia los conflictos sangrientos nacen cuando los políticos se marchitan o corrompen. Esto ha provocado que en Brasil hayan sorprendido unas cifras ofrecidas por el diario O Estado de S. Paulo sobre el desinterés de los más jóvenes por todo lo que signifique política, comenzando por el derecho a votar.

Fue la Asamblea Constituyente de 1988, tras la dictadura militar, la que permitió el voto a los jóvenes de 16 años, algo que pocos países tienen aún hoy. En 1992, en Brasil, de estos jóvenes fueron a votar 3,2 millones mientras que ahora, a pocos meses de unas elecciones presidenciales que se anuncian cruciales, solo se han inscrito para votar 731.000, lo que está siendo interpretado como un divorcio de los más jóvenes de los problemas que les afectan directamente.

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Nada podría ser, sin embargo, más peligroso que ese desinterés por la política por parte de los jóvenes en este momento en que Brasil tanto se juega en las elecciones en las que podría volver a ganar la extrema derecha fascista de Jair Bolsonaro. Y deberían ser esos jóvenes los más interesados con la democracia que les permite resolver los graves problemas que a ellos les afectan más que a nadie, como la defensa del medio ambiente, la nueva revolución tecnológica, la defensa de los diferentes, la oportunidad de poder escoger en libertad su futuro, de desarrollarse culturalmente y de asegurarse un mañana sin guerras y con menos injusticias.

Los jóvenes deberían ser los más sensibles a todo lo que afecta a su futuro y eso está hoy en manos de los políticos que ellos rechazan. Y el peligro, que es ya universal, es que puedan caer en la trampa de esa extrema derecha que coquetea hasta con el nazismo y que ha prostituido la palabra “libertad”, que debería ser sagrada. Y es esa la trampa que les coloca la política que anida en su seno la nostalgia de las guerras y conflictos, la violencia y el absolutismo. Les ofrece a esos jóvenes el disfraz de la libertad y de lo que consideran los valores perdidos, como el patriotismo, la defensa de la familia, de Dios y hasta de la libertad, que en boca de la extrema derecha suena a insulto.

Fue eso, curiosamente, lo que Bolsonaro transmitió en su reciente visita al jerarca ruso Vladimir Putin cuando le dijo textualmente: “A nosotros nos une la fe en Dios, la defensa de la patria, la familia y la libertad”. Y hoy, en plena guerra provocada por el tirano de Moscú, Bolsonaro sigue jactándose de haberle estrechado la mano “al hombre más poderoso del mundo”.

Quizás los jóvenes se estén alejando de la política, y no solo aquí en Brasil, porque intuyen que los valores de la democracia y de las libertades se están esfumando en manos de los que consideran que han hecho de la política un balcón de intereses personales, alejados de todo idealismo que es lo que les fascina a una edad en la que sus ojos están aún limpios de prejuicios y engaños.

Manuel Vicent, días atrás, en su como siempre genial columna, nos dijo dolorido que hoy “todos los violines están ensangrentados”. Y esa sangre es también de jóvenes y hasta de recién nacidos. Al terminar la Guerra Civil española, que segó más de un millón de vidas, el escritor Ernest Hemingway, que vivió aquella tragedia, se preguntó: “¿Por quién doblan las campanas?”. Entonces, como hoy, las campanas del mundo doblan de nuevo por los caídos en una guerra sin sentido.

En la lengua española, cuando las campanas “doblan” es a muerte, pero también “repican” a gloria. Hoy y siempre, a los jóvenes por encima de todo les interesa el repicar a gloria de las campanas y que los violines en vez de ensangrentados brillen al sol y apaguen con su música el estruendo diabólico de la guerra. ¿Acabarán entendiéndolo los políticos que en vez de mirarse solo al ombligo aún apuestan por la democracia, la rectitud y la paz?


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