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Elecciones en Brasil
Columna
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La soñada catarsis de Brasil

Tras años con un capitán que solo alimenta una guerra fratricida, el país espera ansioso el año electoral

Juan Arias
El presidente brasileño, Jair Bolsonaro
El presidente brasileño, el pasado 5 de enero durante una conferencia de prensa en São Paulo.NELSON ALMEIDA (AFP)

Brasil ha entrado en un año crucial. En 2022 puede llegar la caída del presidente Jair Bolsonaro, y con ello aumentan los peligros de una involución golpista de tipo militar y policial. Los tres años desastrosos de su desgobierno, que han arrastrado al país a la mayor crisis global desde la caída de la dictadura, han convertido al otrora corazón de la economía del continente en una caricatura de República. Brasil no solo se ha empobrecido materialmente, sino que ha visto tambalear sus instituciones democráticas atacadas frontalmente. Los brasileños han sido capaces de hacerle frente gracias al 75% de la población que siguen prefiriendo la democracia al totalitarismo.

Los brasileños pueden sentir el abismo al cual los arrobos golpistas de un simple capitán expulsado joven del Ejército por subversión están llevando al país. Bolsonaro mantuvo siempre latente un complejo de inferioridad ante los generales a quienes ha cooptado para su Gobierno y a quienes les hace saber que ahora él es quién les maneja a su antojo.

El Brasil sano que no se ha dejado arrastrar por las ínfulas autoritarias del psicópata, entre los que ya se cuentan un gran porcentaje de arrepentidos de haberle votado con la esperanza engañosa de que Bolsonaro iba a acabar con la vieja política corrupta, hoy se siente traicionado.

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Si no se engañan todos los sondeos, Brasil ya habría decidido cerrar el paréntesis tenebroso del bolsonarismo golpista para permitir al tren descarrilado volver a sus raíles democráticos. De ser así, ese sería un año de catarsis que lo vacunará del virus del atraso político y económico para volver a ser, como ya lo fue en el pasado, una de las mayores potencias económicas del planeta. Sin Bolsonaro, en efecto, el mundo de los inversores nacionales y extranjeros volverá a poner los ojos en este país rico en todo.

Sin el fantasma del golpista volverán a ser rescatadas las mejores esencias del país, que a pesar de sus dimensiones y de la diversidad de sus gentes y de sus lacras y pecados, ha sabido siempre vivir unido sin tentaciones separatistas o enfrentamiento entre hermanos. Ha sido ahora con el capitán que Brasil se ha visto al borde de una guerra fratricida.

Este año, el segundo centenario de la independencia, debería ser también el de la liberación de una política que vino para envenenar al país y sembrar la cizaña de una discordia desconocida para el ADN brasileño.

Por ahora es solo una esperanza basada en los sondeos que dan, todas ellas, perdedor al presidente. Queda en pie la incógnita de qué harían los militares si Bolsonaro se viera ante las cuerdas. Los primeros síntomas hacen vislumbrar que las Fuerzas Armadas están desunidas sobre si seguirán apoyándole o preferirán abandonarle a su suerte. La gran incógnita para los militares es que todo para indicar el expresidente Lula da Silva ganará las elecciones. Dependerá de si la estrategia del exsindicalista de presentarse a las elecciones arropado por el centro, al que está intentando cooptar, tranquiliza la inquietud del Ejército. Al fin y al cabo, Lula presidió el país durante dos mandatos sin haber tenido ningún enfrentamiento con las Fuerzas Armadas a pesar de que sus ministros del Ejército fueron civiles y no militares.

Que sea, pues, este año para Brasil el de la soñada catarsis en el que pueda surgir la esperanza de un futuro más tranquilizador, sin miedo de perder la democracia que siguen apoyando la gran mayoría de sus 210 millones de habitantes.

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