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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Xóchitl, partidos y la presidencia

Gálvez tiene que convencer a la oposición que ella es la ideal para ellos, para llevar al triunfo a esos partidos, y no al revés

La senadora del Partido Acción Nacional Xóchitl Gálvez durante entrevista en su oficina del Senado de la República en Ciudad de México el 12 de junio del 2023.
La senadora del Partido Acción Nacional Xóchitl Gálvez durante entrevista en su oficina del Senado de la República en Ciudad de México el 12 de junio del 2023.Aggi Garduño
Salvador Camarena

Las elecciones del Estado de México y Coahuila reivindicaron la pertinencia de los partidos políticos. Fueron estos, y no la sociedad civil organizada, la clave de los resultados del 4 de junio. Pero activistas, opinadores y hasta suspirantes presidenciales no parecen haber tomado nota de tal mensaje.

Xóchitl Gálvez ha dicho esta semana que piensa seriamente en buscar no la gubernatura de la capital mexicana, como había anunciado, sino la presidencia de la República en los comicios de 2024.

De confirmarse este cambio de opinión por parte de la senadora hidalguense, la carrera presidencial de la oposición se nutrirá de un cuadro que, como dije aquí en marzo pasado, tiene atributos personales y profesionales que la hacen una figura resbaladiza a los ataques de Morena.

Además, en los tres meses transcurridos desde la publicación de esa columna sobre una candidatura presidencial de la exalcaldesa de Miguel Hidalgo, ésta ha robustecido su perfil con al menos dos decisiones que hablan de su determinación política.

El 28 de abril Gálvez se encadenó en la antigua sede de la Cámara Alta, cuando el oficialismo impuso su mayoría en el llamado viernes negro.

Su solitaria imagen en la tribuna con cadenas y candados en un último intento por impedir el albazo legislativo de los senadores de López Obrador, que procesaron en fast track leyes luego de ver al presidente en Palacio, dio la vuelta al mundo noticioso. No impidió la votación, pero ganó prestigio.

Y el lunes fue a Palacio Nacional a reclamar, con orden judicial en mano, al titular del Ejecutivo el derecho de réplica que un juzgado le concedió. Sin sorpresa, Andrés Manuel no le permitió entrar y afuera recibió vituperios, pero de nuevo brilló en las noticias.

Lo ocurrido en estos meses pareciera confirmar que la candidatura a la Ciudad de México, que renovará jefatura de gobierno, le comienza a quedar chica, que la opción de ir por el premio mayor es lógica, realista y, dada la carencia de pujantes figuras de la oposición, hasta deseable.

Salvo que en estos tres meses Xóchitl no parece haber comprendido que su aspiración, capitalina o nacional, para el caso da lo mismo, se evaporará si no convence a los partidos políticos opositores de que es vendible, confiable, y rentable, para las dirigencias y para las militancias.

Su trabajo legislativo, sus giras por el país, su agenda contestataria, su valentía al impedir la sesión en el pleno senatorial el viernes negro, los arrestos de ir a tocar la puerta Mariana a sabiendas de que iba a recibir groserías, le ha servido a ella, mas ¿le sirve a los partidos?

Si Xóchitl quisiera ser candidata independiente, sería uno de los mejores perfiles, sino que el mejor, del actual espectro opositor mexicano. Pero a la hora de ponerla en la ruta partidista sus bonos palidecen, y quienes la apadrinan en su eventual cambio de aspiración parecen no advertirlo.

La oposición agrupada en la Alianza por México calificó de exitosa la jornada electoral de hace dos semanas. No viene a cuento si hicieron cuentas raras diciendo que, sumados los votos en las dos entidades, habían empatado en electores con el lopezobradorismo, que les arrebató Edomex.

Porque lo relevante es que los comicios fueron vistos por PRI, PAN y PRD como una confirmación de que son ellos, y no las mareas rosas, los que pueden hacer frente a Morena y aliados. Se convencieron de su vigencia y centralidad a tal grado que de inmediato reafirmaron su alianza en el 2024.

El triunvirato compuesto por Marko Cortés, Alejandro Moreno y Jesús Zambrano, líderes nacionales panista, priista y perredista, respectivamente, recibe metralla cotidianamente. “Dónde está la oposición”, es un reclamo cotidiano en columnas periodísticas y debates mediáticos. “Qué tarde van”.

Qué impresentables Marko y Alito. Qué tragedia estar en esta coyuntura en manos por un lado de AMLO y por otro del michoacano panista y del campechano priista, apuntalados por el sonorense perredista. Qué flaca está además la caballada de Lilly, Santiago, Enrique, Beatriz, la otra Claudia…

Las dirigencias opositoras buscaron paliar ese tipo de reclamos con una hoja de ruta que fecha en el 26 próximo su nueva gran escala. Ese día anunciarían la forma para elegir candidata o candidato presidencial y acaso para otras sillas, y el acuerdo marco para gobernar en coalición allá donde ganen.

PRI, PAN y PRD debaten el aterrizaje de ese compromiso. Las negociaciones durarán al menos una semana más antes de que se haga público el método y los acuerdos alcanzados. Mientras eso cuaja, la desenfrenada carrera sucesoria iniciada por Morena hace más gravosos los tiempos opositores.

Y ahí es donde la hiperactividad de alguien como Xóchitl, o para el caso Germán Martínez, que también está en el Senado sin pertenecer a una bancada partidista y quien igualmente ha levantado la mano en la coyuntura sucesoria, acentúa la imagen de pasmo de los partidos de oposición.

En las negociaciones rumbo al acuerdo del 26 de junio Alito, Marko y Zambrano quieren amarrar no solo reparto y las reglas de las candidaturas, sino las del gobierno de coalición: que los militantes de los tres partidos vean que van a ceder en cosas, pero que tendrán garantizadas, si salen bien las apuestas, posiciones y espacios.

A diferencia de Morena, donde ya se sabe quién ordena todo, es de suponer que en la negociación de los opositores no hay reglas claras porque están inventando la columna vertebral que sostendrá además de múltiples candidaturas, la plataforma de partidos que solían ser opuestos entre sí.

Si la Alianza por México no logra un método claro, que dé oportunidad equitativa para las candidaturas, donde cada etapa sea no solo lógica sino también atractiva para la opinión pública, y que garantice que gane el mejor (falta ver con qué métrica medirán esa idoneidad, por supuesto), entonces alguien acostumbrada a jugar en solitario como Xóchitl Gálvez, que ha venido sumando apoyos de empresarios y exgobernadores, se volverá más atractiva.

Pero si ocurre lo contrario, si el método suena no solo justo sino capaz de suscitar interés ciudadano, uno que pondere juiciosamente la popularidad de los suspirantes, entonces habrá sido tiempo bien invertido el que se están tomando las dirigencias de los partidos de la transición.

Hoy los partidos toman nota de los padrinazgos que traen algunas de las personas que sin militancia han manifestado su interés por las candidaturas. La cosa no es si les gusta o no que les quieran imponer una candidata o un candidato. El tema es que no van a premiar a quien no les dé garantías.

La Alianza por México tiene en su tablero miles de candidaturas por procesar. Con la divisa de encontrar a la gente que quite votos a Morena en cada elección habrán de construir la maquinaria que eventualmente haga del 2024 unos comicios reñidos. Y los partidos se ven a sí mismos, no al o a la candidata presidencial, como la locomotora de ese tren.

Quizá en el 2000 funcionó imponer a Vicente Fox en el PAN; pero el guanajuatense, por si hace falta recordarlo, tuvo años para construirse la imagen de inevitable para su partido, y de buen candidato para los millones que estaban deseosos de aplicar el voto útil antiPRI.

Xóchitl tenía hace tres meses la disyuntiva entre lo que se ve como un triunfo muy alcanzable —la CDMX— o una aventura con alto grado de incertidumbre —la candidatura presidencial.

Al oírla en entrevistas pareciera que sigue pensando que su decisión transitará sobre el eje de volverse inevitable para el PAN, primero, y eventualmente para los otros partidos de esa alianza. Vencer por la vía de los hechos (encuestas de popularidad y el run run de la opinión pública) las resistencias, públicas y añejas, de los dirigentes panistas a darle una candidatura importante.

Es hora de revisar estrategia. Porque cuando los partidos políticos, y no solo sus dirigencias sino los simpatizantes de a pie, escuchan a alguien decir que quiere hacer política pero sin ocultar dudas o desprecio hacia esas organizaciones —que son lo que hoy hay, gusten o no—, ese votante identificado con un color u otro resiente el golpe.

Para la candidatura que sea, Gálvez y quienes le acompañan debieran aprender de uno de los errores cometidos por José Antonio Meade, que no supo conquistar ni a los priistas, ya no digamos a los de fuera del partido que le prestó sus siglas en 2018: eso fue porque se le notaba que nunca los quiso.

Los priistas y los panistas (perredistas quedan ya muy pocos pero también ellas y ellos) quieren escuchar de estos candidatos emergentes, de personajes extrarradio partidista, que antes que nada van a cuidar a los militantes, a los que simpatizan y se fatigan en cada elección por sus colores.

Cuidar las formas que le gustan a cada partido. Hacer chamba política con ellos. Hacer política y no solo estrategia mediática.

Zambrano sabe de qué estoy hecha, le dijo Xóchitl a Ciro en Radio Fórmula al recordar que el perredista fue su jefe de campaña en Hidalgo hace dos sexenios. El tema no es ése, el tema es que ella tiene que saber de qué están hechos los del sol azteca, los blanquiazules y los tricolores hoy, y convencerlos respectivamente de que ella es la ideal para ellos, para llevar al triunfo a esos partidos, y no al revés.

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