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Columna
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El olvido que seremos

Nos han dejado, entre otros, Julio Ollero, Javier Reverte y Teodoro Sacristán. Su marcha ha sido eclipsada por la tragedia global y por la profusión de noticias escandalosas que la acompañan

Julio Llamazares
Teodoro Sacristán, impulsor de la Feria del Libro de Madrid, en 2016.
Teodoro Sacristán, impulsor de la Feria del Libro de Madrid, en 2016.Juan Carlos Hidalgo (EFE)

En este año tan desastroso en el que los desaparecidos se cuentan por miles, nos hemos acostumbrado a que los nombres desaparezcan también detrás de las cifras convertidos en nombres sin significación. Y, sin embargo, detrás de cada nombre hay una vida, una historia interminable en la memoria de los que la recuerdan. Como dice el poeta y aforista Ramón Eder, “la vida es una ficción basada en hechos reales”.

Cada lector tendrá su propia nómina de desaparecidos vinculada a la pandemia que nos asola desde el mes de marzo, pero a mí me llaman más la atención aquellos a los que ésta los ha hecho más invisibles aún. Me refiero a esas personas que, fallecidas por otras causas, han caído en el olvido casi inmediato eclipsadas por la tragedia global y por la profusión de noticias escandalosas que la acompañan desde el primer momento, como si el 2020 se hubiera propuesto pasar a la historia como el peor del que se tiene memoria desde las guerras mundiales del siglo XX. Si hasta el olvido ha cubierto pronto a personajes como Maradona, cuya muerte llenó durante varios días las páginas de todos los periódicos del mundo, cómo no lo iba a hacer con otros menos famosos por más que su calidad humana fuera infinitamente mayor. Me refiero a todos esos que ya en vida podrían haber recitado con Jorge Luis Borges su célebre Epitafio, ese del que tomó el título para la conmovedora novela que escribió sobre su padre el escritor colombiano Héctor Abad Faciolince: “Ya somos el olvido que seremos / El polvo elemental que nos ignora / y que fue el rojo Adán y que es ahora / todos los hombres y que no veremos…”.

En los últimos dos meses han muerto, entre otras muchas, tres personas en España cuya desaparición tendría que haber merecido más atención, en las páginas de cultura por lo menos, que la que se les ha prestado, incluso en el caso del que más gozó, el escritor de literatura de viajes Javier Reverte. Como ninguno de los tres era amigo mío en el sentido estricto del término, lo puedo decir. El primero en morir, Julio Ollero, fue un editor y bibliófilo singular que apostó su propia fortuna a los libros y que, habiendo sido fundamental para muchos, entre los que me cuento, murió en el olvido casi total, tanto que apenas mereció algún obituario de urgencia en la prensa que se perdió en el maremágnum de noticias del momento. Javier Reverte, que fue el segundo en morir de los tres, mereció algo más de atención, no en vano era el gran escritor de libros de viaje español del siglo presente, pero mucha menos de la que le correspondía. Y el tercero, Teodoro Sacristán, el gran impulsor de la Feria del Libro de Madrid, por la que paseaba sin que le reconociera nadie, tanta era su discreción, se fue como vivió, sin que nadie le agradeciera públicamente su esfuerzo. A los tres personajes, que lo fueron, el olvido que todos seremos les acompañó ya en su despedida y aún antes, por lo que no necesitarán ser olvidados como otros.

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Podría haber escrito este artículo sobre cualquiera de las noticias que hoy pueblan las páginas de los periódicos y sobre los personajes que las protagonizan, la mayoría de ellos poco ejemplares, pero he preferido hacerlo de tres personas cuyo olvido en vida anticipa el nuestro, ese que nadie quiere para sí, pero que a todos nos alcanzará.

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