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columna
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Lo llaman libertad pero es individualismo tirano

Los antivacunas que solo están dispuestos a convivir con su santa voluntad no son los ciudadanos libres que dicen ser, sino pequeños déspotas, infantiles y arbitrarios

Un manifestante contra las restricciones por el coronavirus en Utrecht, Países Bajos, el 4 de diciembre.
Un manifestante contra las restricciones por el coronavirus en Utrecht, Países Bajos, el 4 de diciembre.EVA PLEVIER (Reuters)
Nuria Labari

He pasado la última semana en Ámsterdam, la puerta de la variante ómicron en Europa y una de las zonas que más está castigando la última ola de la pandemia. Holanda es además uno de los países donde más duramente se ha protestado contra las medidas que adoptado el Gobierno en los últimos días, especialmente contra el pasaporte covid. No se trata de un país de negacionistas, de hecho las últimas medidas han conseguido que más del 80% de la población mayor de 18 años esté vacunada. Sin embargo, su cultura política es claramente individualista y eso se palpa en sus calles y en sus políticas.

El conductor de Uber que me recoge en el aeropuerto no lleva mascarilla. “No es obligatoria”, me explica. “Aquí cada uno se protege como quiere. En España estáis obligados ¿verdad?”. Creo que los españoles le parecemos un poco pringados por ir con cubrebocas a todas partes, sumisos y aborregados, incapaces de imponer nuestro propio criterio. En Ámsterdam, en cambio, la libertad se respira como el aroma natural de los tulipanes polícromos. Allí no se puede entrar en restaurantes, cines, teatros, empresas o edificios de administración sin mostrar el pasaporte covid. Esto no te obliga a vacunarte, porque cada uno es libre de hacer lo que quiera, simplemente se traslada la norma a las empresas o instituciones, manteniendo inmaculada la libertad de los individuos, que de hecho pueden trabajar sin mascarilla en los mismos restaurantes donde la vacuna es obligatoria. Así, las instituciones y empresas soportan la norma mientras los ciudadanos salvaguardan su inalienable derecho al criterio propio. Es clave para una parte importante de la población, según han demostrado las numerosas protestas, que la libertad individual sea sagrada. Y sea individual. Ensimismante, a ser posible. De este modo, no hay toque de queda a pesar de la grave situación sanitaria, aunque todo —tiendas, museos, supermercados…— debe cerrar a las cinco de la tarde. Mientras la ciudad agoniza, sus habitantes libres rebosan vitalidad entre las sombras de sus calles cenicientas.

Precisamente de libertad hablaba en este periódico Manuel Ríos, de 51 años. Él no se vacunó por desconfianza y terminó cogiendo la covid, ingresado, intubado y en la UCI. Le han quedado secuelas en el pulmón y aún necesita oxígeno para respirar. Hoy asegura que su opinión sobre la vacuna ha cambiado “claramente”, pero aun así insiste desde la silla del hospital donde atiende a este periódico que recibir o no la inyección es una decisión individual, “de cada uno”. La pérdida de la libertad, tras largo tiempo sin defensores tan numerosos y arriesgados, se ha convertido en la actualidad en el jefe de los jinetes del apocalipsis. Todo indica que las sociedades evolucionan a menos Estado y más criterio propio. Qué clase de libertad es esta sería la pregunta. ¿Una libertad al fin desligada de la responsabilidad, ese lastre?

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“Mi libertad termina donde empieza la de los demás”, dice la máxima de Sartre, tantas veces repetida. Sin embargo, la pandemia ha venido para actualizar la sentencia. “Mi libertad no existe sin la de los demás”, podríamos llegar a decir después de dos años de desgracia. Porque en un contexto donde el derecho a la vida está globalmente amenazado por un virus, es evidente que el ejercicio de cualquier libertad implica el contrapeso de la responsabilidad. La libertad sin responsabilidad se ha llamado históricamente tiranía. O libre mercado. Da igual el número de sus practicantes, que de hecho, cuando aparecen las catástrofes, suele ser bastante bajo. Acuérdense de 2008.

Las últimas semanas leo a científicos, médicos, epidemiólogos y políticos desgañitarse para explicar a los que aún se resisten que deben vacunarse. Que tienen que hacerlo para proteger sus vidas y las de los demás. Pero ¿quiénes son los demás en comparación con la libertad que me debo a mí mismo, para mí mismo, desde mí mismo? Otra vez la irresponsabilidad escondida tras la máscara de la independencia. Sin embargo, no hay legislación que no acompañe el derecho a la libertad del deber de la responsabilidad: de lo contrario sacarse el carnet de conducir podría confundirse con sacarse el carnet de psicópata y competir en las grandes ligas de peatones atropellados. Por eso hay código de circulación y por eso pagar impuestos por las carreteras es obligatorio además de solidario. O, mejor dicho, lo de solidario, allá tú. Porque lo otro es innegociable.

Esta mañana, de vuelta en Madrid (esa ciudad donde algunos mascaron la palabra libertad hasta convertirla en un chicle para su electorado), he ido a desayunar a uno de los bares de mi barrio y he cruzado su umbral sin que nadie chequee mi pasaporte covid. También aquí hay contradicciones, de acuerdo, pero España, con todas sus contradicciones, es un país que ha demostrado estar por encima de estrategias electorales de uno y otro bando. Hoy podemos afirmar que somos más libres y solidarios que muchos vecinos europeos. Porque aquí hemos alcanzado una de las tasas de vacunación más altas del mundo sin presiones ni pasaportes de ningún tipo. Millones de españoles nos hemos vacunado en nombre de nuestro libre albedrío, conscientes de que nuestra apreciada libertad depende hoy más que nunca del bienestar y la salud del resto.

Es hora pues de decir en alto que no vacunarse es una decisión que arremete contra la libertad por cuanto afecta directamente al funcionamiento de los hospitales y, por tanto, compromete el derecho a la salud de los enfermos y cuestiona el derecho a la vida de quienes podrían morir por el virus. Así las cosas, es probable que llegue el momento de obligar a vacunarse a quienes aún no lo han hecho o presionarles a través del pasaporte covid para que nos les quede otro remedio, que viene a ser lo mismo. La obligatoriedad de las vacunas (ya sea explícita o tácita) llegará. De hecho, el pasaporte covid es hoy una realidad en las regiones españolas más afectadas. Sin embargo, nuestro sentido de la libertad no debe cambiar por más que la crisis sanitaria empeore o aumenten las restricciones.

Está en juego la salud, pero también el sentido de sociedad donde queremos convivir. Por eso es importante no convertir la libertad en la bandera del individualismo más tirano y no arrancar la responsabilidad de un derecho fundamental. En el fondo, quienes solo están dispuestos a convivir con su santa voluntad no son los ciudadanos libres que dicen ser, sino pequeños déspotas, infantiles y arbitrarios como cualquier niño mimado. Incapaces al final de actuar sin que nadie se lo mande. Si tiene alguno cerca, recuérdele que aún está a tiempo de vacunarse libremente, pues dentro de poco les obligarán. Es por eso hora de animar a los que faltan, pero también de recordarles que su individualismo atenta contra la libertad que enarbolan. Después de todo, es realmente liberador tomarse el café en un bar donde la responsabilidad está por encima de la norma.

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Sobre la firma

Nuria Labari
Es periodista y escritora. Ha trabajado en 'El Mundo', 'Marie Clarie' y el grupo Mediaset. Ha publicado 'Cosas que brillan cuando están rotas' (Círculo de Tiza), 'La mejor madre del mundo' y 'El último hombre blanco' (Literatura Random House). Con 'Los borrachos de mi vida' ganó el Premio de Narrativa de Caja Madrid en 2007.

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