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Opinión
Columna
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Ya no basta con sorprender, hay que “escandalizar”

Las normas de la información clásica con sus severos estándares sobre la veracidad de la noticia están saltando por los aires. Lo importante es el primer impacto

Un hombre lee un periódico con el titular en portugués "Aislado. Río en guerra contra el coronavirus" en Río de Janeiro, Brasil, el 20 de marzo de 2020.
Un hombre lee un periódico con el titular en portugués "Aislado. Río en guerra contra el coronavirus" en Río de Janeiro, Brasil, el 20 de marzo de 2020.Silvia Izquierdo (AP)
Juan Arias

Vivimos no solo en una modernidad líquida y en la época de la posverdad, donde las cartas de la actualidad se mezclan y confunden. Ya no nos basta con sorprender cuando presentamos una noticia como ocurría en el antiguo periodismo. Hoy necesitamos más en nuestro afán de sorprender. Necesitamos escandalizar. Cuanto más mejor. El escándalo además da lucro. Si en el siglo XVII, el filósofo francés, René Descartes, en su Discurso del método, acuñó la célebre frase “Pienso luego existo”, hoy no basta la reflexión para confirmar que existimos. Necesitamos dar un salto que puede acabar siendo mortal. El lema de hoy podría ser “escandalizo luego existo”.

Ha sido el pensador coreano Byung Chul Han quien ha subrayado que hoy “el debate ha sido sustituido por el escándalo”, es decir quién sea capaz de llamar más nuestra atención con algo escandaloso “recibirá más toques en Internet”. Ello acaba, dicen los expertos en comunicación, arrastrándonos a una puja para ver quién escandaliza más y mejor. Sorprender es conservador. Las noticias del mundo las tenemos al segundo a través de la información online. Ya no nos sorprenden ni emocionan. Necesitamos algo más sustancioso. Así nace la noticia que provoca escándalo, poco importa que sea verdadera o falsa.

Se explica de este modo el crecimiento de los bulos en las redes sociales, de las mentiras descaradas, de la puja a ver quién más escandaliza y quien es capaz de mentir mejor. Las normas de la información clásica con sus severas normas sobre la veracidad de la noticia están saltando por los aires. Lo importante es el primer impacto de la sorpresa. Es la fama construida bajo la fuerza del escándalo.

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Brasil está viviendo estos días varios ejemplos de la fiebre de escandalizar para conseguir notoriedad. Uno de los abogados de mayor renombre ha aparecido en una reunión profesional virtual vestido con traje y corbata pero en vez de pantalones llevaba un bañador. Seguro que aquella imagen desvergonzada le dio más eco nacional que muchas de las defensas de personajes ilustres.

A su vez en el podcast Flow, uno de los de mayor audiencia del país al que son invitados personajes y políticos famosos, ha estallado la semana pasada una verdadera guerra. El famoso presentador Monark defendió que Alemania había hecho mal en “condenar el nazismo”. Le siguió el diputado del PMB Kim Kataguiri dando un paso más en el afán de escandalizar y defendió que también en Brasil se debería crear un partido nazi.

Sabían ambos que la Constitución brasileña condena con varios años de cárcel a quien haga apología del nazismo y del Holocausto por lo que sería impensable la creación de un partido nazi. El escándalo les rindió al presentador y al diputado más de 200.000 interacciones en las redes sociales. Si se hubiera tratado de una simple discusión, sin escandalizar, las afirmaciones de los defensores del nazismo no hubieran llamado la atención. Lo que les enriqueció en visibilidad fue el escándalo producido.

Justo días antes, en la TV Joven Pan, el comentarista Adriles Jorge se permitió, en el afán de llamar la atención, hacer un típico gesto nazi que lo lanzó en las redes. ¿Resultado? El partido conservador, PTB le ofreció enseguida un puesto como candidato a las próximas elecciones. Como comentó el abogado André Masiglia, experto en temas de comunicación de masas, “conseguir la atención de alguien es hoy más que ser alguien”.

En la discusión sobre el nazismo hoy en Brasil, se ha llegado al colmo que el partido del diputado Katiguiri en vez de reprender al político por sus excesos en el análisis del nazismo ha anunciado que va a procesar a quienes piden el impeachment del político.

Hoy es sabido que, por ejemplo, el presidente Jair Bolsonaro se eligió en 2018 gracias al bombardeo de noticias falsas y mentiras que inundaron las redes amplificadas por cientos de robots costeados por algunos empresarios de ultraderechas. Y toda su política se basa hoy en sus encuentros matinales con un grupo de sus seguidores más fanáticos. En esos encuentros el presidente se dedica a contarles mentiras descaradas y agredir verbalmente hasta con frases groseras de cuño sexual a periodistas que intentan hacerle alguna pregunta comprometida. Y eso le rinde notoriedad y prensa.

Si hoy lo importante es conseguir fama a cualquier precio, nada mejor que la mentira dura y cruda, lanzada sin escrúpulos, que es justo la antítesis de lo que debería ser el escrúpulo por contar la verdad de los hechos. Hechos que podrán a veces ser discutibles pero sin voluntad explícita al publicarlos de engañar para escandalizar.

Hoy el Nobel español de Literatura Camilo José Cela, que era conocido por la fuerza de su ironía, se reiría del sesgo que han tomado ciertos medios de comunicación y sitios de internet con tal de conseguir seguidores y dinero. En los años 80, Cela pasó por Roma, invitado por la Embajada española. Los corresponsales conocíamos la salidas ácidas que solía dar a las preguntas que se le hacían. Entonces no existían aún los teléfonos móviles ni las redes sociales y aunque los periodistas buscábamos sorprender con noticias que otros no tenían, no existía aún la fiebre de querer “escandalizar” a cualquier costo. En una pausa, durante una cena, un corresponsal español se atrevió a preguntarle a Cela qué haría falta para poder “sorprender” dado el exceso ya entonces de noticias que lanzaban las radios y televisiones. El Nobel, con su voz clásica de barítono y su índole burlesca le respondió: “Pues, hombre, por ejemplo, pasearte en la plaza de España, frente a la embajada ante la Santa Sede, con un lacito rosa atado a los cojones”.

Frente al afán de hoy de escandalizar aunque sea usando la mentira y la calumnia, la broma del ínclito Cela suena a algo angelical.

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